martes, 17 de agosto de 2021

ORGÓN

 

Hace unos cuantos años, mantuve una disputa intelectual con una amiga psicóloga acerca de la obra de Wilhelm Reich que, ahora, muchos años después, se reproduce con otro querido amigo. Entonces publiqué el artículo que a continuación reproduzco y que apareció en una prestigiosa revista escéptica. 

 

 ORGON, EL DISPARATE  COSMICO DE WILHELM REICH


         No he podido terminar de leer “La Superposición Cósmica”, de Wilhelm Reich. ¿Qué queréis que os diga? Es demasiado para mí. Uno se acostumbra a lo largo de la vida a escuchar con indulgencia las más peregrinas opiniones. Pero las pretensiones científicas de ciertos “genios” pueden con mi paciencia. Que le vamos a hacer.

         Y el caso es que hubo un primer Reich que merece todos mis respetos. Me refiero al freudo-marxista, empeñado en demostrar que la moral sexual es una superestructura ideológica impuesta por las clases dirigentes para controlar a las clases explotadas. Esta imposición antinatural reguladora del derecho al placer sería la causa de los desequilibrios psicológicos que azotan a nuestra sociedad. El amor libre, la desprejuiciada expresión de la líbido, en detrimento de ordenancistas imposiciones familiares, sería el remedio contra la violencia y los desatinos de la historia. Con ese Reich yo podría convivir, aunque mantuviera con él ciertas discrepancias respecto a sus ideas freudianas. Pero un día, nuestro hombre descubre la “Energía Orgón” y se lanza a predicar una ciencia “nueva” donde la elucubración más disparatada sustituye al rigor del método científico, dando como resultado un conjunto de despropósitos sin la más mínima justificación ni parentesco con la realidad.

         La frontera entre los dos Reich yo diría que está constituida por la aparición, en la mente del brillante psicoanalista, de una muy grave paranoia. La ironía de la situación estriba en que su obsesión mitificadora del orgasmo quizá viene a corroborar sus primeras y más o menos válidas teorías. Él es otra de las víctimas de la imposición moral, de la tiranía ordenancista sobre el sexo que debería ser libre. Otra ironía: La hipócrita sociedad americana utilizó los disparates “orgónicos” del segundo Reich para castigar al primer Reich marxista. Su muerte en la penitenciaría de Lewisburg, bajo la acusación de estafa por la comercialización de “acumuladores orgón”, es otra muestra de que empezó teniendo razón.

         La pseudofísica que Reich pretende descubrirnos en la “Superposición Cósmica” no tiene el más mínimo soporte científico. El método científico, hijo de Galileo, Francis Bacon y Descartes, consiste en esencia en que el investigador debe estar en condiciones de demostrar fehacientemente lo que afirma haber descubierto. La fantasía humana puede crear muchas teorías, pero, para comportarse conforme a las reglas de la ciencia, dichas teorías deben ser sometidas a reiteradas pruebas de laboratorio, antes de confirmarse como descubrimientos o leyes de la Física, la Química o la Biología. Reich no hace eso. Reich inventa una realidad a su gusto, de la misma manera que los psicoanalistas en general han hecho desde Freud. Pero, claro, el mundo mental difícilmente puede someterse a los experimentos de laboratorio, y el estudioso del espíritu humano tiene que trabajar con hipótesis más o menos aventuradas y confiar en que los resultados clínicos las avalen. Pero Reich se mete en el mundo de las ciencias físicas, donde la comprobación es exigible por ser posible. Un  físico solo puede afirmar algo cuando lo ha comprobado experimentalmente; dado que la física permite dicha comprobación.

           Después de una introducción razonable, en la que examina la integración del hombre en la naturaleza, y la afortunada metáfora de “la pradera” y “el escenario”, para describir el comportamiento natural y el impuesto culturalmente, el autor desprecia la moderna física, burlándose de su paulatina evolución, para, según dice, “partir de cero”. Mandemos a paseo cuatro siglos de ciencia y saquémonos de la manga una nueva idea de energía basada en el orgasmo, nos dice Reich, y que opera tanto en el hombre como en el resto del Cosmos. Todas las pulsaciones, expansiones y contracciones, temblores, choques, etc. no son más que orgasmos cósmicos. Bueno, si él lo dice... Me recuerda el panpsiquismo de Giordano Bruno, que le llevaba a creer que los planetas eran seres vivos que giraban alrededor del Sol por propia voluntad, en busca de su calor y su luz.

         Reich se mete en harina y comienza a describir sus “experimentos”. Dice: “En una cámara totalmente obscura, forrada en el interior de hojas metálicas especialmente dispuestas para la observación de la energía orgón, se notan unidades luminiscentes de energía orgón progresando a través del espacio con un movimiento cicloidal alargado”.  Nos habla luego de un “oceano de energía orgón primordial desprovisto de masa”. “Cuando dos unidades primordiales de energía orgón desprovistas de masa se superponen, etc. etc. etc.” Y todo esto, acompañado de afirmaciones como “Partimos de la suposición...”, “Parece lógico suponer...” y así. 

         La Física actual, la que, para bien o para mal, ha hecho posible la bomba atómica, los aceleradores de partículas, la comprensión del mecanismo de las estrellas, etc. nos dice que una unidad de energía, un cuanto, un fotón, no tiene masa, y no puede, de ninguna manera, desplazarse por el espacio siguiendo un “movimiento cicloidal alargado”. El único camino para una partícula sin masa, es decir, de energía pura, es la geodésica, el camino más corto entre dos puntos en la curvatura del espacio-tiempo ; la línea recta, vaya, para nuestro mundo habitual euclidiano, y su única velocidad posible, la de la luz, es decir : 300.000 km. por segundo en el vacío. Para visualizar las partículas subatómicas con masa, mejor dicho, los trazos que dejan al desintegrarse en una “cámara de niebla o burbujas”, se necesitan gigantescos aceleradores y cantidades ingentes de energía. Difícilmente se podrían observar “unidades orgón” en una cajita oscura forrada de placas metálicas. Si ese método infinitamente más barato que los aceleradores, fuera posible, los gobiernos no se gastarían la millonada que cuesta uno de esos aparatos.

         Cuando dice Reich que “la masa emerge de ese sustrato desprovisto de masa” olvida la ecuación de Einstein: E= MC2. Se necesitan enormes cantidades de energía para obtener una brizna de materia. Esas concentraciones de energía creadora solo se dieron en la naturaleza cuando el Big Bang. Es absurdo creer que las “partículas sin masa” revolotean plácidamente uniéndose unas con otras en orgasmos productores de materia dotada de masa. Tenemos evidencias suficientes para saber que después del Big Bang ya no se creó materia en el Universo, sino que ésta evolucionó desde los primeros leptones creados (electrones, kuarks, etc.) por la ingente acumulación primaria de energía, para constituir mesones y bariones (protones, neutrones...), formando átomos de hidrógeno y helio, que por nucleosíntesis estelar y explosiones de supernova dieron lugar al resto de los elementos. Esta concepción está siendo comprobada todos los días, tanto en laboratorios como mediante la observación astronómica, sin que un solo fallo en las predicciones haga dudar de su validez. Lo del orgón, por el contrario, no da lugar a ningún fenómeno verificable ni observable, salvo en la calenturienta mente de su creador y sus presuntos seguidores.

         La creación de vida a partir de una “límpida solución de agua bionosa de gran poder orgonótico, mediante congelación, que da unas formas orgánicas dotadas de todos los atributos de la materia viva”, suena a novela barata de ciencia-ficción, o a burla, o a desvarío de una mente enferma. El experimento de S.L. Miller en los años cincuenta, que le valió el Premio Nobel, consistía en bombardear con descargas eléctricas una sopa primordial de compuestos similares a la atmósfera primitiva de la Tierra. Se obtuvieron aminoácidos, componentes fundamentales de la vida; pero todavía a una gran distancia de lo que es un organismo vivo, capaz de preservar una estructura y de reproducirse. Si alguien nos dice que en lugar de ese complicado y costoso experimento, bastaría con congelar en nuestra nevera una “solución de agua bionosa”, tendremos que preguntarnos cómo nadie ha obtenido todavía el Premio Nobel con tan fáciles medios.

         Incapaz de seguir el hilo de tan disparatada exposición, ojeo al azar el libro en busca de algún argumento que tenga un mínimo de lógica. Resulta penoso el intento de explicar la evolución de las galaxias mediante la energía orgón. Hoy día sabemos, gracias al efecto Doppler, cuál es el movimiento de las galaxias, que no coincide en absoluto con el remolino descrito por Reich. También sabemos que las galaxias no evolucionan de una forma característica en otra, sino que existen varias clases determinadas por su origen o accidentes gravitacionales aleatorios. De nuevo se vuelve a la afirmación gratuita de la creación de materia a partir de partículas energéticas sin masa. Así, por las buenas.

         La peregrina forma de explicar la aurora boreal no resiste la comparación con las modernas explicaciones comprobadas por la técnica espacial, la observación radioastronómica, etc. Hoy sabemos fehacientemente que las partículas ionizadas que conforman el viento solar resbalan sobre los cinturones Van Allen que siguen las curvas del campo magnético de la Tierra, entrando en colisión con su atmósfera en las zonas polares, donde excitan masas de aire que emite luz fluorescente, de la misma manera que hacen los tubos de neón. No hay ningún misterio en la aurora boreal, como no lo hay en el arco iris, los relámpagos o cualquier otro meteoro.

         Que la energía orgón tenga un “típico color azul” demuestra que Reich no tiene ni idea de lo que es el color. Confunde colores con pigmentos y afirma que las hojas amarillas se tornan verdes al adquirir mediante la función clorofílica la energía orgón, que es de color azul. Claro, el amarillo mezclado con el azul da verde. ¡Por favor! Un poco de formalidad. El color es la forma que tiene nuestro cerebro de identificar las distintas longitudes de onda de las radiaciones electromagnéticas, dentro de la gama visible. Un color lo que nos revela es la cantidad de fotones por segundo que inciden en nuestro ojo provenientes de una fuente dada. Se llama frecuencia a la cantidad de cuantos de luz que transporta una radiación en un tiempo dado. Se corresponde a la inversa con la longitud de onda, que es la distancia entre dos crestas consecutivas de una onda luminosa; es decir, entre dos fotones consecutivos. Así, a mayor cantidad de fotones, a mayor energía, más frecuencia y menor longitud de onda. Las emisiones de luz visible más energéticas, las que transportan más fotones por segundo, se ven de color violeta. Las menos energéticas, se ven rojas. Y entre los dos extremos está toda la gama de los colores. Así que una energía “típicamente azul” debería ser siempre de la misma intensidad. No podríamos hablar de “solución orgón muy excitada o poco excitada”, porque al ser siempre azul, su “excitación” sería siempre la misma. Y sin un incremento de la excitación, ya me diréis que orgasmo vamos a tener.

         En cuanto al funcionamiento de los huracanes, Reich ignora una explicación tan sencilla como es el ya viejo y conocido “Efecto Coriolis”, que es el mismo que hace que los grandes remolinos de toda especie, especialmente los meteorológicos y marinos (anticiclones, borrascas, corrientes marinas) giren en una u otra dirección según estemos en el Hemisferio Norte o Sur, debido a la rotación de la Tierra. Son ganas de buscarle cinco patas al gato. No digamos nada del follón que se arma con las coordenadas ecuatoriales, la eclíptica, el plano galáctico, etc., ¡negando nada menos que la gravedad! Y vuelta a liarse con la aurora boreal y la superposición cósmica del orgón para explicar algo tan sencillo como que la inclinación del ecuador de la tierra no coincide, ni tiene por qué coincidir, con el plano galáctico ni con la eclíptica. En la época de los viajes siderales, cuando las órbitas se calculan con tal precisión que se puede viajar a través de todo el Sistema Solar aprovechando el tirón gravitacional de los distintos planetas, como hizo el Voyager II, negar la gravedad es muy grave, mentalmente grave. Dice Reich -¡Agarráos!-: “La envoltura orgón ecuatorial representa el agente motor físico de los planetas. Los planetas giran sobre sus ejes norte-sur y son arrastrados, como balones por las olas... El Sol no ejerce ninguna “atracción” sobre los planetas. Se mueve sobre el mismo plano, en la misma dirección, llevado como los planetas por la corriente de energía orgón ecuatorial”. ¡Para morirse! Hacer caso a Reich significa retroceder hasta la teoría del Ímpetu de Filopón (Siglo IV), despreciando a Newton, a Einstein y a las misiones espaciales de la NASA.

         No puedo más, os lo confieso. Soy incapaz de seguir torturando mi sentido de la lógica hasta este punto. Creo que un engendro pseudocientífico como este no merece ninguna atención, ni siquiera el esfuerzo gratuito de confeccionar esta crítica. La inoperancia supina de estas teorías se manifiesta en su incapacidad para desarrollar una tecnología o una explicación válida de los fenómenos del mundo que nos rodea. Y que no se diga que la persecución política ha silenciado los logros de la ciencia orgón. Como bien saben (sabemos) todos los marxistas, los imperativos económicos privan sobre la superestructura ideológica. Si de estas teorías se derivaran posibles consecuencias económicas evaluables, sin duda se habrían aplicado, aunque probablemente de forma espúrea, privando a Reich de su paternidad. Pero eso no se ha dado, ni se puede dar. Estamos ante otra locura de las muchas que fabrica la mente humana cuando no se somete a las reglas de la lógica y el rigor experimental.

         Para terminar, mi perecer particular es que estamos ante la obra de un paranoico. Don Quijote confundía molinos con gigantes; Reich confunde el orgasmo con el Big Bang. No es de extrañar, por otro lado, dado que vivió en una época en que otro paranoico fue capaz de contagiar a varios millones de compatriotas, convenciéndoles de que la solución de sus problemas pasaba por el exterminio de la raza judía. Algunos paranoicos son una suerte para la humanidad; como Dalí, cuyos sueños disparatados produjeron una bellísima obra artística. Pero el caso de Reich es peligroso, porque sus desvaríos proceden de una persona que previamente se había ganado el prestigio intelectual con sus importantes trabajos en el campo de la psiquiatría; lo que lo convierte en un riesgo de contagio para personas poco informadas en Ciencias. Sus descabelladas ideas, aunque obsoletas, sirven para alimentar la molesta corriente de pseudociencia que hoy llena las farmacias de pulseras magnéticas y productos homeopáticos y las calles de tiendas donde se venden horóscopos, amuletos, magnetizadores de agua y demás zarandajas. A las clases dominantes les interesa tener toda la información, porque la información es poder. Así que les conviene que el pueblo no instruido pierda el tiempo con engañosas representaciones de una presunta realidad que los aleje de la verdadera información. Tristemente, las ideas de Reich han acabado sirviendo a las clases que pretendía combatir.

         Es una pena.

                                                                  Miguel Angel Pérez Oca.

                                                                   

1 comentario:

el sindrome de ulises el blog de eusebio perez oca dijo...

En los últimos tiempos del franquismo, oí hablar de este personaje contradictorio. Dos intelectuales amigos mios endiosaban a Reich. Uno seguidor de toda pseudociencia e incluso amigo de gentes de los sectarios NIÑOS DE DIOS. El otro un músico excelente entre hippy y niño bien que acabó en París como músico y destacado CIENCIOLO. Los experimentos de las cajas de ORGON, la relación con Einstein.....todo era buscar algo "cientifico". La muerte en la cárcel de un judío huido del nazismo para caer.en una prisión yanki, era como un aval. Supongo que estos dos "conocidos" serán, ahora, negacionistas. El relacionado con los HIJOS DE DIOS hablaba del origen de TODO como del "orgasmo de Dios". Yo te había oido hablar del BIG BANG. Ya puedes imaginar mi contestación. El ser humano es proclive a creer en mentiras si se presentan en el formato adecuado. Eran los tiempos de grandes charlatanes como Erik Von Daniken a nivel internacional o el autor de Caballo de Troya (Benítez) a nivel casero. El caso es probar suerte y montarse un chiringuito tipo Iglesia de Roma SA.
Eusebiet d'Alacant