martes, 10 de agosto de 2021

¡VUELVE, ESPARTERO!

 


Diez años se pasó Espartero en Inglaterra, primero como exiliado, después como Embajador de España en Londres, mientras gobernaban en España los “moderados” de Narváez. Los liberales no dejaban de lamentar haberse prestado a apoyar el golpe que acabó con su regencia. Porque estos diez años de conservadurismo fueron de innegable progreso económico que benefició a los comerciantes, industriales y alta burguesía en general; pero no todos los estratos de la sociedad  salieron ganando. Los obreros, los campesinos y los artesanos, siguieron suspirando por la vuelta del general como jefe de un gobierno que se ocupara de todos los españoles, como predicaban los progresistas.

            En 1845 el muelle del puerto ya se había alargado hasta 368 metros, con una farola de 35 metros de altura, obra del ingeniero Elías Aquino. Y el 30 de septiembre de ese año se inauguraba el Instituto Provincial de Segunda Enseñanza.

            En enero de 1846 se empezó a construir el Teatro Principal, obra del arquitecto Emilio Jover. En la actualidad sigue siendo nuestro más importante coliseo. Y en ese mismo año volvió a iniciarse el proyecto de ferrocarril Madrid-Alicante; y se abrían dos carreteras a Valencia, una por la costa y otra por Alcoy. También se proyectó un alumbrado público de gas, aunque se pospuso su instalación por su elevado coste.

            En 1847, el arquitecto don Emilio Jover realizó un proyecto para construir una Plaza de Toros en el Barrio de San Antón. La obra se realizó en un año y todavía está hoy en servicio. También se estaba desarrollando un proyecto para convertir el puerto en una dársena cerrada.

            En 1848 se realizó el primer plan urbanístico de la ciudad.

            En 1849 vino a Alacant, como Gobernador Civil, el ilustre poeta don Ramón de Campoamor. El paseo que hoy lleva su nombre, se debe a su iniciativa, sobre terrenos   desamortizados que habían pertenecido a los Capuchinos. Y también, en combinación con el financiero don José de Salamanca se comenzó a trabajar en el tendido de la vía de ferrocarril a Madrid, cuyas obras comenzaron en 1853 en el Llano del Espartal.

            La clase trabajadora, alejada de la política por el sufragio censitario, carecía de sindicatos, aunque empezaban a proliferar mutualidades y una creciente conciencia social que, de momento, se concretaba en la añoranza de Espartero como único líder de progresistas y trabajadores.

            El 27 de junio de 1854, los generales Dulce y O’Donell se levantaron contra el gobierno del “moderado” Sartorius, hombre autoritario y corrupto, que se había granjeado la enemistad, incluso, de su jefe político Narváez.

            En Alacant la crisis estalló el día 17 de julio, y la gente se echó a la calle al grito de “Viva a Libertad”. El Gobernador civil huyó a Madrid, y el Gobernador Militar se unió al pronunciamiento. Y entonces ocurrió la desgracia: al llegar la noticia de las algaradas y manifestaciones a la Fábrica de Tabacos, las cuatro mil cigarreras que trabajaban en ella quisieron lanzarse a la calle para participar en ellas, y hubo tal aglomeración en la escalera de acceso a la calle, que ésta cedió al peso de tanta gente y se derrumbó sobre el patio, resultando muertas por aplastamiento quince operarias y heridas otras muchas. Se diría que el Destino se había cobrado la deuda que las cigarreras habían contraído en el incendio de 1844, en el que todas habían resultado ilesas.

            Al fin la Reina cedió, destituyó a Sartorius y aceptó nombrar Jefe de su Gobierno al general Espartero.

            El gran defecto del sistema constitucional de 1812 era que seguía dando al Rey --o la Reina- el poder de nombrar Jefe de Gobierno, sin contar para nada con el Parlamento. Por eso la época está plagada de generales gobernantes, de alguno de los cuales se rumoreaba que la influencia sobre la Soberana obedecía a motivos más eróticos que políticos.

            Lo primero que hizo Espartero al tomar posesión de su cargo, fue nombrar Gobernador Civil de Alacant a un hombre de su mayor confianza: don Trino Quijano, cuando empezaban a llegar noticias de una temible epidemia de Cólera Morbo en nuestra ciudad.

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