QUIJANO, UN POLÍTICO EJEMPLAR.
En la Plaza de España de Alicante, entre la Plaza de Toros y el cuartel de la Guardia Civil, hay unos jardines rodeados de verja, con un monumento en su centro, una especie de obelisco, rodeado de estatuas. Es una tumba, y en su interior reposan los restos de don Trinitario María González de Quijano, que fuera Gobernador Civil de Alacant los últimos 24 días de su vida. Curiosamente, la tumba, rodeada de esculturas alegóricas y nombres de localidades alicantinas, no ostenta ningún símbolo religioso, ni cruz siquiera. Quizá don Trino era masón, además de un ciudadano ejemplar.
Nacido
en Guetaria en 1808, era un liberal, partidario de Espartero, de limpísima
trayectoria. Había sido militar de caballería, intendente de Rentas de Navarra
durante la Guerra contra los carlistas y Gobernador Civil de Canarias, hasta
que, a la caída de Espartero en 1843, fue destituido y puesto en una lista
negra. Fue detenido para ser deportado a Filipinas, pero una carta dirigida a
la Reina lo impidió, y sus enemigos se tuvieron que conformar con desterrarlo a
Navarra.
Al
regreso de Espartero, fue nombrado Gobernador Civil de Alicante, en unos
momentos de gran tribulación para nuestra ciudad, donde desde el 10 de agosto
se estaban dando los primeros casos de una terrible epidemia de Cólera Morbo.
Don Trino vino a Alacant en un coche de caballos a todo correr, y en una
vertiginosa cabalgada de 32 horas se plantó aquí dispuesto a combatir el virus
con la energía y la entrega que le caracterizaban. Entonces, Alacant contaba
con 18.000 habitantes, de los que 8.000 habían huido a pueblos cercanos o casas
de campo. Ni que decir tiene que los fugitivos eran los más ricos del lugar,
que se podían permitir alquilar una casa lejos de la peste o que eran propietarios
de fincas rurales. Los que quedaron, 10.000, eran los más pobres, y se vieron
privados de medicamentos, alimentos e incluso de consuelo espiritual, dada la
fuga general del clero, encabezado por su Obispo. De esos 10.000 se infectaron
6.000, de los que morirían 1.964 en los 47 días que duró la epidemia. O sea, el
20% de la población expuesta a la enfermedad. Terrible, ¿verdad?
Don
Trino, nada más llegar, desempeñó una labor incansable, ordenó los servicios
públicos, publicó un bando por el que se obligaba a los dueños de bares y cafés
a tener a disposición de los enfermos, día y noche, depósitos de horchata de
arroz; a los farmacéuticos, medicinas gratis; y se amenazaba a los
especuladores y aprovechados con terribles castigos. Organizó expediciones por
las huertas de la provincia para traer alimentos a la población. Se enfrentó al
Obispo fugitivo conminándole a regresar a Alacant y hacerse cargo, con sus
sacerdotes, de la feligresía doliente. Algunos clérigos obedecieron, pero el
Obispo Felix Herrero no le hizo el menor caso.
Quijano
se dedicó a atender personalmente a los enfermos, pagando de su bolsillo las
medicinas y alimentos de los más necesitados. Algunos morían en sus brazos.
Según nos cuenta Nicasio Camilo Jover, en su Reseña Histórica: “…su presencia
sola volvía la vida a los moribundos, y su nombre servía de consuelo a los que
sufrían horribles tribulaciones… su corazón era todo amor…”
A
menudo marchaba a caballo a las poblaciones donde también había llegado la
epidemia, como Alcoy, Cocentaina y Monforte.
Su
labor llegó a oídos de la Corte y la Reina le concedió la Gran Cruz de Isabel
la Católica, pero él no acudió a recogerla porque estaba muy ocupado atendiendo
a los enfermos. El poeta local Juan Vila y Blanco, en un libro que publicó pasada
la epidemia lo llamaba “Ángel de salvación”.
Pero
el día 14 de septiembre, cuando se disponía a montar a caballo para marchar a
Castalla, sufrió un desmayo y tuvieron que llevarlo a su lecho, presa de
grandes temblores y una fiebre altísima. Se había contagiado, hacía días que
estaba enfermo.
Y
aún tuvo el coraje de decir: “Sé que voy a morir, pero me voy contento porque
seré el último de la procesión”. Y
efectivamente, fue el último. Murió el 15 de septiembre de 1854 y fue la última
víctima de la epidemia.
Cuando
ahora, aquejados de una pandemia mucho menos letal que aquella, y con más
medios y vacunas para combatirla, vemos a ciertos políticos queriendo sacar
provecho de la desgracia en vergonzosos enfrentamientos, todos deberíamos
recordar a don Trino Quijano, que está enterrado en la Plaza de España de
Alacant y fue conocido como Ángel de Salvación. El sí fue un gran político, un
político ejemplar.
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