LOS AÑOS DE PLÁSTICO.
El tiempo corre inexorablemente y sin que nadie lo pudiera evitar llegaron el plástico, la Coca-Cola, los pantalones de vaquero, la lavadora, el frigorífico y la televisión (en blanco y negro), desde que en Aitana se montara un repetidor en 1962. Recuerdo que lo primero que vi en la tele fue el entierro de Kennedy. Y también llegaron los guiris (Ah, las suecas) con sus costumbres disolutas (que decían unos asustados curas) y la mirada de superioridad a la que la procedencia de una nación democrática les daba derecho. Alicante se había convertido en una ciudad turística, como lo estaba haciendo un pueblecito de pescadores llamado Benidorm. Es mítica la leyenda de los dos alcaldes, Pedro Zaragoza, de Benidorm y Agatángelo Soler, de Alicante, viajando en vespa a El Pardo para pedirle a Franco mano ancha con los turistas que venían aquí a dejarse la pasta. Y ahí, creo yo, empezó el declive de la dictadura falangista. Los economistas del Opus estaban más preparados para el progreso.
Don
Agatángelo fue el alcalde del desarrollo: pavimentó la Explanada y se empeñó en
hacer de Alacant un foco de turismo, o sea, una mina de oro. También cometió
algunos disparates urbanísticos, como autorizar el rascacielos del Gran Sol,
con sus dos inmensas paredes medianeras, que apenas pudo disimular el pintor
Baeza con su enorme mosaico vertical. Aparte de eso y de su pasado político
falangista tenebroso, debemos reconocer que don Agatángelo no lo hizo mal.
Entre
el turismo y la industria (tabacos, productos químicos, aluminio, etc.), una
gran ola de migrantes peninsulares, procedentes de La Mancha, Andalucía y otras
regiones poco desarrolladas, engrosó la población, que en 1939 era de 100.000
habitantes y en 1975 alcanzaba los 220.000. Quizá esa sea la causa del
proverbial desarraigo de la actual población y su poco aprecio por la Historia
local y sus tradiciones.
En
1969 se quitaron los vetustos e insalubres baños del Postiguet, pero a
continuación se ganó terreno al mar para colocar entre el puerto y la playa el
Hotel Meliá, cuyo promotor era un amiguete del Caudillo. También en 1969 se
quitaron los tranvías, mientras la gente, que se estaba volviendo consumista,
suspiraba por un 600. El nuevo proletariado necesitaba alojarse, y alrededor de
la antigua Alacant surgieron nuevos barrios, como Virgen de Remedio, Colonia
Requena, Juan XXIII, Mil Viviendas, Barrio Tómbola, etc. que conformaban esa
ciudad “desequilibrada, troceada, incompleta, dura, despilfarradora e
improvisada” que dijo alguien, sin la planificación necesaria, presa de los
especuladores ladrilleros, que en la costa mancillaban el paisaje con enormes
moles de cemento y cristal. La dictadura era ahora el reino del pelotazo y la
especulación, que giraba siempre alrededor de los “hombres del Movimiento” y
sus amigos.
Las
pasiones, a falta de ideales políticos, se centraban en los dos toreros
locales: el Tino y Pacorro, héroe el primero de las masas obreras, y el segundo
de los modestos burgueses y comerciantes. Y en el campo de La Viña, jugaba nuestro
equipo de fútbol, el Hércules, que entonces estaba en primera. Nos habíamos
vuelto pueriles a fuerza de querer olvidar la tragedia pasada y tener que
soportar el despotismo presente.
Y
la Dictadura, que no se había ablandado lo más mínimo, sino que se esforzaba
por maquillarse como “Democracia Orgánica” en elecciones municipales por el
“tercio de cabezas de familia”, donde todos los candidatos eran hombres del
régimen, seguía disimulando su propia naturaleza bajo un barniz de modernidad.
En
el seno del sindicato vertical surgían las semiclandestinas Comisiones Obreras,
lideradas por un Marcelino Camacho que conocía muy bien las prisiones y la
policía franquista. Y en Alicante, el Partido Comunista de Carrillo intentaba
rehacerse bajo el mando de Antonio Martín Lillo. Mientras el PSOE se dividía en
históricos de Rodolfo Llopis y los nuevos de Felipe, que en Alicante lideraba Antonio
García Miralles. Por otro lado estaba el PSP de Tierno Galván, que en Alicante
encabezaba Diego Such. Y los democristianos que aquí estaban dirigidos por el
doctor Pascual Rosser. Y todos se pasaban los días en un limbo de
clandestinidad consentida, esperando a que Franco se muriera para ver si se podía
restaurar la democracia.
Por parte de
los franquistas no iba a quedar, pues la dictadura ya no era un buen negocio.
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