miércoles, 26 de mayo de 2021

LOS BARCOS POR LAS PAREDES.

 



LOS BARCOS POR LAS PAREDES

 

            Hay un estupendo trabajo de investigación del arqueólogo Pablo Rosser sobre unos grafitis descubiertos en la finca Capistol, de la huerta alicantina. Consisten en dibujos de barcos del siglo XVIII pintados en las paredes de algunas habitaciones. También encontramos dibujos de barcos de esa época en el piso más alto de la torre que hoy día acoge al restaurante Las Rejas, una de esas torres de defensa que se  reparten por nuestra huerta de la Condomina. Y también podemos encontrar grafitis de ese tipo en la bóveda de la que hoy es sala de exposiciones a la entrada del Castillo de Santa Bárbara. ¿Por qué tantos barcos por las paredes? Y todos con el perfil típico de los barcos de guerra del siglo XVIII. Parece que algunos improvisados dibujantes plasmaron lo que veían desde sus aposentos, ya fuera en lo alto de una torre de la huerta o desde las almenas de nuestro castillo. Y uno se pregunta qué acontecimiento extraordinario pudo llamar a tanto artista a pintar barcos, en una zona donde los barcos forman parte del paisaje cotidiano.

            Pero todo tiene una explicación. No es lo mismo ver un barco atravesar las olas, rumbo al puerto, que ver nada menos que 500 barcos de guerra llenando nuestra bahía. Y es que en junio de 1732 una gigantesca flota se reunió en Alacant para marchar sobre Orán y Mazalquivir, plazas españolas desde tiempos de los Reyes Católicos, perdidas en los avatares de la Guerra de Sucesión, y en manos de los turcos y argelinos que amparaban a los piratas que asolaban regularmente nuestros campos y pueblos de la costa.

            Felipe V tenía fama de melancólico (hoy diríamos que padecía una profunda depresión), probablemente desde la muerte, víctima de la viruela, de su hijo Luis I, lo que le obligó a volver a ocupar el trono de España, al que había abdicado en su favor. El rey triste y apático necesitaba recuperar el prestigio político y para ello sus consejeros le impulsaron a realizar una campaña bélica que recuperase las plazas perdidas del norte de África. Pero para ello se necesitaba dinero, mucho dinero, y el Rey confió al más aguerrido de sus marinos, don Blas de Lezo (que en 1741 se cubriría de gloria en la defensa de Cartagena de Indias contra los ingleses), para que marchase con la flota a recuperar un millón y medio de pesos que la República de Génova debía al Estado Español, y que los genoveses no querían abonar porque reconocían como rey, todavía, al aspirante Absburgo de la pasada Guerra de Sucesión. Blas de Lezo, un hombre de una heroicidad casi demente, cojo, manco y tuerto en pasadas hazañas bélicas, se presentó ante la ciudad italiana y conminó a sus autoridades a abonar la deuda inmediatamente o caer bajo las andanadas de los cañones de sus barcos. Los banqueros genoveses se apresuraron a pagar, y con este dinero se armó la flota que se reuniría en la bahía alicantina. Nada menos que 500 barcos, entre los que figuraban 12 navíos de línea, 50 fragatas, 7 galeras, 26 galeotas, 4 bergantines, 97 jabeques, 109 barcos de transporte de tropas y una gran cantidad de lanchas cañoneras, buques bomba y otras naves menores y auxiliares. La expedición estaba al mando de don José Carrillo de Albornoz, conde de Montemar, y transportaba a 30.000 soldados, con sus caballos, artillería, bastimentos y comestibles para la campaña.

            Tamaño espectáculo jamás se había dado en nuestra bahía ni nunca se volvería a ver. Por eso hubo tanto dibujante aficionado que, desde un mirador adecuado, se dedicó a dibujar barcos en las paredes.

            La ciudad de Alicante contaba entonces con 12.000 habitantes, muchos de los cuales hicieron grandes negocios proporcionando suministros a la flota y atendiendo a los futuros combatientes.

            En esta expedición participaba un guardiamarina residente en Alicante, muy cerca del Ayuntamiento, donde hoy hay una placa conmemorativa. Me refiero al que un día sería almirante, científico, embajador y espía, el gran alicantino Jorge Juan y Santacilia.

            La Expedición fue un éxito, partió de Alacant el 16 de junio de 1732 y a primeros de julio, Orán y Mazalquivir ya eran de nuevo plazas españolas.


LA MINA.

 



LA MINA

 

            El caballero D’Asfeldt era un general borbónico que llegó a Alacant poco después de la Batalla de Almansa. Venía con su ayudante, el coronel Ronquillo, y una tropa de 19.000 hombres, que plantaron su campamento en una línea que comenzaba en la ermita de Los Ángeles y terminaba dos kilómetros más al SO., según se puede ver en el plano titulado Plan of the City and Castle of Alicant de Findals y Rapins, en History of England . Venían de quemar Xátiva y tomar Denia y estaban decididos a conquistar Alicante para Felipe V. En Xátiva cuelgan boca abajo el retrato del rey Felipe V por la salvajada pirómana de D’Asfeldt, pero los alicantinos tenemos que reconocer que, sin embargo, a nosotros nos libró de los ingleses. Si no hubiera sido por ese caballero y sus hombres, Alicante, junto a Gibraltar y Menorca, hubiera formado parte de la rapiña geográfica del Imperio Británico.

            La Batalla de Almansa (25 de abril de 1707) fue el gran descalabro austracista que dio la victoria a los Borbones y les abrió el Reino de Valencia, cuya capital se rendía el 4 de mayo. Es curioso que en esa batalla, que tan funesto resultado tendría para los valencianos, no luchó un solo maulet en defensa de sus queridos fueros. Solo hay constancia de unos pocos ciudadanos de Xixona que lucharon como exploradores a caballo… ¡para el bando borbónico! Son datos que no se suelen recordar por los nacionalistas. Porque no nos engañemos, aquella era una guerra internacional, por intereses dinásticos y aristocráticos, y en un lado luchaban soldados profesionales ingleses, portugueses, hugonotes franceses y austriacos, mientras en el otro iban franceses y españoles del interior de la Península. Nadie, allí, luchaba por patriotismo.

            El día 29 de junio, Felipe V abolió los fueros y desapareció la figura del Justicia elegido por insaculación, entre los nobles locales, para ser sustituida por la de Corregidor, nombrado a dedo por el Rey, entre los mismos nobles. En el fondo, no había cambiado nada en el viejo régimen, aparte de una cierta modernización administrativa y una férrea centralización, que fortalecía al Estado, a imitación de lo preconizado por Luis XIV de Francia, aquel que dijo: “El Estado soy yo”.

            Bueno, pues en diciembre de 1708, D’Asfeldt, Ronquillo y sus soldados se presentaron ante Alacant. E inmediatamente tomaron la ciudad al asalto, con la simpatía de los alicantinos borbónicos. Pero el Castillo era otra cosa. Defendido por el jefe Richard, un inglés católico que no se llevaba demasiado bien con sus subordinados, anglicanos, a los que tenía que demostrar a todas horas su patriotismo, no se dejó amilanar por el enemigo y se propuso resistir a toda costa.

            D’Asfeldt quiso solucionar el asunto rápidamente y por la tremenda, ante el temor de que los sitiados recibieran ayuda de la flota británica, que ya lo había intentado infructuosamente en una ocasión. Y mandó construir bajo la Cara del Moro un túnel muy profundo, que iba a cargar  el 14 de febrero de 1709 con 1.200 quintales de pólvora. El tío quería volar todo el monte Benacantil con su castillo, y casi lo consigue.

            Richard no cedió a la amenaza y provocaba a los borbónicos con bravatas desde la torre del homenaje, de manera que a las 4 de la mañana del día 4 de marzo de 1709, el coronel Ronquillo encendió la mecha, mientras los oficiales ingleses celebraban un desafiante banquete con el poco vino y la escasa carne de caballo que quedaban en la miserable despensa.

            Los testigos relatan que no se oyó ningún estruendo, sino que la tierra, por todo el Benacantil, se puso a temblar como si de un terremoto se tratase, y la torre del homenaje, con todos los jefes ingleses dentro, saltó por los aires, con otras torres y baluartes de la fortaleza, en medio de una nube de humo negro que rezumaban las grietas en la roca. También resultaron destruidas muchas casas de la población y muertos ochenta alicantinos. El monte, cuarteado desde entonces, resistió, aunque a la Cara del Moro se le cayó un pedazo de nariz. Por lo visto, los ingenieros franceses habían subestimado la potencia de sus explosivos.

            Los supervivientes de la explosión, unos 600 soldados, cabos y sargentos (oficiales no había quedado ni uno), aguantaron todavía mes y medio en el castillo en ruinas, hasta que la flota británica vino a por ellos y los borbónicos los dejaron embarcarse con todos los honores.

            Así fue como Alacant se libró de ser un segundo Gibraltar.

 

domingo, 16 de mayo de 2021

OS ESPERO EL 27

 Pienso que el próximo día 21 de este mes de mayo, viernes, se inaugura la Feria del Libro de Alicante en la Plaza de Séneca, y que estará abierta hasta el domingo día 30. Yo participaré el día 27, jueves, en la caseta de la editorial ECU de 19 a 21 h. firmando mi última novela de ciencia-ficción "ADANA, LA MUJER PERFECTA", la tercera edición de mi "25 DE MAYO, LA TRAGEDIA OLVIDADA" y otros libros míos de esta editorial. Me gustaría veros por allí, después de la larga ausencia que nos ha impuesto esta larga pandemia. OS ESPERO.

Puede ser una ilustración de texto que dice "MIGUEL ÁNGEL PÉREZ OCA ADANA ECU LA MUJER PERFECTA Narrativa JULIO 2020"
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miércoles, 12 de mayo de 2021

POLÍTICA, GUERRA Y ENDOGAMIA.

 


 

1700. Empieza el siglo XVIII y se arma el follón. Muere el desgraciado Carlos II, deforme, retrasado, epiléptico, estéril, enfermo de mil males y, según el pueblo, Hechizado, a la temprana edad de 39 años, víctima sin duda de la disparatada endogamia de las familias reales europeas. Ha muerto sin hijos que pudieran heredarle. En su testamento nombraba heredero del trono a su sobrino nieto Felipe de Borbón, Duque de Anjou, nieto a su vez de Luis XIV de Francia, mientras el Emperador y la mayoría de los países europeos, recelosos del poder francés, se muestran partidarios del Archiduque Carlos de Habsburgo, bisnieto de Felipe III, que fuera abuelo de Carlos II. ¿Veis la endogamia? Y se arma la Guerra de Sucesión Española, a la vez civil y europea, en la que se enfrentan españoles partidarios de uno y otro aspirante; y países europeos, como Austria e Inglaterra apoyan al Habsburgo, y Francia, naturalmente, al Borbón.

Por estas tierras el pueblo se divide en dos bandos: Los maulets, gente del pueblo modesto, herederos de los Agermanats y defensores de los Fueros y la enrevesada forma de gobierno de los Austrias; y los botiflers (nombre quizá derivado de la flor de lis de los borbones, en la forma de Beauty Flour), partidarios de los Borbones y su forma, supuestamente moderna, de gobernar.

            Lo sorprendente es que el pueblo alicantino, que 13 años antes había sufrido el cruel bombardeo de la flota francesa, se muestre ahora abiertamente botifler. Quizá la influencia de una nutrida colonia francesa de comerciantes influyera en ello; y el carácter cosmopolita de los alicantinos, muchos de ellos experimentados navegantes, conocedores del extranjero y de las novedades políticas. De todos modos, a pesar de la adhesión a Felipe V expresada solemnemente por el Concejo alicantino,  había personas influyentes, como don Álvaro Escorcia que, más o menos disimuladamente, esperaban la ocasión de apoyar a los austracistas.

            Así que la misma flota francesa que había bombardeado Alicante, al mando del mismo almirante D’Estrees, vino a visitar la ciudad trayendo como ilustre pasajero al  infante don Luis Alfonso de Borbón, que fue recibido con grandes muestras de júbilo. Se dice que D’Estrees no se atrevió a bajar a tierra por temor a represalias.

            En 1706, una tropa de maulets capitaneados por Francisco de Ávila, intentaron asaltar o sitiar Alacant. Sus emisarios fueron echados a cajas destempladas por las autoridades alicantinas que los trataron como a mendigos indignos de parlamentar con verdaderos militares, y la artillería del castillo se encargó de disuadirlos de su empeño. El Mariscal de Campo don Daniel Mahoni había traído, en nombre del Rey Borbón, una numerosa tropa de soldados franceses y había cerrado con una nueva muralla el arrabal de San Francisco; así que la ciudad estaba bien defendida, y los maulets tuvieron que retirarse.

            Sin embargo en julio de ese mismo año, una flota inglesa de 54 barcos se plantó ante Alacant, mientras los austracistas locales, capitaneados por Escorcia, al mando de mil voluntarios, se apoderaban de la huerta y de la playa de la Albufereta, para el desembarco de tropas inglesas. Llegaron más barcos ingleses y más voluntarios austracistas, esta vez de Elche, y la flota atacante inició un tremendo bombardeo. Después de varios días de castigo artillero, derribadas partes de la muralla, las tropas inglesas entraron al asalto y tomaron la ciudad, cometiendo toda clase de desmanes y fusilando a todo el que cogieron con armas en la mano. Mahoni y sus soldados se refugiaron en el Castillo de Santa Bárbara, con algunos civiles borbónicos.

            Mahoni aguantó el sitio hasta  el 6 de septiembre, cuando se quedó sin municiones y acabó negociando una rendición honrosa, embarcándose con su tropa y los notables locales, rumbo a Cádiz. Los ingleses quedaron dueños de Alacant, donde permanecieron sin ser combatidos por el enemigo hasta diciembre de 1708.

            Hay un testimonio de esta ocupación inglesa de Alicante, facilitado nada menos que por Daniel Defoe, el autor de Las Aventuras de Robinson Crusoe, en una novela autobiográfica titulada Las memorias de guerra del capitán George Carleton, que sitúa a su personaje en el castillo de Santa Bárbara durante los días de la Batalla de Almansa.

martes, 4 de mayo de 2021

EL BOMBARDEO DE 1691

 


EL BOMBARDEO DE 1691

 

            El muro del Arrabal Roig, la iglesia de San Nicolás, el Convento de los Jesuitas (hoy de las Monjas de la Sangre), la Casa de la Asegurada (hoy Museo de Arte Contemporáneo), son monumentos del siglo XVII en Alicante. Este es un siglo contradictorio. Es el Siglo de Oro de las artes y las letras: El Quijote, el teatro de Lope y Calderón, la pintura barroca que hoy se guarda en el Museo del Prado. Y a la vez, la decadencia económica y social, que tan bién retrata la novela picaresca, desde que los campos dejaron de ser trabajados por los diligentes moriscos expulsados, y el oro americano, en lugar de incentivar la economía, la industria y el comercio, se iba a Europa para pagar deudas suntuosas y productos elaborados. Es el tiempo del reinado de los Felipes tercero y cuarto, y del desgraciado Carlos II. Ellos son la estampa de la decadencia y de un tiempo triste. Se ve en estos reyes crepusculares la huella de la endogamia feroz de los Absburgo, y para Alicante termina con el fin de una época, de manera desastrosa. Aún hoy podemos ver las huellas de su epílogo: los impactos de la artillería francesa en los muros de la iglesia de Santa María, incluso con algún  proyectil incrustado en la piedra desde hace  4 siglos, y en los altos de los contrafuertes de San Nicolás. Fue para esta ciudad un tiempo lleno de desgracias: una plaga de langosta en 1640, que arruinó los campos, y varias epidemias de peste negra, en 1559, 1648 y 1680, que vistieron de luto a los alicantinos; indumentaria que compartían con el resto de los españoles en este tiempo donde el poder, la fe obtusa, la molicie de los privilegiados y la miseria se disputaban el Imperio.

            El Rey Hechizado, Carlos II, languidecía en su alcázar de la corte madrileña, y el Rey Sol resplandecía en Versalles, cuando una poderosa escuadra fondeó frente a Alacant. Se trataba de la flota francesa, comandada por el almirante D’Estrees. Contaba con más de 50 naves, entre las que destacaban 14 navíos de línea, fuertemente artillados, y 25 galeras. Era el 21 de julio de 1691. Hacía dos años que Luis XIV había declarado la guerra a España, y ahora iba a demostrar su poderío. Y Alacant estaba pobremente defendido, pues la penuria había impedido realizar las necesarias obras de fortificación de la ciudad y su castillo, que solo contaba, para su defensa, con cuatro compañías de soldados austriacos.

            Los alicantinos formaron apresuradamente un cuerpo de paisanos en armas que guarecería el castillo, mientras los austriacos bajaban a defender la ciudad. Se construyeron parapetos con sacos terreros, y todos se aprestaron a resistir el ataque inminente.

            El almirante francés mando una lancha, al amanecer del día 22, para entregar un mensaje conminando a la rendición. El Justicia y toda la corporación rechazaron la amenaza y mandaron abrir fuego a las baterías del Fuerte de San Carlos (en la actual Plaza de Canalejas) y del castillo, mientras los navíos franceses, en orden de batalla, se aproximaban peligrosamente, disparando todos sus cañones. Las galeras se dirigieron a la playa de Agua Amarga y desembarcaron 600 infantes, para sitiar la ciudad. 200 paisanos alicantinos quisieron hacerles frente, pero la artillería naval francesa los desbarató a la altura de Babel, causándoles muchas bajas. Al anochecer, Alacant ardía en todo su frente marítimo, después de recibir cerca de mil proyectiles. A la mañana del 23 prosiguió el bombardeo, mientras los frailes del convento de San Francisco, a extramuros, y algunos soldados austriacos intentaban repeler a los infantes franceses. La ciudad ardía ya por los cuatro costados, incluido el nuevo Ayuntamiento, inaugurado hacía poco. Ya se  habían recibido tres mil impactos, cuando en una batalla cuerpo a cuerpo, los alicantinos, con grandes pérdidas, consiguieron rechazar a los franceses desembarcados. El 24, D’Estrees invitó de nuevo a rendirse a los defensores, pero éstos, ya sin apenas municiones y con muchos muertos y heridos, se negaron rotundamente, y siguió el bombardeo. Y el 25, cuando ya todo parecía perdido y la ciudad era un montón de escombros e incendios, apareció por el Cabo de la Huerta la armada de 80 barcos del conde de Aguilar, que venía en socorro de Alacant. Y los franceses se apresuraron a levar anclas y partir hacia el sur.

            Habían sobrevivido solo 743 cabezas de familia, de los 1215 que  poblaban la ciudad, que entonces contaba (o había contado) con unos 5500 habitantes. El Rey mandó un socorro de 4000 doblones de oro para la reconstrucción, y se comenzó la edificación del que hoy es nuestro Ayuntamiento, que no se acabaría hasta 1760, a causa de las guerras que se avecinaban tras la muerte, ya próxima, del rey Hechizado. Estaba a punto de comenzar un nuevo siglo y una nueva época.