EL TREN DE LA REINA.
Nuestro
poeta Vila y Blanco describe así la llegada a Alacant del primer tren
procedente de Madrid, en el que viajaba el marqués de Salamanca, artífice del
grandioso proyecto, acompañado de notables, periodistas y señoras de la alta
sociedad madrileña: “Alicante vio aproximarse por primera vez a sus muros,
precedidas de una airosa columna de vapor blanco, aquellas máquinas vivientes,
sin que nadie, al parecer, les diera impulso, encadenadas unas a otras,
deslizándose rápidas sobre la vía, y asemejándose por sus ondulaciones a una
serpiente que de vez en cuando rasgaba el viento con silbidos agudos…” Fue el 4
de enero de 1858 y este tren inaugural había tardado tan solo 17 horas en ir
desde la Capital del Reino hasta nuestra ciudad.
La
inauguración oficial de la línea férrea, con la Familia Real a bordo, se haría
el 25 de mayo y a doña Isabel II la acompañaban su esposo don Francisco de Asís
y el Príncipe de Asturias, futuro Alfonso XII. Alacant se había engalanado para
el acontecimiento con profusión de gallardetes, colgaduras, guirnaldas, tronos,
arcos de triunfo y demás pompas. Esperaban en el andén de la estación el Obispo
de pontifical, el clero en pleno con sus mejores galas, maceros, timbaleros y
clarines, militares con uniforme de gala, ediles de etiqueta, financieros
fumando puros, cañonazos de ordenanza, campanas al vuelo, etc. etc. etc.
Ante
la entrada de la iglesia de San Nicolás, la Reina y su familia se arrodillaron
sobre almohadones de terciopelo delante del abad que, vestido con capa pluvial,
les dio a besar una cruz. Tras hacerlo, la Reina le dijo al abad: “Désela
también a besar al niño”, refiriéndose al Príncipe, a la vez que lo hacía el
endeble don Francisco de Asís; lo que dio lugar a jugosos y discretos
comentarios. Después entraron en el templo bajo palio “cuyas varas llevaban
ocho canónigos”.
Durante
su estancia en Alacant, la Familia Real moró en el edificio del Ayuntamiento,
cuyo salón principal se había habilitado al efecto. Y cuando la Reina se asomó
al balcón consistorial, la recibió el pueblo alborozado y animado por 24 bandas
de música. A los alicantinos siempre nos ha enardecido el ruido.
Al día
siguiente fueron a visitar el Monasterio de la Santa Faz y otros conventos y
templos de la ciudad y por la noche hubo banquete y fuegos artificiales, y
después una función de teatro; y la juerga acabó a las tres de la madrugada,
hora en la que confío que las bandas enmudecieran y dejaran dormir tranquilos a
los egregios huéspedes.
El día 27
fueron a visitar hospitales y la Fábrica de Tabacos y por la tarde recibieron a
“jóvenes bellísimas” procedentes de diversos pueblos de la Provincia que les
presentaron sus productos típicos. Después hubo toros y visita a once buques de
guerra fondeados en nuestra rada, que les dedicaron una atronadora salva de
cañonazos. Para acceder a la embarcación que los llevó a la flota se había
construido ex profeso la Escalera de la Reina que aún hoy podemos admirar en
nuestro puerto. Y al regreso a tierra, un espectáculo de danzas y de nuevo
fuegos artificiales.
Por
fin, el día 28, la Reina y su familia, que me imagino agotada y aturdida de
tanto cañonazo, música de bandas, petardos y demás ruidosos agasajos, se
embarcó en el navío Rey Francisco de Asís, y se fueron rumbo a Valencia.
Y
Alacant quedó silencioso, agotado de tanta fiesta, con su nuevo tren y la
resaca consiguiente; y los tinteros de los escritores locales quedarían secos
después de describir tantas maravillas llenas de candor provinciano.
Agotador,
sería el adjetivo adecuado
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