Hace unos cuantos años, mantuve una disputa intelectual con una amiga psicóloga acerca de la obra de Wilhelm Reich que, ahora, muchos años después, se reproduce con otro querido amigo. Entonces publiqué el artículo que a continuación reproduzco y que apareció en una prestigiosa revista escéptica.
ORGON,
EL DISPARATE COSMICO DE WILHELM REICH
No he podido terminar de leer “La Superposición Cósmica”,
de
Wilhelm Reich. ¿Qué queréis que os diga? Es demasiado para mí. Uno se
acostumbra a lo largo de la vida a escuchar con indulgencia las más peregrinas
opiniones. Pero las pretensiones científicas de ciertos “genios” pueden con mi
paciencia. Que le vamos a hacer.
Y
el caso es que hubo un primer Reich que merece todos mis respetos. Me refiero
al freudo-marxista, empeñado en demostrar que la moral sexual es una
superestructura ideológica impuesta por las clases dirigentes para controlar a
las clases explotadas. Esta imposición antinatural reguladora del derecho al
placer sería la causa de los desequilibrios psicológicos que azotan a nuestra
sociedad. El amor libre, la desprejuiciada expresión de la líbido, en
detrimento de ordenancistas imposiciones familiares, sería el remedio contra la
violencia y los desatinos de la historia. Con ese Reich yo podría convivir,
aunque mantuviera con él ciertas discrepancias respecto a sus ideas freudianas.
Pero un día, nuestro hombre descubre la “Energía Orgón” y se lanza a predicar
una ciencia “nueva” donde la elucubración más disparatada sustituye al rigor
del método científico, dando como resultado un conjunto de despropósitos sin la
más mínima justificación ni parentesco con la realidad.
La frontera entre los dos Reich yo diría que está
constituida por la aparición, en la mente del brillante psicoanalista, de una
muy grave paranoia. La ironía de la situación estriba en que su obsesión
mitificadora del orgasmo quizá viene a corroborar sus primeras y más o menos
válidas teorías. Él es otra de las víctimas de la imposición moral, de la
tiranía ordenancista sobre el sexo que debería ser libre. Otra ironía: La
hipócrita sociedad americana utilizó los disparates “orgónicos” del segundo
Reich para castigar al primer Reich marxista. Su muerte en la penitenciaría de
Lewisburg, bajo la acusación de estafa por la comercialización de “acumuladores
orgón”, es otra muestra de que empezó teniendo razón.
La pseudofísica que Reich pretende descubrirnos en la
“Superposición Cósmica” no tiene el más mínimo soporte científico. El método
científico, hijo de Galileo, Francis Bacon y Descartes, consiste en esencia en
que el investigador debe estar en condiciones de demostrar fehacientemente lo
que afirma haber descubierto. La fantasía humana puede crear muchas teorías,
pero, para comportarse conforme a las reglas de la ciencia, dichas teorías
deben ser sometidas a reiteradas pruebas de laboratorio, antes de confirmarse
como descubrimientos o leyes de la Física, la Química o la Biología. Reich no
hace eso. Reich inventa una realidad a su gusto, de la misma manera que los
psicoanalistas en general han hecho desde Freud. Pero, claro, el mundo mental
difícilmente puede someterse a los experimentos de laboratorio, y el estudioso
del espíritu humano tiene que trabajar con hipótesis más o menos aventuradas y
confiar en que los resultados clínicos las avalen. Pero Reich se mete en el
mundo de las ciencias físicas, donde la comprobación es exigible por ser
posible. Un físico solo puede afirmar
algo cuando lo ha comprobado experimentalmente; dado que la física permite
dicha comprobación.
Después de una
introducción razonable, en la que examina la integración del hombre en la
naturaleza, y la afortunada metáfora de “la pradera” y “el escenario”, para
describir el comportamiento natural y el impuesto culturalmente, el autor
desprecia la moderna física, burlándose de su paulatina evolución, para, según
dice, “partir de cero”. Mandemos a paseo cuatro siglos de ciencia y saquémonos
de la manga una nueva idea de energía basada en el orgasmo, nos dice Reich, y
que opera tanto en el hombre como en el resto del Cosmos. Todas las
pulsaciones, expansiones y contracciones, temblores, choques, etc. no son más
que orgasmos cósmicos. Bueno, si él lo dice... Me recuerda el panpsiquismo de
Giordano Bruno, que le llevaba a creer que los planetas eran seres vivos que
giraban alrededor del Sol por propia voluntad, en busca de su calor y su luz.
Reich se mete en harina y comienza a describir sus
“experimentos”. Dice: “En una cámara totalmente obscura, forrada en el interior
de hojas metálicas especialmente dispuestas para la observación de la energía
orgón, se notan unidades luminiscentes de energía orgón progresando a través
del espacio con un movimiento cicloidal alargado”. Nos habla luego de un “oceano de energía
orgón primordial desprovisto de masa”. “Cuando dos unidades primordiales de
energía orgón desprovistas de masa se superponen, etc. etc. etc.” Y todo esto,
acompañado de afirmaciones como “Partimos de la suposición...”, “Parece lógico
suponer...” y así.
La Física actual, la que, para bien o para mal, ha hecho
posible la bomba atómica, los aceleradores de partículas, la comprensión del
mecanismo de las estrellas, etc. nos dice que una unidad de energía, un cuanto,
un fotón, no tiene masa, y no puede, de ninguna manera, desplazarse por el
espacio siguiendo un “movimiento cicloidal alargado”. El único camino para una
partícula sin masa, es decir, de energía pura, es la geodésica, el camino más
corto entre dos puntos en la curvatura del espacio-tiempo ; la línea
recta, vaya, para nuestro mundo habitual euclidiano, y su única velocidad
posible, la de la luz, es decir : 300.000 km. por segundo en el vacío.
Para visualizar las partículas subatómicas con masa, mejor dicho, los trazos
que dejan al desintegrarse en una “cámara de niebla o burbujas”, se necesitan
gigantescos aceleradores y cantidades ingentes de energía. Difícilmente se
podrían observar “unidades orgón” en una cajita oscura forrada de placas
metálicas. Si ese método infinitamente más barato que los aceleradores, fuera
posible, los gobiernos no se gastarían la millonada que cuesta uno de esos
aparatos.
Cuando dice Reich que “la masa emerge de ese sustrato
desprovisto de masa” olvida la ecuación de Einstein: E= MC2. Se necesitan
enormes cantidades de energía para obtener una brizna de materia. Esas
concentraciones de energía creadora solo se dieron en la naturaleza cuando el
Big Bang. Es absurdo creer que las “partículas sin masa” revolotean
plácidamente uniéndose unas con otras en orgasmos productores de materia dotada
de masa. Tenemos evidencias suficientes para saber que después del Big Bang ya
no se creó materia en el Universo, sino que ésta evolucionó desde los primeros
leptones creados (electrones, kuarks, etc.) por la ingente acumulación primaria
de energía, para constituir mesones y bariones (protones, neutrones...),
formando átomos de hidrógeno y helio, que por nucleosíntesis estelar y
explosiones de supernova dieron lugar al resto de los elementos. Esta
concepción está siendo comprobada todos los días, tanto en laboratorios como
mediante la observación astronómica, sin que un solo fallo en las predicciones
haga dudar de su validez. Lo del orgón, por el contrario, no da lugar a ningún
fenómeno verificable ni observable, salvo en la calenturienta mente de su
creador y sus presuntos seguidores.
La creación de vida a partir de una “límpida solución de
agua bionosa de gran poder orgonótico, mediante congelación, que da unas formas
orgánicas dotadas de todos los atributos de la materia viva”, suena a novela
barata de ciencia-ficción, o a burla, o a desvarío de una mente enferma. El
experimento de S.L. Miller en los años cincuenta, que le valió el Premio Nobel,
consistía en bombardear con descargas eléctricas una sopa primordial de
compuestos similares a la atmósfera primitiva de la Tierra. Se obtuvieron
aminoácidos, componentes fundamentales de la vida; pero todavía a una gran
distancia de lo que es un organismo vivo, capaz de preservar una estructura y
de reproducirse. Si alguien nos dice que en lugar de ese complicado y costoso
experimento, bastaría con congelar en nuestra nevera una “solución de agua
bionosa”, tendremos que preguntarnos cómo nadie ha obtenido todavía el Premio
Nobel con tan fáciles medios.
Incapaz de seguir el hilo de tan disparatada exposición,
ojeo al azar el libro en busca de algún argumento que tenga un mínimo de
lógica. Resulta penoso el intento de explicar la evolución de las galaxias
mediante la energía orgón. Hoy día sabemos, gracias al efecto Doppler, cuál es
el movimiento de las galaxias, que no coincide en absoluto con el remolino
descrito por Reich. También sabemos que las galaxias no evolucionan de una
forma característica en otra, sino que existen varias clases determinadas por
su origen o accidentes gravitacionales aleatorios. De nuevo se vuelve a la
afirmación gratuita de la creación de materia a partir de partículas
energéticas sin masa. Así, por las buenas.
La peregrina forma de explicar la aurora boreal no resiste
la comparación con las modernas explicaciones comprobadas por la técnica
espacial, la observación radioastronómica, etc. Hoy sabemos fehacientemente que
las partículas ionizadas que conforman el viento solar resbalan sobre los
cinturones Van Allen que siguen las curvas del campo magnético de la Tierra,
entrando en colisión con su atmósfera en las zonas polares, donde excitan masas
de aire que emite luz fluorescente, de la misma manera que hacen los tubos de
neón. No hay ningún misterio en la aurora boreal, como no lo hay en el arco
iris, los relámpagos o cualquier otro meteoro.
Que la energía orgón tenga un “típico color azul” demuestra
que Reich no tiene ni idea de lo que es el color. Confunde colores con
pigmentos y afirma que las hojas amarillas se tornan verdes al adquirir
mediante la función clorofílica la energía orgón, que es de color azul. Claro,
el amarillo mezclado con el azul da verde. ¡Por favor! Un poco de formalidad.
El color es la forma que tiene nuestro cerebro de identificar las distintas
longitudes de onda de las radiaciones electromagnéticas, dentro de la gama
visible. Un color lo que nos revela es la cantidad de fotones por segundo que
inciden en nuestro ojo provenientes de una fuente dada. Se llama frecuencia a
la cantidad de cuantos de luz que transporta una radiación en un tiempo dado.
Se corresponde a la inversa con la longitud de onda, que es la distancia entre
dos crestas consecutivas de una onda luminosa; es decir, entre dos fotones
consecutivos. Así, a mayor cantidad de fotones, a mayor energía, más frecuencia
y menor longitud de onda. Las emisiones de luz visible más energéticas, las que
transportan más fotones por segundo, se ven de color violeta. Las menos
energéticas, se ven rojas. Y entre los dos extremos está toda la gama de los
colores. Así que una energía “típicamente azul” debería ser siempre de la misma
intensidad. No podríamos hablar de “solución orgón muy excitada o poco
excitada”, porque al ser siempre azul, su “excitación” sería siempre la misma.
Y sin un incremento de la excitación, ya me diréis que orgasmo vamos a tener.
En cuanto al funcionamiento de los huracanes, Reich ignora
una explicación tan sencilla como es el ya viejo y conocido “Efecto Coriolis”,
que es el mismo que hace que los grandes remolinos de toda especie,
especialmente los meteorológicos y marinos (anticiclones, borrascas, corrientes
marinas) giren en una u otra dirección según estemos en el Hemisferio Norte o
Sur, debido a la rotación de la Tierra. Son ganas de buscarle cinco patas al
gato. No digamos nada del follón que se arma con las coordenadas ecuatoriales,
la eclíptica, el plano galáctico, etc., ¡negando nada menos que la gravedad! Y
vuelta a liarse con la aurora boreal y la superposición cósmica del orgón para
explicar algo tan sencillo como que la inclinación del ecuador de la tierra no
coincide, ni tiene por qué coincidir, con el plano galáctico ni con la
eclíptica. En la época de los viajes siderales, cuando las órbitas se calculan
con tal precisión que se puede viajar a través de todo el Sistema Solar
aprovechando el tirón gravitacional de los distintos planetas, como hizo el
Voyager II, negar la gravedad es muy grave, mentalmente grave. Dice Reich -¡Agarráos!-:
“La envoltura orgón ecuatorial representa el agente motor físico de los
planetas. Los planetas giran sobre sus ejes norte-sur y son arrastrados, como
balones por las olas... El Sol no ejerce ninguna “atracción” sobre los
planetas. Se mueve sobre el mismo plano, en la misma dirección, llevado como
los planetas por la corriente de energía orgón ecuatorial”. ¡Para morirse!
Hacer caso a Reich significa retroceder hasta la teoría del Ímpetu de Filopón
(Siglo IV), despreciando a Newton, a Einstein y a las misiones espaciales de la
NASA.
No puedo más, os lo confieso. Soy incapaz de seguir torturando
mi sentido de la lógica hasta este punto. Creo que un engendro pseudocientífico
como este no merece ninguna atención, ni siquiera el esfuerzo gratuito de
confeccionar esta crítica. La inoperancia supina de estas teorías se manifiesta
en su incapacidad para desarrollar una tecnología o una explicación válida de
los fenómenos del mundo que nos rodea. Y que no se diga que la persecución
política ha silenciado los logros de la ciencia orgón. Como bien saben
(sabemos) todos los marxistas, los imperativos económicos privan sobre la
superestructura ideológica. Si de estas teorías se derivaran posibles
consecuencias económicas evaluables, sin duda se habrían aplicado, aunque
probablemente de forma espúrea, privando a Reich de su paternidad. Pero eso no
se ha dado, ni se puede dar. Estamos ante otra locura de las muchas que fabrica
la mente humana cuando no se somete a las reglas de la lógica y el rigor
experimental.
Para terminar, mi perecer particular es que estamos ante la
obra de un paranoico. Don Quijote confundía molinos con gigantes; Reich
confunde el orgasmo con el Big Bang. No es de extrañar, por otro lado, dado que
vivió en una época en que otro paranoico fue capaz de contagiar a varios
millones de compatriotas, convenciéndoles de que la solución de sus problemas
pasaba por el exterminio de la raza judía. Algunos paranoicos son una suerte
para la humanidad; como Dalí, cuyos sueños disparatados produjeron una
bellísima obra artística. Pero el caso de Reich es peligroso, porque sus
desvaríos proceden de una persona que previamente se había ganado el prestigio
intelectual con sus importantes trabajos en el campo de la psiquiatría; lo que
lo convierte en un riesgo de contagio para personas poco informadas en
Ciencias. Sus descabelladas ideas, aunque obsoletas, sirven para alimentar la
molesta corriente de pseudociencia que hoy llena las farmacias de pulseras
magnéticas y productos homeopáticos y las calles de tiendas donde se venden
horóscopos, amuletos, magnetizadores de agua y demás zarandajas. A las clases dominantes
les interesa tener toda la información, porque la información es poder. Así que
les conviene que el pueblo no instruido pierda el tiempo con engañosas
representaciones de una presunta realidad que los aleje de la verdadera
información. Tristemente, las ideas de Reich han acabado sirviendo a las clases
que pretendía combatir.
Es una pena.
Miguel
Angel Pérez Oca.
1 comentario:
En los últimos tiempos del franquismo, oí hablar de este personaje contradictorio. Dos intelectuales amigos mios endiosaban a Reich. Uno seguidor de toda pseudociencia e incluso amigo de gentes de los sectarios NIÑOS DE DIOS. El otro un músico excelente entre hippy y niño bien que acabó en París como músico y destacado CIENCIOLO. Los experimentos de las cajas de ORGON, la relación con Einstein.....todo era buscar algo "cientifico". La muerte en la cárcel de un judío huido del nazismo para caer.en una prisión yanki, era como un aval. Supongo que estos dos "conocidos" serán, ahora, negacionistas. El relacionado con los HIJOS DE DIOS hablaba del origen de TODO como del "orgasmo de Dios". Yo te había oido hablar del BIG BANG. Ya puedes imaginar mi contestación. El ser humano es proclive a creer en mentiras si se presentan en el formato adecuado. Eran los tiempos de grandes charlatanes como Erik Von Daniken a nivel internacional o el autor de Caballo de Troya (Benítez) a nivel casero. El caso es probar suerte y montarse un chiringuito tipo Iglesia de Roma SA.
Eusebiet d'Alacant
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