NO HAY GUERRAS LEJANAS.
Ayer la prensa y la
televisión nos ocultaban a los mercenarios blancos y a los fanáticos locales
masacrando a campesinos oscuros, hombres, mujeres y niños de ojos muy grandes y
cabello ensortijado. Sabíamos de ellos por sus cadáveres flotando en las costas
de nuestro Mediterráneo, víctimas de la mar inclemente y de las mafias
explotadoras. A veces aparecían en la televisión, reclamando auxilio, y los mezquinos
patriotas de aquí, católicos y fascistas, les negaban el pan y la sal. Porque
su guerra estaba muy lejos y no nos importaba. Porque su guerra no nos
afectaba. Su martirio nos aburría y nos estropeaba las sobremesas. Eran víctimas
lejanas, muy lejanas.
Ahora,
las hordas del autócrata Putin acosan a los ciudadanos de Ucrania. Los
bombardean y marchan sobre Kiev, mientras ellos intentan huir a Polonia, a
Alemania, a donde sea. Son blancos como nosotros, visten como nosotros y hablan
de sus cosas como nosotros hablamos de las nuestras. Parecen estar muy cerca, y Putin tiene cara de
eslavo brutal. Es un conflicto que viene de un largo pasado. Y sus gobernantes,
lejos de velar por la vida de sus súbditos, les dan armas para que se defiendan
heroicamente. Los gobiernos occidentales les han dado esas armas para que
mueran con valor, para tener mártires que echar a la cara del ruso malvado. Las
televisiones y los periódicos toman partido por los que van a morir. Ellos van
a ser la excusa para sostener el pulso económico con el gigante emergente…
¡Malditas guerras!
La
guerra siempre ha servido para beneficio y gloria de los poderosos, y su
tributo de vidas siempre lo han pagado los pobres, a los que, encima, se les
exige heroísmo y patriotismo. ¡Malditas sean las patrias! ¡Malditas las
independencias! ¡Malditos los héroes sangrientos! ¡Malditos los valientes! Quisiera
ver a Putin y al presidente ucraniano, y a los generales de uno y otro, luchando
en la arena del circo, en calzoncillos y con un cuchillo carnicero en la diestra,
hasta la muerte de todos los ilustres asesinos. Pero no, ni siquiera eso sería
justo, la sangre no resuelve nada. Si Dios existiera lo arreglaría de una
manera dulce y elegante, propia de Dios: Simplemente, ninguno de ellos habría
llegado a nacer.
De
todos los emperadores romanos yo salvaría a uno solo, del que apenas hablan los
libros de Historia, porque en su reinado no ocurrió nada memorable en todo el Imperio
Romano. Me refiero a Antonino Pío, que nunca declaró una guerra.
El
mejor de mis héroes fue el capitán Dickson, del buque Stanbrook, que arriesgó
su vida para sacar del puerto de Alicante a 3000 fugitivos desesperados al fin
de nuestra Guerra Civil.
Malditos sean
Alejandro, César, Gengis Kan, Atila, El Cid, Fernando III con todos los reyes
medievales, Carlos V, Felipe II, todos los presidentes americanos, Stalin, Hitler,
Mussolini, los aviadores que masacraron Coventry, Hamburgo, Hiroshima,
Nagasaki, Alicante y Guernica, y todos los asesinos uniformados de la Historia.
Porque…
¡NO HAY GUERRAS LEJANAS!