lunes, 30 de noviembre de 2020

GANDHI Y LOS LÁPICES DE COLORES.

 


 

            Ayer vi, por enésima vez, una película maravillosa en la tele. Se trata de GANDHI, de Richard Atemborouch, con un genial Ben Kinsley interpretando al padre de la no violencia. ¿Os imaginais al Mathama intentando acabar con la lucha fratricida entre hindúes y musulmanes haciendo dibujitos con lápices de colores? Dibujitos en los que se viera un mundo ideal en el que unos y otros vivieran en paz. Él no hizo eso, evidentemente, él puso en peligro su propia vida ayunando hasta que, vencidos por su superioridad moral, los violentos abandonaron las armas. El actuó. ¿Os imagináis qué hubiera hecho Gandhi si una pandemia de coronavirus hubiera azotado el mundo en su tiempo? Él hubiera actuado, él, seguramente, hubiera forzado a los irresponsables a evitar las reuniones en locales cerrados, a llevar mascarilla y guardar las distancias, a lavarse las manos y desinfectar la ropa. Les hubiera dicho: “Ayunaré hasta morir, a menos que hagáis lo debido para derrotar al virus” (y seguramente, dadas las mentalidades actuales, hubiera muerto). No, no hubiera utilizado lápices de colores y gomas de borrar para pintar un mundo mágico donde los virus no pudieran atacarnos. No. No lo haría.

            Por eso, cuando una queridísima amiga escribió un artículo en el que decía que quisiera tener unos lápices de colores y una goma de borrar mágica, para pintar un mundo libre de tragedias, yo no me pude contener, y escribí un comentario a su texto, en el que le decía que los lápices de colores no sirven para nada en el mundo real, que lo que hay que hacer en busca del mundo ideal es actuar en consecuencia, trabajar para cambiar realmente las cosas, en este caso, evitando las reuniones en locales cerrados, usando mascarilla y demás.

            La respuesta, por parte, más que de ella, de sus amigas y presuntas protectoras, fue contundente: Se me acusó de  haberle lanzado una “sarta de reproches paternalistas, condescendientes, manipuladores y machistas”. Yo ya estoy acostumbrado a que se me tache de todo (hasta hay quien me llamó mequetrefe), así que no me altero por eso. Constato, eso sí, que cuando uno hurga en la conciencia y en la debida responsabilidad de los que prefieren mirar para otro lado, el escozor de conciencia no les deja dormir, y se revuelven como gatos panza arriba.

            Pues lo siento, pero no voy a callarme. Porque tengo la obligación (tendríamos todos) de aprender de Gandhi. Y siento mucho haber ofendido a quienes tanto apreciaba, pero, según mi opinión, el mundo no se arregla con lápices de colores, ni con paños calientes.

 

                                                                       Miguel Ángel Pérez Oca.