lunes, 25 de octubre de 2021

AÑOS DUROS Y TRISTES.




MIGUEL HERNÁNDEZ

LOS AÑOS DE PLOMO

             No lo he leído en ningún libro. Nadie me lo ha contado. Lo viví en persona, porque ya soy viejo. En los años 40 y 50 todavía había familias viviendo en cuevas excavadas en las laderas del monte Tossal y en el barranco de Benalúa; todavía había colas de hambrientos con un bote en la mano a la puerta de las cocinas de Auxilio Social; todavía abundaban por las calles los uniformes y las sotanas. Vivíamos en una España totalitaria. Los 20 de noviembre, Alicante (no Alacant, ¿eh?) se llenaba de falangistas que llevaban coronas de flores a la Casa de José Antonio, donde nos enseñaban, a los sorprendidos niños de los colegios, el lugar del patio de la antigua prisión donde se conservaban las huellas de los disparos del fusilamiento de José Antonio Primo de Rivera. Y sin embargo, nadie nos contaba la historia de los 724 fusilados republicanos de la posguerra en Alicante, ni de la razón de los exiliados. En Semana Santa se celebraban las procesiones con gran ostentación de fe y actitudes de recogimiento; y si alguien no se arrodillaba al paso de las imágenes, era amonestado por los guardias urbanos que las flanqueaban. Todos teníamos algún familiar “rojo” en la cárcel o en el extranjero. Y si esto ocurría en toda España, aquí con más razón, porque Alicante (que no Alacant) era una ciudad maldita, a la que algunos dirigentes del “régimen” (que no dictadura; eso no se podía decir) querían rebautizar como “Alicante de José Antonio”.

            El primer fusilado del franquismo fue un hombre intachable, que no había huido en el Stanbrook o el Maritime porque no tenía conciencia de haber cometido ningún delito. Me refiero a don Eliseo Gómez Serrano, director de la Escuela Normal de Magisterio y diputado de Izquierda Republicana. Los condenados lo eran por delitos como “Auxilio a la Rebelión”, por conductas que no eran delito cuando se cometieron, en una legislación demencial con efectos retroactivos.

            En 1942 (El mismo año en que mi padre salió de esa misma cárcel) murió de tuberculosis el excelso poeta Miguel Hernández. No recibió los cuidados médicos debidos y murió miserablemente, como tantos otros, después de escribir las patéticas Nanas de la Cebolla.

            Grandes poetas, artistas e intelectuales vivían en el exilio, como nuestro Rafael Altamira, que estuvo propuesto para el Premio Nobel y fue uno de los fundadores del Tribunal Internacional de La Haya. Tenía su calle en Alicante, y los franquistas no se atrevieron a quitársela, dado su prestigio internacional. Como el poeta Gil-Albert que también vivía en México. Como el comandante Amado Granell, en Argelia y Francia, que un día liberaría París de los nazis. Como nuestro alcalde Lorenzo Carbonell. Como don Franklin Albricias, presidente de la Diputación. Como el alicantino Pepe Jornet, capturado por la Gestapo e internado en Mathausen, donde sobrevivió con otros pocos españoles. Como mi tío Eusebio Oca, dibujante y maestro, que después de sufrir un prolongado cautiverio en compañía, entre otros, de Miguel Hernández, tuvo que exiliarse a Barcelona.

            Con los años, algunos de ellos terminaron volviendo a Alacant; otros decidieron quedarse a vivir en sus nuevos hogares, y muchos morirían lejos de la sombra de las palmeras y los ficus de su tierra.

            Después, terminada la Guerra Mundial y derrotados los fascismos, Franco supo aprovecharse de la Guerra Fría para acercarse a los americanos y perpetuarse en el poder. Los hay listos.

            Pero Alicante (mejor Alacant) siempre fue una ciudad con mala prensa a los ojos de los franquistas. Quizá por eso el dictador Franco solo vino una vez a Alicante en visita oficial, el 30 de mayo de 1949. Y en la sombra de la clandestinidad, heroicos militantes del Partido Comunista y el PSOE intentaban reconstruir sus partidos y eran capturados por la policía de la Brigada Político Social.

            Alacant, entonces, tenía unos 100.000 habitantes y no tenía universidad; por lo que aquí apenas llegarían noticias de las primeras huelgas y algaradas estudiantiles. Nos lo contaban Julián Antonio Ramírez y su compañera Adelita del Campo (futuros vecinos de Mutxamel), desde Radio París, que algunos escuchaban bajito, debajo de una manta.

            El 31 de julio de 1943 los alicantinos se llevaron un buen susto cuando explotó la armería El Gato, muy cercana al Ayuntamiento, causando 17 muertos. Se pensó en un atentado, pero al final se aclaró que fue un desafortunado accidente.

            En 1957 hubo una guerra silenciada y ocultada por la dictadura, a pesar de haber provocado más de 200 muertos entre los soldados españoles. Me refiero a la guerra de Ifni.  Yo, estudiante en la Escuela de Comercio, me enteré viendo a los militares del batallón San Fernando nº 11 que pasaron por el parque de Canalejas camino del puerto, para embarcarse rumbo a la guerra que nunca existió.

            Quién me iba a decir que pasaría allí 17 meses de mili en 1966-67.

             

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