LAS LLAVES DE DON NICOLÁS.
Y
la ocasión soñada por el Conqueridor se dio al fin, aunque 32 años más tarde y
con otro soberano de Aragón, Cataluña, Valencia y Sicilia, su nieto Jaume II,
tan grande, hercúleo e inteligente como su famoso abuelo. Y es que en Castilla
había guerra civil. A la muerte de Alfonso X le sucedió don Sancho IV el bravo,
su segundo hijo, ya que el primero, don Fernando de la Cerda, había fallecido
con anterioridad. Así lo disponía el derecho consuetudinario castellano,
aunque según el Derecho Romano, en el que
Alfonso X se basó para su Código de las 7 Partidas, eran los herederos del
primogénito fallecido quienes ostentaban el derecho de sucesión. La pronta
muerte de don Sancho, aun empeoró las cosas y estalló una guerra civil en
Castilla, entre los aspirantes de la familia La Cerda y el hijo de Sancho,
Fernando IV, un niño a la sazón, regentado por la enérgica doña María de
Molina. Don Alfonso de la Cerda había pedido ayuda a don Jaume II, cediéndole
el Reino de Murcia, Alicante incluido, si le ayudaba a obtener la corona de
Castilla. Y don Jaume, que era un joven de 29 años, sediento de poder y de
conquista, acudió enseguida a Alicante, con una fuerte flota catalana y un
numeroso ejército.
La
población de la ciudad se le entregó fácilmente, pues estaba compuesta por una
mayoría de aragoneses y catalanes deseosos de ser súbditos de su reino. Pero el
castillo era otra cosa. Su alcaide, don Nicolás Péris (o Pérez para los
castellanos) era un hombre de mediana edad, muy enérgico y dispuesto a defender
los derechos de su rey Fernando. Y se negó a entregar el fuerte.
Jaume
II, impaciente por asentar la plaza y marchar a la conquista de Murcia, no
esperó a sitiarlo, sino que lo quiso tomar al asalto. Derribó con un ariete un
lienzo de la muralla del albacar, y los aragoneses y catalanes, con su rey a la
cabeza, entraron por la brecha en tromba.
Según
el cronista Ramón Muntaner, testigo de los hechos, el asalto resultó ser
especialmente sangriento. El rey, blandiendo su gran espada, iba en cabeza, y
en un arrebato de furia que solo su caballero Berenguer de Puigmoltó apenas
podía refrenar, sujetándolo por las ropas y permitiendo que otros caballeros lo
acompañaran, hizo una carnicería entre sus enemigos. Uno de los castellanos
atravesó el escudo del rey con un puñal, pero éste, tirándolo al suelo de un
golpe le clavó la espada por la nuca hasta sacar la hoja por entre los dientes
(qué bruto, ¿verdad?). Después sacó la espada y le arrancó un brazo a otro
enemigo, de un solo tajo. Y aún mató a cuatro más. Entonces, en lo alto de la
brecha, apareció don Nicolás Peris, que retó al rey en duelo singular para
evitar más derramamiento de sangre. El que matase al otro sería el dueño del
castillo, y llevaba la espada en la diestra y las llaves de la fortaleza en la
otra mano.
Pero
el que tenía enfrente era una fuerza de la naturaleza, y una lluvia de golpes y
estocadas dieron al desgraciado don Nicolás por tierra, malherido. Y los
caballeros de don Jaume lo remataron y lanzaron su cadáver al foso para que se
lo comieran los perros, por haber tenido la osadía de desafiar a un rey. Dice
la leyenda que hubo que cortarle la mano que, aun muerta, se negaba a entregar
las llaves.
La
Senyera fue izada en la torre más alta. Don Jaume II perdonó la vida a los
defensores del castillo y celebró su victoria con un trago de vino compartido
con todos los contendientes de uno y otro bando.
Yo
no puedo por menos que dedicar una reflexión al pueblo, aquel que descendía de
los viejos iberos, que había sido ocupado, pero respetado, por cartagineses,
romanos, godos, bizantinos, y árabes, y ahora formaba parte de los braceros
agrícolas de la zona, a la orden del señor del norte que poseyera la tierra que
siempre había sido suya. En un libro anterior me figuré esta escena que no me
resisto a reproducir.
Desde
una cercana huerta, dos siervos musulmanes contemplan el asalto del castillo.
-Ya
han entrado los catalanes – dice uno con gesto fatalista.
-Pues,
vaya – le contesta el otro, contrariado –, con lo que me costó aprender la
lengua de mis señores castellanos y ahora tendré que hablar con los nuevos amos
en catalán.
Era
el 22 de abril de 1296, y desde entonces esta ciudad se llamó Alacant.
No hay comentarios:
Publicar un comentario