viernes, 28 de enero de 2022

DE VACA, VACUNA.

 


LA HAZAÑA DE UN MODESTO MÉDICO RURAL.

             La epidemia había asolado, una vez más, la campiña británica. Eran tantos los hombres y mujeres de aquellas tierras con huellas en el rostro de las pústulas pasadas, que aquel o aquella que tenía la faz limpia de cicatrices llamaba la atención y podía presumir de su condición afortunada. El doctor rural Edward Jenner se sentía impotente ante la horrorosa enfermedad que a tantas personas se había llevado el año anterior, y la duda sobre la utilidad de su profesión corroía su conciencia de buen cristiano.

            Ante una jarra de espumante cerveza, sentado a una mesa del pub del pueblo, conversaba con el señor Smith, secretario del ayuntamiento. A través de la ventana veían pasar a los transeúntes, muchos de ellos con huellas recientes en la cara.

            -Las muchachas han perdido su belleza juvenil y solo unas pocas podrán enamorar a un hombre que, a su vez, haya sido agraciado con un rostro limpio de secuelas - decía el secretario-. Y aun así todavía son afortunadas. Muchas jóvenes han muerto en la pasada epidemia…

            -Sí, señor Smith, es una cuestión candente hallar la cura de esta maldita viruela – razonó el doctor.

            -Este año solo se van a casar las lecheras…

            -¿Las lecheras? ¿Por qué las lecheras? – preguntó, intrigado, Jenner.

            -¿No lo sabe usted? ¿Acaso atendió a alguna vaquera durante la epidemia?

            Y el doctor se quedó pensativo, repasando su memoria.

            -Pues no, es cierto, ninguna de las lecheras de mi distrito padeció la enfermedad.

            -Nunca la padecen. Si quiere le enseño el registro de los últimos años. En las listas se figura la profesión. Ya verá que en ninguna aparece una ordeñadora de vacas.

            Y al doctor se le encendió una luz en los ojos.

            -Pues si no se contagian debe ser por alguna razón…

            -Y es raro – remató el secretario –, porque sí que se contagian de la viruela vacuna, y muchas de ellas padecen sarpullidos en las manos y muñecas, de la misma clase de pupas que les salen a las vacas en las ubres.

            Y un silencio profundo se apoderó del médico Jenner. Estaba pensando, mientras apuraba sorbos de su cerveza, hasta vaciar la jarra.

            -Escuche, amigo Smith, si inoculásemos a todos los habitantes de este pueblo con líquido de las pústulas de una lechera infectada, quizá todos quedarían inmunizados como ellas, ¿no le parece?

            Y el funcionario se encogió de hombros.

            -Bueno, el médico es usted. Pero por mi parte yo haría que el ayuntamiento le facilitara la labor. Si tiene usted razón, se podrían salvar tantas vidas… y tantos rostros bonitos…

            -Pues voy a estudiar el caso y haré unas pruebas para ver si ese método preventivo podría ser útil, aunque tengo alguna duda.

            -Pues no dude, amigo mío, que lo veo salvando a la Humanidad, con el orgullo de ser el descubridor de… ¿Cómo llamaría usted al método de su invención?

            -Pues… “inoculación de viruela vacuna para prevenir la viruela humana…” o algo así.

            -Yo creo que debería ser más breve: de vaca, Vacuna.

 

                                                                       Miguel Ángel Pérez Oca.

                                                                               (500 palabras)

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martes, 25 de enero de 2022

POETAS CON CHAQUETA Y CORBATA.

 

            Una querida amiga, excelente poetisa, nos comunica que ha sido invitada por un prestigioso club literario de una conocida entidad cultural madrileña a efectuar un recital de sus obras. Naturalmente, me apresuro a felicitarla, aunque al leer la invitación al acto observo algo que me choca mucho: Se dice al pie del escrito que el atuendo apropiado para los caballeros es la chaqueta y la corbata; y que no se permitirá el acceso de quien no cumpla este requisito. Y a mí me produce hilaridad esta norma tan ajena al que yo entiendo espíritu poético. Estamos en pleno siglo XXI y esta norma me retrotrae al XIX o, todo lo más, a principios del XX. ¿Se imaginan ustedes al gran Miguel Hernández con chaqueta y corbata? ¿Habrían admitido al oriolano con sus alpargatas y su pantalón de pana en ese lugar exquisito? Desde mi perspectiva personal, me imagino a los asistentes al recital disfrazados de vendedores de pisos de una agencia inmobiliaria, que creo que es la única profesión en la que se exige la corbata y la chaqueta como uniforme de trabajo. Ay, qué risa. Supongo que los distinguidos miembros de ese excelso club deben ser viejecitos muy conservadores, adoradores de los juegos florales y las odas a la patria chica, a las flores y los pajaritos, al amor casto y las viejas heroicidades… En fin, lo siento mucho, pero yo no podría asistir a un recital con esos condicionantes, donde no se admitiría la entrada al más grande de los poetas españoles. Qué le vamos a hacer.

miércoles, 19 de enero de 2022

LA EVOLUCIÓN DE LAS ESPECIES.




EL PAÑUELO DEL NATURALISTA.

            El capitán FitzRoy del HMS Beagle era un hombre muy creyente. En su camarote podríamos haber encontrado instrumentos de navegación, mapas, pero un solo libro: la Biblia. Impaciente, paseaba por cubierta hecho un manojo de nervios.

            -Vamos a perder la marea y no podremos zarpar hasta dentro de 12 horas si  Charly no regresa de una vez de esa maldita isla.

            Afortunadamente, una chalupa surgió por entre los arrecifes y se dirigió al navío de Su Majestad, mientras, a la orden del capitán, comenzaban a oírse las voces de mando a los gavieros, a los servidores del cabestrante que hacían girar para recuperar el ancla, y a los timoneles.

            -Gracias a Dios, ya está aquí nuestro naturalista. Seguro que viene mareado y con unos cuantos bichos para su colección – murmuró FitzRoy, mientras un joven demudado por el mareo era ayudado por los marinos a subir al barco varias jaulas.

            -Perdone, capitán – decía, conteniendo a duras penas las náuseas -, me he entretenido capturando este pájaro maravilloso.

            -¿Maravilloso? – preguntó el capitán con cierto aire de burla – Pero si es un pinzón, un vulgar y triste pinzón. Y ya tiene usted más de 10 jaulas llenas de esos malditos bichos…

            -Pero, señor, cada uno procede de una isla distinta y ellos también son diferentes. ¿Ha visto la forma y tamaño de sus picos? ¿Y sabe por qué son distintos? Porque sus alimentos también lo son. Éste, por ejemplo se alimenta de esto.

            Y sacando de un bolsillo un pañuelo verde, lo extendió ante el capitán, mostrando unas cuantas flores de cactus.

            -¿Y qué? - preguntó el jefe.

            -Pues que cada raza de estos pájaros tiene el pico adaptado a su alimento habitual. Éste liba el néctar de las flores de cactus. Pero abajo tengo otros que comen semillas, insectos y hasta chupan sangre de aves marinas. Y cada uno tiene el pico más adecuado a su alimento.

            -¿Y qué?- repitió el capitán -. A cada cual la Providencia Divina ha dado la mejor herramienta para alimentarse.

            Pero el joven naturalista negaba lentamente con la cabeza.

            -No, señor. Todos estos pájaros descienden de un mismo grupo primitivo, llegado hace muchos años del continente. Pero la Naturaleza seleccionó a sus descendientes según los alimentos que encontraron en las distintas islas.

            -¿Cómo es eso?

            -Pues imagine usted que una pareja tiene varias crías. Una de ellas será la que, por ejemplo, tenga el pico más grande y fuerte para partir semillas. Se alimentará mejor que sus hermanos y se reproducirá más; y sus crías heredarán esta característica, prevaleciendo entre ellas las mejor dotadas. Es lo que se llama Selección Natural… Así han ido surgiendo todas las especies animales durante millones de años; incluidos nosotros que, seguramente, venimos del mono.

            FizRoy enrojeció de ira.

            -Jovencito, no consiento que, en mi presencia, proclame usted esa clase de opiniones sacrílegas. ¡El hombre fue creado por Dios!

            Y el joven naturalista Charles Darwin aprendió ese día algo muy importante: Reservaría sus conclusiones para la gente culta de la Universidad.

                                                                                  Miguel Ángel Pérez Oca.

                                                                                          (500 palabras) 

domingo, 2 de enero de 2022

ANGELES BLANCOS.

 

            He estado 20 días ingresado en el Hospital de San Juan con una peligrosa infección de estreptococos. Por las madrugadas, desde mi habitación, podía ver un edificio gigantesco con 88 ventanas en sus tres plantas superiores, alguna de las cuales había permanecido encendida toda la noche. Otras iban encendiéndose a partir de las 6, o de las 7, y a las ocho, con el primer sol, ya tras todas ellas se podía ver a gentes vestidas de blanco que se movían, diligentes y precisas, cada una en su tarea. Eran los ángeles de la Navidad, en estas fechas; y el resto del año, los ángeles del Amor y de la Vida, los SANITARIOS. El leviatán se había despertado y en el hospital se realizaban, un día más, las tareas no por rutinarias, menos dramáticas. La tecnología punta es precisa, eficiente, poderosa, pero estaría muerta si careciese de alma, si no tuviera detrás a los médicos para establecer los diagnósticos y prescribir las terapias, a las enfermeras y enfermeros para llevar a cabo la lucha diaria contra el dolor, el espanto y la muerte, a los celadores, a las auxiliares, a la gente de la limpieza y la cocina, para mantener vivos y limpios a los que sufren. Ellos y ellas son el alma de la máquina gigante. Y ahora sé muy bien a quiénes aplaudía yo todas las tardes a las 8, al principio de la pandemia; y ahora también sé que cada vez que pase en mi coche por la autovía, frente a mi hospital o a cualquier otro hospital del mundo, una oleada de gratitud inmensa surgirá de mi corazón hacia esos ángeles que me han cuidado y me han salvado con la fuerza de un amor infinito, una vocación inquebrantable y la precisión impecable que da la profesionalidad. Ellos y ellas, en una maravillosa proporción que prima a las mujeres, son ángeles, verdaderos ángeles.

            Y si eso que un personaje de Almudena Grandes define como “especie de pseudociencia, rastrera en sentido literal y limitadísima en el plano teórico, que se llama Economía”, con sus caprichosas e impredecibles crisis, impone a algún político austeridades y recortes de presupuesto, que lo haga con los dineros para tanques y submarinos, incluso para obras públicas suntuarias, pero no, de ninguna manera, con la Sanidad pública, como tampoco con la Educación, porque ambas no admiten más modificación que el incremento, ya que son intocables, son SAGRADAS. Y sí, es cierto que la Sanidad Pública la pagamos los ciudadanos con nuestros impuestos, pero la excelsa generosidad de sus ángeles va más allá, mucho más allá, de un sueldo. La abnegación, el ánimo, el trabajo exacto e imprescindible, la generosidad, no tienen precio.

Lo cierto es que yo no creía en los ángeles hasta que he sido y estoy siendo salvado por ellos. Ellos y ellas son los que me han devuelto la fe en el Ser Humano.

            ¡Vaya! Que a gusto me he quedado.

                                                                                  Miguel Ángel Pérez Oca.

NEWTON Y LA MANZANA.

 


LA MANZANA Y LA LUNA.

 

El jovencito pálido, de aspecto enfermizo, se aburría como una ostra desde que cerraron la Universidad a causa de la epidemia y tuvo que refugiarse en la casa de mamá y el reverendo. Desde que murió papá, y mamá se casó de nuevo con el pastor antipático, nadie le hacía mucho caso, aunque él, ya acostumbrado a la soledad, había encontrado un buen refugio en sus estudios, convirtiéndose en el “empollón” de la clase. Por otro lado, mamá carecía por completo de conversación, y al pastor lo sacabas de la Biblia y se quedaba mudo. Así que el joven, arisco y raro como él solo, prefería marchar al jardín, sentarse a la sombra de un árbol, y pasarse las horas muertas leyendo algún libro…

Y entonces ocurrió algo que para cualquiera hubiera parecido banal, pero que para él iba a resultar trascendente.

Del vecino manzano se desprendió una fruta grande y roja que, en un corto trayecto vertical, fue a dar en el suelo y rebotó contra el césped hasta llegar rodando a la mano blanca, con venas azuladas, del jovenzuelo sorprendido.

Y al alzar la vista para averiguar la procedencia del proyectil, sus ojos dieron con una magnífica Luna creciente que asomaba entre las copas de los árboles.

-¿Por qué la manzana cae y la Luna no? – se preguntó.

¿Por qué la masa de la Tierra forzaba a la manzana a viajar hacia el centro planetario, y la Luna, que gira a su alrededor, no se desprendía de los cielos y nos golpeaba como un gigantesco martillo pilón?

Y el muchacho imaginó a la manzana sirviendo de proyectil de artillería, lanzado por una carga de pólvora hacia el horizonte. Tras el fuerte estruendo del arma, la bala vegetal describiría una curva parabólica y caería a tierra a unos cientos de metros del artillero. ¿Y si doblásemos la carga de pólvora? Pues la curva se alargaría y la manzana llegaría mucho más lejos. Y Así, con un cañón gigantesco y una carga explosiva enorme, y siempre que la Tierra no tuviera una atmósfera que frenara al proyectil, éste habría alcanzado la velocidad precisa para rodear el mundo, paralelo al suelo, y acabar matando al artillero de un impacto en la nuca.

- ¡Maravilloso! - se dijo el jovenzuelo sabihondo -, aunque para eso es necesario que exista una fuerza de gravedad universal que reine sobre manzanas y satélites, y que se propague con un poder directamente proporcional a las masas implicadas e inversamente al cuadrado de sus distancias mutuas.

Para despejar cualquier clase de duda y poder sentir el orgullo de haber destronado a Aristóteles, tendría que hacer diversos cálculos: Necesitaría saber la distancia de la Tierra a la Luna, la velocidad a la que ésta recorre su órbita, y la masa de los dos cuerpos… Afortunadamente, en la pretenciosa biblioteca del reverendo podría consultar todos esos datos.

Vaya, pues ya no se iba a aburrir. Ya tenía el jovenzuelo Isaac Newton trabajo para sus forzadas vacaciones durante la epidemia.

 

                                                                       Miguel Ángel Pérez Oca.

 

                                                                             (500 palabras)