martes, 30 de junio de 2015

SE NOS FUE LUIS.



En la Tertulia estamos de luto. Se nos ha ido el compañero Luis González, de repente, sin que nadie sospechara que nunca lo volveríamos a ver. Se fue con él el proyecto de fundar una librería "con encanto" donde se pudiera uno tomar un café o mantener una tertulia, rodeado de libros. Así que en la última Tertulia, a la que no pude asistir por tener una cita ineludible con un facultativo, se leyó este poema en prosa que hice para él, en lugar del trabajo que había presentado anteriormente y que dejaré para mejor ocasión.
Ruego al lector/a que perdone mi tono airado, pero es que la muerte, últimamente, me llena de ira, de indignación ante un hecho biológico que considero una injusticia imperdonable (si es que existe Alguien a quien poder perdonar).
Va por tí, amigo Luis.

A MI AMIGO LUIS Y A UN DIOS IMPOSIBLE.

¿Por qué nos hiciste, Dios, inteligentes,
hasta el punto de saber que la muerte nos espera?
¿Por qué, sin embargo, no nos diste la sabiduría necesaria
para conocer las razones y los secretos del ser?
¿Te divierte nuestro sufrimiento?
¿Juegas con nuestros miedos y desdichas?
¿Qué quieres de nosotros?
¿Para qué nos has creado, si es que realmente lo has hecho?
¿Solo para que te adoremos, como dicen algunos teólogos?
No me lo puedo creer. Un dios que necesita aduladores es inconcebible.
¿Y si no existieras, a qué causa deberíamos atribuír el hecho de estar aquí,
en este Universo armónico e inmisericorde,
con sus leyes estrictas, inhumanas e inviolables,
con su cruel y rígida perfección?
¿Y si no existes, dónde queda la esperanza?
¿Y si existes, dónde el dolor de tener un Padre tan cruel y tan lejano?
Quizá toda nuestra desgracia se debe a la ignorancia.
Ojalá que así fuera.
Quizá tienen razón los que afirman que hemos errado el camino,
que el tiempo y el espacio no son lo que intuimos,
no son lo que nos muestran los pobres sentidos,
y que más allá del Yo está la verdad liberadora,
la que nos haría felices si pudiéramos entenderla.
Te digo, Luis, que quisiera poder subir la montaña
hasta más allá de su última cima,
hasta más allá de mis pobres posibilidades,
hasta ese cielo que me diera la respuesta.
Porque algo me dice que cada momento es eterno
y que siempre estamos vivos en nuestro tiempo,
ese en el que siempre es ahora.
Y si así fuese, Luís, tú sigues vivo en tu tiempo,
mal que te pese,
en todos tus momentos perennes, los buenos y los malos,
lo cual, quizá, también sería una crueldad.
Y estos instantes-eternidades que hoy vivimos en nuestra guarida literaria,
ya no son los tuyos, mal que también nos pese.
La frontera entre tu tiempo y el nuestro es ya infranqueable.
¿Sabes, Luís? La rabia y el desconsuelo me llenan de ira,
y el cuerpo me pide que dé una blasfemia por respuesta;
si creyese en Dios,
pero Dios es imposible,
aunque quizá Él no se haya enterado.


                                                                Miguel Ángel Pérez Oca.

sábado, 20 de junio de 2015

TAN LEJOS, TAN CERCA.

Como no podré asistir a la próxima reunión de la Tertulia Literaria por motivos personales (ya os contaré si viene al caso), os pongo aquí el trabajo que he hecho con motivo de mi viaje a Escocia y los resultados electorales en nuestra ciudad, así como la constitución del nuevo Ayuntamiento, que a mí me pilló en pleno viaje por las Tierras Altas de Escocia.


En la Milla Real de Edimburgo.


En las Tierras Altas.


Un gaitero.


En el Lago Ness.


En los jardines del Palacio Real de Holyrood, de Edimburgo.


Abadía de Melrose.

TAN LEJOS, TAN CERCA.
Andaba yo por las “Highlands” de Escocia, por entre unas impresionantes montañas nevadas y unas ásperas tierras desiertas y verdes cuyos céspedes y líquenes, sobre un suelo de turba y charcas de agua negra, producen ese aspecto salvaje y exótico que sobrecoge a quien contempla el paisaje con los ojos de un mediterráneo como yo. En la lejanía, sobre una atalaya donde los viajeros admiraban el insólito panorama, sonaba una gaita mercenaria que tocaba “Amacing Grace”. Frente a mí, en un suave collado entre dos peñas inmensas, unas entrañables ovejas de carita negra y lomos blancos como la nieve masticaban su ración de yerba salvaje. Más arriba, un grupo de vacas peludas autóctonas hacía lo propio. Todo ello bajo un sorprendente cielo azul que llenaba de luz aquel mundo habitualmente gris, húmedo y melancólico…
Y entonces sonó mi teléfono móvil. Sentí la vibración en mi bolsillo izquierdo, mientras la familiar melodía me sacaba de mi ensimismamiento. Era mi amigo Adolfo Celdrán que me llamaba desde Alicante.
-¿Qué tal te va ese viaje por Escocia? – me preguntó a modo de saludo.
-Bien… Muy bien, gracias. Estaba contemplando este paisaje tan distinto del nuestro, camino del lago Ness… - y de pronto recordé la fecha - Hoy es el día de la investidura, ¿verdad? ¿Qué tal va la cosa?
Y Adolfo se mantuvo en silencio unos segundos, al otro lado de las ondas. Por un momento adiviné su sonrisa.
-Mira, estoy en el Salón Azul del Ayuntamiento. El alcalde saliente está leyendo las papeletas… Escucha – y debió girar el teléfono hacia la presidencia del acto, porque hasta mi llegó una familiar voz pronunciando el recuento: “dieciocho, diecinueve, veinte…”. Y al final, el resumen: “Veintiún votos para Gabriel Echévarri, del PSOE, y ocho para Asunción Sánchez Zaplana, del PP”.
-¿Ha dicho veintiuno? – pregunté sorprendido.
-Si, veintiuno, porque también han votado los de Ciudadanos a favor del tripartito. Han dejado solos a los del PP, que se lo han ganado a pulso.
Allá lejos, la gaita seguía obsequiándome con sus notas felinas. El Sol, en todo lo alto, brillaba como nunca por estas tierras.
-¿Y las concejalías?
- Bueno, Guanyar ha obtenido las áreas de responsabilidad que más os importan. Pavón se queda de Vicealcalde y asume Urbanismo y Patrimonio, Marisol va a Juventud, Víctor a Medio Ambiente y Limpieza, Dani a Cultura, Julia a Participación Ciudadana, Nerea a Vivienda y Acción Social… Los de Compromís se quedan con Memoria Histórica, Educación, Empleo y Sanidad… Y las demás para el PSOE: Fiestas, Comercio, Turismo, Economía...  Bien, muy bien.
-A ver si nadie mete la pata y salvamos Alicante de especuladores ladrilleros, políticos corruptos y demás fauna de mezquinos e indolentes.
-Eso es lo que hace falta. Hasta pronto, Miguel
-Hasta pronto, Adolfo. Y muchas gracias por acordarte de mí en estos momentos.
La gaita, incansable, seguía tocando y todo parecía igual que hacía un rato, pero para mí era muy distinto. Tan lejos, tan cerca. Alicante volvería a ser una tierra de libertad, cultura y progresismo, como lo había sido desde que se proclamó “La Pepa” y después la República, desde Maisonnave, Lorenzo Carbonell, Lassaletta… Y ahora tendría de nuevo la oportunidad de convertirse en una de esas patrias que, como Escocia, están llenas de gente que ama su historia y se siente orgullosa de ser quien es.

Y una lágrima de emoción y alegría me sorprendió cruzando mi mejilla y perdiéndose en mi barba.                                                         
                                                          Miguel Ángel Pérez Oca.

lunes, 8 de junio de 2015

UN GODO EN LAPONIA



Ayer nos despedimos de Víctor, el fundador de nuestra Tertulia, que se marcha a trabajar a Laponia, nada menos. El tema para la narración era "Un godo en Laponia". Ahí va:

EL GODO EN EL PAÍS DE SÁPMI
Karasjok, con su conjunto de tiendas de cuero y casitas de madera, era la aldea más próspera de la tierra de Sápmi, y con el tiempo seria la capital de los saamis, gracias quizá a la beneficiosa influencia del Godo. No era éste un hombre rubio, como los odiados extranjeros del sur, que los llamaban “lapones”, que quiere decir “andrajosos”, si no moreno como ellos, aunque más corpulento. Apareció una mañana en el centro del poblado, vestido con un curioso atuendo de tejido ligero y portando una mochila llena de libros. En principio, los saamis no sabían qué hacer con él. No había traído monedas de oro, como los comerciantes noruegos que acudían en verano a comprar pieles, ni tenía armas o útiles para ganarse la vida cazando o pescando; no era propietario de un solo reno y parecía desconocer las ancestrales costumbres de los hiperbóreos. Sin embargo, hablaba con soltura y sin acento la lengua del pueblo. De momento, y haciendo gala de la hospitalidad tradicional de aquellas gentes forjadas por el clima, lo dejaron pernoctar en la Casa Gande, donde se celebraban los consejos de los ancianos y las fiestas y reuniones colectivas; hasta que, con armas, ropa y calzado prestados, pudo acompañarlos en sus cacerías y hacerse con una indumentaria más apropiada, así como construirse la pequeña tienda que habitó desde entonces. En las largas noches del otoño, el extranjero amenizaba las veladas del pueblo en la Casa Grande narrando fabulosas historias de viajes y aventuras exóticas, o describiendo extraños animales desconocidos en la tierra de Sápmi. Y todas las tardes reunía a las mujeres y hombres jóvenes y les enseñaba el alfabeto y cómo usarlo para leer y escribir; les mostraba una forma de utilizar los números para realizar operaciones aritméticas y les leía sus libros sobre las ciencias de la Naturaleza, las medicinas y las creencias de los distintos países.
-Y tú, extranjero, ¿de qué tierra has venido?- le preguntó un día el joven Olaus.
Y el hombre permaneció un rato silencioso, para después decir en un tono evasivo o quizá nostálgico:
-Vengo de un país muy lejano, llamado León.
Y Olaus, ya familiarizado con los libros del extranjero, abrió uno grande y colorido, que él llamaba Atlas Histórico, y buscó la patria del viajero.
-¡Aquí! Aquí está: León, en el reino godo de Hispania.
Y desde entonces, ante la dificultad de pronunciar su nombre cargado de enrevesados sonidos, le llamaron el Godo.
Pocos años después, la aldea de Karasjok se había convertido en la población más rica del entorno, con la cabaña de renos más numerosa y sana, y los pobladores más cultos y despiertos. El Godo les había dado unos conocimientos muy valiosos.
Un atardecer de primavera, cuando aún la nieve cubría toda la tundra y la aurora se desperezaba en los cielos, el Godo se despidió de sus amigos saamis.
-Esta noche me marcharé a mi tierra – les dijo, con un tono de tristeza en la voz.
-¿Al país de León? – preguntó el joven Olaus, compungido.
Ya era de noche cuando el Godo salió al exterior de la Casa Grande, bajo una aurora magnífica cuyos cortinajes multicolores barrían el cielo. En eso, un hombre del pueblo alertó a sus hermanos de que un punto negro de tamaño creciente se cernía sobre ellos.
-No temáis – les dijo el Godo -, es un agujero en el cielo por el que me iré a casa.
El punto creció hasta convertirse en un gran círculo negro que se recortaba contra la aurora que brillaba como nunca. Al fin, el Godo se encaminó hacia el misterioso túnel que parecía abrirse ahora en la ladera de una colina cercana, y se internó en él, desapareciendo en su oscuridad. Después, la mancha negra se elevaría de nuevo en el aire para perderse en las alturas, con destino a un lugar muy próximo a la estrella Régulus, de la constelación de Leo. Y todos desearon al Godo un viaje feliz.

     (A mi amigo Víctor, con mis  mejores deseos de éxito.)  
     Miguel Ángel Pérez Oca.                                                                

domingo, 7 de junio de 2015

ME VOY A EDIMBURGO



Desde el 10 al 17 estaré en Edimburgo, capital de Escocia. Así que me perderé la investidura del día 13. Ya me enteraré al volver de quién será el nuevo alcalde de Alicante. Mi candidato es Miguel Ángel Pavón, pero la negociación está todavía abierta. El trabajo ya está hecho por mi parte y la satisfacción del deber ciudadano cumplido reclama un premio, un viaje relajante a un lugar exótico y hermoso. Y a eso me voy a dedicar los  próximos días.
Que haya suerte.

martes, 2 de junio de 2015

VA DE CALCETINES.



El tema era, nada menos, que la originalidad y sensibilidad de un calcetín. ¡Toma ya! Y fue iniciativa de nuestra nueva compañera Inma. Ahí va lo mío:

ORIGINALIDAD Y SENSIBILIDAD DEL CALCETÍN.
También podría haberse titulado este escrito “La estéril prestancia del pie derecho” o “La truculenta sensación de arrastrar las gónadas por el suelo”, y aún sería peor. Así que no me estrujo más la mollera, aunque con este título no se pueda hacer milagros. Por eso, una vez cumplido con el ineludible deber de mencionar el tema propuesto por nuestras dos nuevas, hermosas, jóvenes e inteligentes, aunque incógnitas, compañeras de tertulia, he escrito lo que me daba la gana, con permiso del respetable.
Vamos allá: Piederecho era un pie, como su nombre indica, al igual que su hermano Piezurdo, que aunque parecía, más o menos, su imagen especular, no se le asemejaba mucho en cuanto a carácter y maneras. Para empezar, Piederecho era medio centímetro más corto que su hermano y estaba colocado al final de una pierna dos centímetros más larga. Eso daba al Jefazo - o sea, al dueño de todos los órganos y miembros que conformaban el individuo en cuestión -, una forma de andar un tanto inestable, unos dirán que impertinente o chulesca y otros que simplemente torpe. Como consecuencia de esta desigualdad de movimientos, era siempre Piezurdo el que tropezaba en los escalones, sobre todo desde que el mencionado Jefazo se había comprado unas gafas de esas progresivas que, si miraba para abajo con sus ojillos astigmáticos, parecía que andaba con el suelo a la altura de los testículos que, por cierto, también eran una pareja de hermanos: Huevodiestro y Huevosiniestro, ambos colocados uno encima del otro, sorprendentemente, por evidentes necesidades funcionales relacionadas con la locomoción del interfecto. Bueno, pues, como os decía, Piezurdo siempre era el que tropezaba y al que se le rompían los calcetines. Hasta tenía un callo en la punta de su dedo índice, que era el más largo de su batería digital, sobrepasando holgadamente al presuntuoso y hortera Pulgar, el de la uña pétrea. Por eso, cuando el gran jefe se compraba otro par de zapatos, no se los probaba en el pie derecho, como todo el mundo, si no en el izquierdo, después de explicarle a la aguerrida vendedora que “éste es el más grande”. Y ello enfurecía a nuestro amigo pedestre, que nunca tenía la oportunidad de opinar sobre un zapato nuevo, ni siquiera sobre un calcetín, cuya idoneidad siempre se ensayaba en su hermano, a pesar de que él era el más guapo y el más ágil.
Pero aquel día ya fue el colmo. Al Jefazo le había dado por comprarse unos horribles calcetines a rayas, con los colores del arco iris, o sea como la mismísima bandera del Movimiento Gay, y Piederecho, que era muy machote, no lo podía tolerar; con lo que a él le gustaban las sandalias, las chanclas y las babuchas que, además de ser del género femenino, no necesitan calcetines. Pero el idiota de Piezurdo, seguramente para fastidiarlo, se introdujo en el calcetín multicolor sin ninguna objeción y, es más, una vez dentro separó los dedos en una clara señal de complacencia. Y es que, al parecer, el tejido del dichoso calcetín proporcionaba al usuario una sensibilidad muy especial, además de ser sumamente original. El Jefazo se sintió satisfecho y, sin pensarlo más, metió a Piederecho en la pareja del calcetín de marras.  Verdaderamente, su contacto era muy agradable y fresco, aunque su originalidad cromática no le hacía ninguna gracia. Así que, a la primera ocasión que tuvo, una vez dentro también del zapato, empezó a hurgar en la tela elástica con la uñaza del pulgar, hasta hacerle un irreparable agujero.
            -Hala, se me ha hecho un “tomate” – exclamó el Jefazo al quitarse el zapato y ver el desaguisado -. Si es que estas fibras nuevas son una porquería.

            Y se puso unos calcetines grises de lo más discreto, para satisfacción de Piederecho y frustración del desdichado Piezurdo que, por cierto, había cuidado de su calcetín arco iris con sumo esmero y lo mantenía incólume. El homófobo Piederecho insinuó que lo que le pasaba a Piezurdo era que tenía una venita muy delicada y sospechosa; ya me entendéis… 
Qué tontería.                           
                                                               Miguel Ángel Pérez Oca.