miércoles, 31 de marzo de 2021

EL TOISÓN DE ORO

EL TOISÓN DE ORO

 

            En el siglo XVI Alacant era una ciudad próspera, de unos 6.000 habitantes, con un puerto muy activo, constituido por un espigón que entraba unos 200 pasos en el mar, y un altivo y poderoso castillo artillado que se elevaba 160 metros por encima de la población, a la que protegía con unas murallas que bajaban de las alturas y la rodeaban, abriéndose por cuatro puertas: la del Portal de Elche , más allá del cual estaba el arrabal de San Francisco, con su convento franciscano y la altura de la Montañeta y su molino; el Portal de la Huerta, tras el que se desarrollaba el arrabal de San Antón y los campos de cultivo; la Puerta del Mar, que se abría al puerto y el Portal Nou, sobre el acantilado y la playa, con el Arrabal Roig, de los pescadores, que salían a la costa, donde reposaban sus barcas, por una puertecita en la muralla, “el postiguet”, que le daba nombre a la playa.

            Desde que pasó a ser ciudad, Alacant se regía por un sistema de insaculación – a suertes- entre los caballeros, de los que salía el Justicia – alcalde y juez – y los demás cargos importantes. En otros dos sacos con los nombres de los aspirantes, estaban los cargos secundarios, a obtener por los ciudadanos, entre los que se distinguía entre ciudadanos de mano mayor y ciudadanos de mano menor.

            Cuando se descubrieron y colonizaron las Indias Occidentales, las Españas habían pasado a ser la primera potencia del mundo, debido en gran parte al oro y la plata que todos los años traían a Cádiz los galeones de la Flota. Y esta riqueza redundaba en beneficio de todos, desarrollaba el comercio y beneficiaba a las ciudades portuarias, como Alacant.

            A la muerte de Fernando el Católico y la incapacidad de su hija Juana la Loca, le sucedió su nieto Carlos que, en 1516 heredaba las coronas de Castilla, con sus posesiones americanas, Aragón, con Cataluña, Valencia y demás posesiones mediterráneas, Navarra y Granada, con el nombre de Carlos I. Pero en 1520, mientras Magallanes y Elcano daban la vuelta al mundo, Carlos partía a Alemania para heredar de su  otro abuelo, Maximiliano, el título de Emperador, con el nombre de  Carlos V. Debido a los desmanes que en su ausencia cometieron los políticos flamencos que había dejado a cargo de sus reinos, estalló la revuelta de los Comuneros, que no afectó a Alacant ni al testo de las tierras aragonesas y catalanas. Pero por aquí también hubo otras rebeliones contra al joven Rey Emperador.

En 1519 se había declarado una epidemia de peste en Valencia, y los nobles y ricos de la zona se apresuraron a huir al campo, dejando las ciudades y pueblos sin autoridades responsables. De modo que fueron los gremios los que se tuvieron que hacer cargo, con el fin de defender las costas de un presunto ataque inminente de corsarios argelinos que merodeaban por el litoral. Y el ciudadano Juan Lorenzo Pirail exhortó al pueblo a gobernarse por sí mismo, puesto que no necesitaban a nobles ni ricos para hacerlo. La de las Germanías – Agermanats en valenciano - debió ser la primera revolución democrática de la Historia, si prescindimos de la de Espartaco en tiempos de la República de Roma. Y muchas ciudades y pueblos se sumaron a la rebelión, y los palacios y mansiones fueron saqueados y asesinados algunos propietarios. Orihuela y Elche se sumaron a la rebelión, pero Alacant, en su mayoría, la rechazó, mandando una carta de adhesión al rey. Un grupo de ciudadanos disconformes, dispuestos a sumar Alacant a la sublevación, exigieron  a don Francisco Pérez, militar miembro del Concejo, que dirigiera la revuelta local; pero éste se negó en redondo, y como los insurrectos hubieran puesto en su balcón la bandera de los Agermanats, mando a un criado que la echara a la calle. Los revoltosos, enfurecidos, asaltaron la casa de Pérez, en la calle de Labradores, y asesinaron al amo y al criado.

Las tropas del Marqués de Vélez y don Pedro Masa sofocaron la rebelión en toda la zona, y el Emperador premió la lealtad de Alacant, concediéndole el Toisón de Oro, que desde entonces ostenta nuestro escudo.

Habría que preguntarse la razón de que Alacant no se sumara a la rebelión, como sus vecinos de Elche y Orihuela. Quizá por aquí no había llegado la peste y por eso los nobles estaban en su sitio, o quizá el pueblo alicantino, en su mayoría marinos muy cosmopolitas y viajeros, habían comprendido sensatamente que enfrentarse al dueño de medio mundo era una locura condenada al fracaso. Quién sabe.

Fue por entonces cuando se libró la batalla de Pavía entre el Emperador y Francisco I, rey de Francia. Y éste, derrotado y prisionero, llegó al puerto de Alacant en 1525. Sería conducido a Castilla, pero entretanto se alojó en el palacio de la Puerta Ferrisa y fue muy agasajado por los notables alicantinos. Era la primera vez, en la Edad Moderna, que se recibía aquí a un rey, aunque fuera cautivo; pues nuestro Emperador jamás nos hizo una visita. 

domingo, 28 de marzo de 2021

EL ÁRBOL Y LA PIEDRA.



 EL ÁRBOL Y LA PIEDRA

 

            Hoy es 28 de marzo de 2021, en el mes 12 de la pandemia del Coronavirus. Hoy hace 82 años que el buque Stanmbrook, al mando del buen capitán Archibald Dickson, partió de Alicante hacia Orán con 3.000 refugiados republicanos. En el muelle quedaron 20.000 más, esperando en vano quién pudiera llevarlos al exilio. Al día siguiente terminó la Guerra Civil Española y los republicanos del puerto fueron hechos prisioneros y llevados al Campo de los Almendros, para desde allí ser enviados a la cárcel o a la muerte. También hace 79 años, qué casualidad, que el poeta Miguel Hernández, el mejor de los poetas, murió de miseria, desatenciones y tuberculosis en el Reformatorio de Adultos de Alicante.

            Tanto dolor merece al menos un recuerdo y el repudio del fascismo que durante tantos años iba a castigar a nuestra patria.

            Esta mañana he estado en el Campo de los Almendros, para dedicar un pensamiento y un homenaje a aquellas personas que allí sufrieron y fueron humilladas por la mala gente que nos robó la libertad. Y me he sorprendido al verme solo ante el monumento de roca viva y el almendro que plantamos hace  7 años. La pandemia ha convencido a la gente de que debe quedarse en casa. La roca sigue allí, impasible, con su leyenda de hierro, explicando el motivo de su presencia. Pero el árbol, el almendro… ¡Dios mío!, se ha convertido en un gran árbol, en un almendro enorme, tan grande que con sus ramas está abrazando a la piedra, como la vida protege a la verdad, mientras obsequia a los visitantes con multitud de magníficas almendras aterciopeladas y verdes.

            La estampa me ha emocionado y esa emoción quiero compartirla con vosotros y vosotras, mis amigos.

            Para que nunca más la violencia deshonre a estas tierras de sol y de brisa.

            Algún día, cuando pase la pandemia, os prometo daros un abrazo fraternal.

            Miguel Ángel Pérez Oca

sábado, 27 de marzo de 2021

LA FAZ DIVINA.

 


                                         El autor en la Romería de la Santa Faz (Dibujo del autor)


LA FAZ DIVINA

 

            Desde hace más de 500 años, el segundo jueves después del Domingo de Pascua, los alicantinos celebramos la multitudinaria romería de la Santa Faz. Nos ponemos el blusón negro y el pañuelo al cuello, cogemos de la fachada del Ayuntamiento una caña coronada de romero y marchamos 8 kilómetros por la carretera cerrada al tráfico rodado, hasta el Monasterio de la Verónica, donde se venera la Santísima Faz. La mayoría no entramos en el templo, abarrotado y con largas colas, y buscamos la sombra de un olivo o un algarrobo para comernos el bocata de tortilla y las habas tiernas y colocarnos unos tragos de vino de la tierra, antes de volvernos a casa. Es un acto de afirmación ciudadana. Nos sentimos más alicantinos, con o sin sentimientos religiosos; pero en esa mañana todos hacemos lo mismo. “Per a ser bon alacantí, tens de ser foguerer, herculá i en Santa Faz peregrí” dice el refrán.

            Eran los tiempos de los Reyes Católicos y Alicante ya tenía 3.000 habitantes y un puerto floreciente que atendía las necesidades de los dos reinos vecinos, unidos matrimonialmente: Castilla y Valencia. La ciudad crecía con nuevos edificios y con la reconstrucción de la iglesia de Santa María, que había sido arrasada por un tremendo incendio el 31 de agosto de 1484, en el que se habían dado varios fenómenos atribuidos a influencias milagrosas. En aquella época, los milagros y las reliquias relacionadas con ellos eran algo habitual. Y Alacant, próspera e importante, aún carecía de alguna reliquia que le diera prestigio.

            Fue por entonces cuando mosén Pedro Mena llegó de Roma para hacerse cargo de la parroquia de San Juan. Llevaba en su equipaje una imagen de Cristo, de estilo bizantino, que le había regalado el cardenal Rodrigo de Borja, futuro papa Alejandro VI. El padre Mena guardó el regalo en un baúl sin darle mayor importancia, pero en 1489 una cruel sequía asolaba los campos de la comarca, y el 17 de marzo se acordó sacar el lienzo con la Faz de Cristo en rogativa por los campos. Y al llegar al lugar donde hoy está el monasterio, al sacerdote que lo portaba en alto empezaron a pesarle los brazos, y se interpretó como un signo del Señor que quería quedarse en ese lugar, a la vez que una lágrima surgía de su ojo derecho. ¡Milagro! El 25 de marzo se organizó una nueva procesión en demanda de lluvia, que llegó a las vecindades del convento franciscano de Los Ángeles y allí, al pie de un pino muy frondoso, dio un sermón fray Benito de Valencia, probable émulo de Sant Vicent Ferrer. Y en el momento cumbre de alzar el lienzo ocurrió el prodigio: el fraile se puso a levitar “hasta el alto de una pica” y el lienzo se desdobló en tres, mientras en el cielo se formaba una nube en forma de cruz y se ponía a llover, empapando los campos sedientos.

            Los historiadores locales determinaron que tras el icono bizantino se ocultaba el verdadero lienzo de la mujer Verónica, con la impronta del rostro de Jesús, la Santísima Faz. E inmediatamente se construyó el monasterio, que acabó regentado por las monjas clarisas. Y hasta ahora.

            El caso es que Alacant ya tenía su símbolo sacro, venerado por marinos y ciudadanos. Incluso Juan Sebastián Elcano le hizo una promesa desde las turbulentas aguas del Pacífico. Y, seguramente, por la influencia ganada por el puerto y la inigualable reliquia – nada menos que el verdadero rostro del Jesús –, el rey Fernando el Católico otorgó el rango de Ciudad a la hasta entonces Villa de Alacant, el 26 de julio de 1490.

            Sin embargo no todos los miembros de la Iglesia estuvieron siempre conformes con la autenticidad de la reliquia. En 1760 hubo una gran controversia entre el jesuita José Fabiani, hermano del deán de San Nicolás y sobrino de la abadesa del Monasterio, que reclamaban un culto distinguido para la reliquia, y el resto de las órdenes religiosas de Alacant, que dudaban de su autenticidad y conspiraban contra los jesuitas, que pronto iban a ser expulsados de España. Participaron en la discusión eruditos como Mayans y Sales, alguno de los cuales sostenía que la Verónica no figura en ninguno de los Evangelios y que Verónica se deriva de los términos “Vero Icono”, o retrato verdadero. Y ese año, las órdenes religiosas se negaron a participar en la romería.

            A Alacant, el reinado de los Reyes Católicos le fue muy bien; si prescindimos de la vergüenza de ver en nuestro puerto la marcha al exilio de los judíos expulsados de España por el celo fanático de Sus Majestades Católicas. Fue una pena y una injusticia, solo superada, un siglo más tarde, con la expulsión de los moriscos y los consiguientes desmanes de la Inquisición, que nos cubrieron a los españoles de gloria. Qué le vamos a hacer.

miércoles, 17 de marzo de 2021

SANT VICENT

 

SANT VICENT

 

            Sobre la puerta de las murallas que guarecen la ciudad vieja de Vannes, en Francia, hay una hornacina con una imagen de “Saint Vincent Ferrier”, que murió en dicha ciudad en 1419, y en cuya catedral, sita en la Place Valencia, se guardan sus restos. San Vicente Ferrer (Sant Vicent para los valencianos) fue un fraile de gran influencia en la Iglesia de entonces, que sufría una grave crisis llamada Cisma de Occidente, hasta el punto de haber tres papas disputándose el solio de San Pedro. Vicent Ferrer, eminente teólogo, dio su apoyo a Benedicto XIII, el papa Luna, con sede en Aviñón, hasta que con ocasión de la elección de Martín V en Roma, en 1417, se acabó el cisma y Ferrer retiró su apoyo al papa aragonés, que acabó aislado del mundo en Peñíscola. También intervino decisivamente en el Compromiso de Caspe, que resolvió el vacío de poder habido en la Corona de Aragón a la muerte sin descendencia de Martín el Humano. Con su gran elocuencia consiguió convencer a los demás compromisarios de que nombrasen rey al Trastámara  Fernando de Antequera.

            Sin embargo, el prestigio de Ferrer se debía ante todo a la predicación incansable que realizaba mientras viajaba por todo el Orbe Cristiano. Eran famosos sus sermones y sus milagros. Y en sus intervenciones solían darse conversiones de judíos y curaciones repentinas de toda clase de enfermos y endemoniados. Algunos de estos milagros, debidos sin duda a la inventiva popular, llegan a rozar lo cómico, como aquel de un albañil que cayó de un andamio y Vicent Ferrer, entonces aún modesto frailecito, dejó suspendido en el aire mientras iba a pedir permiso a su prior para bajarlo suavemente y que no se hiciera daño. Sin embargo, su antisemitismo, por motivaciones religiosas, despertaban el odio a los judíos y moriscos, hasta el punto de darse enfrentamientos trágicos después de alguno de sus sermones. Seguramente, él no era consciente del daño que causaba a personas honorables e inocentes, pero su celo religioso se imponía a cualquier otra consideración.

            En la fachada de nuestra concatedral de San Nicolás hay una placa que conmemora la visita de San Vicente Ferrer a esta ciudad en 1411. Alacant acababa de salir de una de las terribles epidemias de peste que la asolaron en la Edad Media, y el miedo y la necesidad de consuelo religioso perduraban en el alma de los alicantinos. Y así, hacía días que por las calles se extendía la noticia: “Que ve el pare Vicent, que ve el pare Vicent”. Y una tarde, aparecía Vicent Ferrer montado en un pollino a las puertas de la villa. Lo acompañaban otros frailes y sacerdotes y lo esperaba una multitud de penitentes con la espalda descubierta para azotarse hasta sangrar. La mayoría de los judíos de la vecindad se habían apresurado a viajar a otras ciudades, a casa de algún familiar o amigo, en previsión de posibles daños; mientras otros, dispuestos a salvar sus negocios, se habían quedado para asistir a la misa y pedir el bautismo.

            Después de dormir en algún convento, como el bendito que era, Vicent Ferrer se levantaba muy temprano y se fue al estrado que habían preparado las autoridades en la portada de la iglesuela “Novella de Fora”, frente al descampado donde ya lo esperaba la totalidad del pueblo. Se decía que el orador tenía la facultad milagrosa de hablar a la vez en todas las lenguas. Y así, aunque él se expresaba en valenciano, todos lo entendían, cada cual en su idioma propio, ya fueran franceses, ingleses, italianos o borgoñones. O al menos, eso decían ellos, para no incomodarse con nadie. Pues bien, Ferrer comenzaba su discurso recomendando la modestia y la castidad a las mujeres, la honradez y la caridad a los hombres, y a los padres la conveniente educación de los niños; pero cuando el ambiente se iba caldeando, no se privaba de condenar los pecados de los paganos y en anunciar la pronta venida del Anticristo, personificado en judíos y musulmanes. Y la histeria apocalíptica iba in crescendo, y empezaban a darse los desmayos, los ataques de epilepsia, las curaciones milagrosas, los alaridos de arrepentimiento y vergüenza por pecados pasados. Y los judíos presentes se rasgaban las vestiduras y pedían el bautismo con gritos lastimeros. Y así, tras la general catarsis, el pare Vicent montaba en su pollino, bendecía a los presentes y se marchaba a otro pueblo donde la feligresía necesitase de sus consuelos.

            A Sant Vicent Ferrer se le atribuyen más de 800 milagros, y 36 años más tarde de su muerte ya era proclamado santo; aunque ya se le denominaba así en vida por parte de sus más incondicionales fieles. Él fue uno de los pilares de la consolidación de la entidad valenciana que se estaba gestando entonces, con el predominio del idioma catalán sobre el habla de aragoneses y castellanos, y convertido ya, con sus peculiaridades, en el idioma valenciano. Cada época ha tenido sus personajes emblemáticos: hoy deportistas, estrellas del rock, influenzers… En la Baja Edad Media el personaje indiscutible fue Sant Vicent Ferrer.

                                                                      

lunes, 8 de marzo de 2021

LOS DOS PEDROS.

LOS DOS PEDROS

 

            Nos dice Nicasio Camilo Jover, en su Reseña Histórica de la Ciudad de Alicante, que en 1332, cuando la invasión de los Benimerines, los musulmanes hicieron uso de la recién inventada artillería “arrojando contra los muros de Alicante pellas de fierro colado con unas máquinas hasta entonces desconocidas”. Afortunadamente, el ataque fue rechazado, pero era lo que nos faltaba, los cañones, pues unos años más tarde Alacant sería presa de una guerra dura y encarnizada entre el Rey de Castilla, Pedro I el Cruel (o el Justiciero, según el bando) y el Rey de Aragón, Pedro IV el Ceremonioso.

            Castilla no se había resignado a perder Alicante desde que Jaume II la tomó a costa de la vida de don Nicolás Pérez, alcaide de su castillo, y aprovechó la primera oportunidad que tuvo para recuperarla. Y esa oportunidad surgió con la traición del Infante don Fernando, señor de la villa, que la entregó a don Pedro I de Castilla el 8 de septiembre de 1356, a cambio de no sabemos qué vergonzoso precio.

            Un mes más tarde, las tropas catalano-aragonesas del conde de Denia tomaban la villa con el apoyo de la población, que se sentía del Ceremonioso, mientras los soldados castellanos se hacían fuertes en el castillo. Y después de un largo asedio fueron rendidos por hambre y acordaron marcharse con todos los honores. Don Pedro IV de Aragón  premió la lealtad de los alicantinos disponiendo que nunca más tendrían señor feudal y que siempre serían súbditos de la Corona.

            En abril de 1359 vino la flota castellana, fondeando en el Cabo de la Huerta, y desembarcando un contingente de soldados al mando del Maestre de Calatrava, don diego García de Padilla; pero fueron rechazados por cincuenta jinetes del comendador de Montesa, Fray Gutierre de Fábregas.

 Al mando de la plaza, no ya como señor feudal, sino como jefe militar, luchaba a favor del Ceremonioso, su hermano, el infante don Fernando, que se había reconciliado con él, con toda la desfachatez propia de la nobleza del mundo medieval. ¡Qué gente!

            En diciembre de 1362, un gran ejército castellano cayó sobre Alicante y su castillo por sorpresa, tomándolos al asalto y causando un gran destrozo y mortandad entre los habitantes y defensores de la plaza.

            En enero de 1364 las tropas aragonesas sitiaron de nuevo Alacant y, después de un largo asedio, el pueblo alicantino, harto de privaciones y siendo partidario de la corona aragonesa, se levantó contra los castellanos y los obligó a rendirse.

            La guerra terminó abruptamente cuando en 1369, en los Campos de Montiel, Pedro I de Castilla fue asesinado por su hermano bastardo Enrique de Trastamara, con la ayuda del caballero francés Duguesclín, aquel que le torció el pie al rey para que su hermano pudiera apuñalarlo a gusto, diciendo como excusa: “Ni quito ni pongo rey, solo ayudo a mi señor”. Toma ya, la gente “noble” del Medievo. A continuación, Aragón se apresuró a reconocer al fratricida como rey de Castilla, con el nombre de Enrique IV, y se acabó la guerra por Alacant.

            No sabemos si en todos estos asedios, ataques y asaltos se utilizó la recién inventada artillería, pero Alacant debió quedar muy maltrecha y diezmada de habitantes. Por aquellos tiempos, el canciller Pedro López de Ayala describía a Alacant como una villa yerma y despoblada.

            En esta época ya casi no quedaban musulmanes en el término alicantino. Según el profesor Del Estal, en la última década del siglo XIV la población mudéjar había descendido de 200 cabezas de familia a tan solo 20. El resto habían huido a Granada o al Magreb. En cuanto a los judíos, entre la guerra y los asaltos a las juderías y consiguientes matanzas ocurridas en 1391, apenas quedaban unos pocos en Alacant, donde no hubo aljama hasta mediado el siglo XV.

            El rey Ceremonioso organizó campañas de repoblación, invitando a aragoneses, catalanes, mudéjares y judíos a instalarse en la villa de Alacant; aunque la recuperación debió tardar años en completarse. Es en este tiempo cuando se construyó la Lonja de Caballeros, de estilo gótico civil, para fomentar el comercio; y que sería derribada en 1862, en plena fiebre modernizadora, porque, como dice nuestro himno: “Qué encant, este no es un poble vell, que es un nou Alacant”, para nuestra desgracia y nuestra desagradecida desmemoria.

                                                              

viernes, 5 de marzo de 2021

LAS LLAVES DE DON NICOLÁS.

 

LAS LLAVES DE DON NICOLÁS.

 

            Y la ocasión soñada por el Conqueridor se dio al fin, aunque 32 años más tarde y con otro soberano de Aragón, Cataluña, Valencia y Sicilia, su nieto Jaume II, tan grande, hercúleo e inteligente como su famoso abuelo. Y es que en Castilla había guerra civil. A la muerte de Alfonso X le sucedió don Sancho IV el bravo, su segundo hijo, ya que el primero, don Fernando de la Cerda, había fallecido con anterioridad. Así lo disponía el derecho consuetudinario castellano, aunque  según el Derecho Romano, en el que Alfonso X se basó para su Código de las 7 Partidas, eran los herederos del primogénito fallecido quienes ostentaban el derecho de sucesión. La pronta muerte de don Sancho, aun empeoró las cosas y estalló una guerra civil en Castilla, entre los aspirantes de la familia La Cerda y el hijo de Sancho, Fernando IV, un niño a la sazón, regentado por la enérgica doña María de Molina. Don Alfonso de la Cerda había pedido ayuda a don Jaume II, cediéndole el Reino de Murcia, Alicante incluido, si le ayudaba a obtener la corona de Castilla. Y don Jaume, que era un joven de 29 años, sediento de poder y de conquista, acudió enseguida a Alicante, con una fuerte flota catalana y un numeroso ejército.

            La población de la ciudad se le entregó fácilmente, pues estaba compuesta por una mayoría de aragoneses y catalanes deseosos de ser súbditos de su reino. Pero el castillo era otra cosa. Su alcaide, don Nicolás Péris (o Pérez para los castellanos) era un hombre de mediana edad, muy enérgico y dispuesto a defender los derechos de su rey Fernando. Y se negó a entregar el fuerte.

            Jaume II, impaciente por asentar la plaza y marchar a la conquista de Murcia, no esperó a sitiarlo, sino que lo quiso tomar al asalto. Derribó con un ariete un lienzo de la muralla del albacar, y los aragoneses y catalanes, con su rey a la cabeza, entraron por la brecha en tromba.

            Según el cronista Ramón Muntaner, testigo de los hechos, el asalto resultó ser especialmente sangriento. El rey, blandiendo su gran espada, iba en cabeza, y en un arrebato de furia que solo su caballero Berenguer de Puigmoltó apenas podía refrenar, sujetándolo por las ropas y permitiendo que otros caballeros lo acompañaran, hizo una carnicería entre sus enemigos. Uno de los castellanos atravesó el escudo del rey con un puñal, pero éste, tirándolo al suelo de un golpe le clavó la espada por la nuca hasta sacar la hoja por entre los dientes (qué bruto, ¿verdad?). Después sacó la espada y le arrancó un brazo a otro enemigo, de un solo tajo. Y aún mató a cuatro más. Entonces, en lo alto de la brecha, apareció don Nicolás Peris, que retó al rey en duelo singular para evitar más derramamiento de sangre. El que matase al otro sería el dueño del castillo, y llevaba la espada en la diestra y las llaves de la fortaleza en la otra mano.

            Pero el que tenía enfrente era una fuerza de la naturaleza, y una lluvia de golpes y estocadas dieron al desgraciado don Nicolás por tierra, malherido. Y los caballeros de don Jaume lo remataron y lanzaron su cadáver al foso para que se lo comieran los perros, por haber tenido la osadía de desafiar a un rey. Dice la leyenda que hubo que cortarle la mano que, aun muerta, se negaba a entregar las llaves.

            La Senyera fue izada en la torre más alta. Don Jaume II perdonó la vida a los defensores del castillo y celebró su victoria con un trago de vino compartido con todos los contendientes de uno y otro bando.

            Yo no puedo por menos que dedicar una reflexión al pueblo, aquel que descendía de los viejos iberos, que había sido ocupado, pero respetado, por cartagineses, romanos, godos, bizantinos, y árabes, y ahora formaba parte de los braceros agrícolas de la zona, a la orden del señor del norte que poseyera la tierra que siempre había sido suya. En un libro anterior me figuré esta escena que no me resisto a reproducir.

            Desde una cercana huerta, dos siervos musulmanes contemplan el asalto del castillo.

            -Ya han entrado los catalanes – dice uno con gesto fatalista.

            -Pues, vaya – le contesta el otro, contrariado –, con lo que me costó aprender la lengua de mis señores castellanos y ahora tendré que hablar con los nuevos amos en catalán.

            Era el 22 de abril de 1296, y desde entonces esta ciudad se llamó Alacant.