HOGUERAS Y DICTADORES
Aparte
del nacimiento de las Hogueras de S. Juan, durante los siete años que duró la
dictadura de Primo de Rivera, no pasó gran cosa en Alacant, salvo la
terminación de alguna obra importante, como la Casa de Carbonell, y el
accidente que sufrió un hidroavión correo que tenía que haber amerizado en el
puerto y se estrelló contra un pararrayos de ese mismo edificio en 1925,
falleciendo sus dos tripulantes.
La
dictadura fue acogida con desconfianza pero sin una hostilidad manifiesta por
parte de la prensa y algunas organizaciones obreras (al menos la UGT), dada la
pésima política social que había desarrollado el régimen derrocado. Venía en
principio apoyada por la alta burguesía, el ejército y, sobre todo, por su
majestad don Alfonso XIII. Y lo primero que hizo el dictador fue clausurar los
partidos políticos, destituir a todos los ayuntamientos y poner gente de su
confianza, generalmente militares, al frente de los mismos. La prensa estaba
censurada, pero no se cerró ningún periódico importante. Y, aunque se controló
duramente a los anarquistas de la CNT y a los incipientes comunistas, se
procuró un acercamiento a los socialistas y su sindicato, hasta el punto de que
Largo Caballero fue nombrado consejero del Gobierno. Y mientras los dirigentes
ácratas y bolcheviques eran encerrados en el Castillo de Santa Bárbara, la Casa
del Pueblo quedó bajo el control exclusivo de los socialistas.
El
nuevo régimen surgió con una ambición populista y regeneracionista, con un
partido único que no tuvo demasiadas adhesiones y que algunos comparaban con el
régimen fascista de Mussolini. Y a pesar de que consiguió terminar con la
Guerra de Marruecos, con el desembarco de Alhucemas, y realizó obras públicas
que dieron trabajo a muchos obreros y, de alguna manera, animaron la economía,
nunca llegó a ganarse la simpatía del pueblo ni a urdir un entramado político
que la afianzase.
Tras
siete años de vacilante y huero gobierno, Primo de Rivera acabaría perdiendo la
confianza del Rey y dimitiendo, marchando al exilio y muriéndose enseguida de
su diabetes tan mal tratada como su política.
Indiferencia,
sería la palabra que mejor definiría a este periodo histórico. Y eso que en
Alicante ocurrió un prodigio que había de dar sentido a nuestras más caras
tradiciones. En 1928, un funcionario nacido en el Puerto de Santa María (Cádiz),
y que había vivido en Valencia, llamado José María Py, tuvo una gran idea:
propuso a sus contertulios de Alicante Atracción crear una nueva fiesta para
Alicante, una fiesta a imitación de las Fallas de Valencia, pero en la fecha
más idónea para ello: la Noche de San Juan, cuando tradicionalmente, los
alicantinos, como casi todos los mediterráneos, encienden hogueras a la orilla
del mar para festejar el Solsticio de Verano. Seguramente, hacía siglos que
Alacant presentía las hogueras, porque necesitaba una fiesta grande, por encima
de ferias, porrates, romerías y demás festejos, para sentirse completa. Y así
fue como la idea fue acogida de manera entusiasta por todas las fuerzas vivas
de la ciudad, y por sus artistas dispuestos a convertirse en artesanos
“foguerers”; y hasta el gobernador civil, el primoriverista Suarez Llanos, que
el año anterior prohibía las hogueras espontáneas en las calles y el
lanzamiento de petardos, en 1928 autorizaba la erección de monumentos
fogueriles artísticos y animaba a los alicantinos a colaborar en una fiesta que
sería muy atractiva para los turistas. Los primeros creadores de los monumentos
de cartón destinados a las llamas serían Gastón Castelló, Miguel Carrillo,
Melchor Aracil, José Pérez Gil, Ramón Marco, José Gutiérrez, Eduardo Fuentes y
otros conocidos artistas locales. Alacant, sin duda, había encontrado su fiesta
mayor, mientras vivía con indiferencia el declive de la dictadura y el
desprestigio del Rey. De alguna manera, entre fuegos artificiales y grandes llamaradas,
se presentían tiempos nuevos en los que el universo alicantino cobraría nuevas
dimensiones.
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