martes, 19 de octubre de 2021

EL BOMBARDEO DEL MERCADO.

 


UNA MAÑANA DE MAYO

             Alicante fue una de las ciudades más castigadas por la aviación rebelde durante la Guerra Civil. A pesar de ser la capital de provincia más alejada del frente, recibía frecuentes ataques desde Mallorca, por parte de los bombarderos de la aviación legionaria italiana, con base en Son Sant Joan, y de los hidroaviones españoles de Pollensa, al mando de Ramón Franco, hermano del general, así como de los hidroaviones de la Legión Cóndor. Durante la contienda sufrió 71 bombardeos, con 705 edificios dañados o destruidos, unos 500 muertos y 800 heridos.

            El más terrible de estos bombardeos fue el que llevaron a cabo entre siete y nueve Savoya “Sparviero”, al mando de los capitanes Zigiotti y De Prato, la mañana del 25 de mayo de 1938, lanzando 90 bombas y causando más de 300 muertos. Yo tengo un testimonio de primera mano de esta brutal agresión a la población civil de Alacant: Mi madre, Magdalena Oca, tenía entonces casi 20 años de edad. Hacía muy poco que había fallecido su padre, de muerte natural, y su novio – mi futuro padre – era capitán del Ejército Republicano en el frente de Extremadura. Ella iba a bordo de un tranvía amarillo, hacia un paraje de las afueras conocido como Fondo de Roenes, donde sus futuros suegros tenían una casita de campo en la que la habían invitado a comer. Pero a la altura de la antigua Fábrica de Tabacos comenzaron a oírse los silbidos y las atronadoras explosiones de las bombas. No había sonado la sirena de alarma, así que a todos los pilló de improviso. El tranvía se detuvo y todos sus ocupantes se apresuraron a salir corriendo calle Sevilla arriba, en busca de un refugio antiaéreo que había en la Plaza de Castellón, en cuya entrada se precipitaron, mientras las explosiones sonaban cada vez más cerca. Decía mi madre que estuvieron encerrados en el refugio, temblando de miedo y sudando de sofoco, durante cinco horas; pues las autoridades no dieron orden de que sonara la sirena, anunciando que ya había pasado el peligro, hasta que pudieron retirarse los horripilantes despojos que cubrían el Mercado de Abastos, donde cayeron varias bombas y donde murió más gente. El cuadro, según le contaron después a mi madre, era espantoso: muertos por decapitación, miembros y cadáveres despedazados en tal amasijo terrible que un joven carpintero del barrio de Carolinas regresó a su casa con la mirada perdida, diciendo “El que he vist, Deu meu, el que he vist”, se sentó en un banco del patio de su casa y murió dos meses más tarde, incapaz de comer y de regresar de la pesadilla que había vivido.

            Varios testigos presenciales me aseguraron que habían visto correr a una mujer sin cabeza por la calle de San Vicente. Y que las ambulancias, carros de caballos y demás vehículos llevaban incesantemente cuerpos que se debatían entre la vida y la muerte, al Hospital Provincial - hoy Museo Arqueológico –, a cuya entrada un médico los examinaba y si estaban vivos ordenaba que los dejasen a un lado del jardín, pues el edificio ya estaba repleto de heridos; y si estaban muertos, al otro lado.

            A partir de aquel ataque se intensificaron los bombardeos, que ya no iban a por instalaciones industriales o de interés militar, sino sobre la población civil que, si tenía suerte y la alertaba a tiempo la sirena de alarma, podía ampararse en alguno de los refugios antiaéreos repartidos por toda la población. Se dice que Alicante es la ciudad europea con más plazas de refugio por habitante, incluidas las ciudades que sufrieron la Segunda Guerra Mundial. Las tropas de Franco habían alcanzado el Mediterráneo y ahora intentaban tomar Valencia, por lo que se intensificaron los ataques con vistas a desmoralizar a los republicanos.

            Mi madre vivió 102 años, y poco antes de fallecer todavía tenía pesadillas en las que aviones enemigos venían a soltar sus bombas y ella corría al refugio.

            Hace poco, mi hermano Eusebio descubrió que el capitán Tulio de Prato, jefe de una de las dos escuadrillas atacantes del 25 de mayo, había muerto en 1981, siendo General de Brigada de la Aviación Italiana. A pesar de tener varias medallas al valor por la “exaltación de los valores fascistas”, nunca fue juzgado como criminal de guerra, y siguió su carrera militar, como un notable piloto de pruebas.

            Y yo me pregunto: ¿Qué hacía un piloto de pruebas italiano bombardeando España en 1938?

1 comentario:

PacoM dijo...

👍