Ayer vi, por
enésima vez, una película maravillosa en la tele. Se trata de GANDHI, de
Richard Atemborouch, con un genial Ben Kinsley interpretando al padre de la no
violencia. ¿Os imaginais al Mathama intentando acabar con la lucha fratricida
entre hindúes y musulmanes haciendo dibujitos con lápices de colores? Dibujitos
en los que se viera un mundo ideal en el que unos y otros vivieran en paz. Él
no hizo eso, evidentemente, él puso en peligro su propia vida ayunando hasta
que, vencidos por su superioridad moral, los violentos abandonaron las armas.
El actuó. ¿Os imagináis qué hubiera hecho Gandhi si una pandemia de coronavirus
hubiera azotado el mundo en su tiempo? Él hubiera actuado, él, seguramente, hubiera
forzado a los irresponsables a evitar las reuniones en locales cerrados, a
llevar mascarilla y guardar las distancias, a lavarse las manos y desinfectar
la ropa. Les hubiera dicho: “Ayunaré hasta morir, a menos que hagáis lo debido
para derrotar al virus” (y seguramente, dadas las mentalidades actuales,
hubiera muerto). No, no hubiera utilizado lápices de colores y gomas de borrar
para pintar un mundo mágico donde los virus no pudieran atacarnos. No. No lo
haría.
Por
eso, cuando una queridísima amiga escribió un artículo en el que decía que
quisiera tener unos lápices de colores y una goma de borrar mágica, para pintar
un mundo libre de tragedias, yo no me pude contener, y escribí un comentario a
su texto, en el que le decía que los lápices de colores no sirven para nada en
el mundo real, que lo que hay que hacer en busca del mundo ideal es actuar en
consecuencia, trabajar para cambiar realmente las cosas, en este caso, evitando
las reuniones en locales cerrados, usando mascarilla y demás.
La
respuesta, por parte, más que de ella, de sus amigas y presuntas protectoras,
fue contundente: Se me acusó de haberle
lanzado una “sarta de reproches paternalistas, condescendientes, manipuladores
y machistas”. Yo ya estoy acostumbrado a que se me tache de todo (hasta hay
quien me llamó mequetrefe), así que no me altero por eso. Constato, eso sí, que
cuando uno hurga en la conciencia y en la debida responsabilidad de los que
prefieren mirar para otro lado, el escozor de conciencia no les deja dormir, y
se revuelven como gatos panza arriba.
Pues
lo siento, pero no voy a callarme. Porque tengo la obligación (tendríamos
todos) de aprender de Gandhi. Y siento mucho haber ofendido a quienes tanto
apreciaba, pero, según mi opinión, el mundo no se arregla con lápices de
colores, ni con paños calientes.
Miguel Ángel Pérez Oca.