SANT VICENT
Sobre
la puerta de las murallas que guarecen la ciudad vieja de Vannes, en Francia,
hay una hornacina con una imagen de “Saint Vincent Ferrier”, que murió en dicha
ciudad en 1419, y en cuya catedral, sita en la Place Valencia, se guardan sus
restos. San Vicente Ferrer (Sant Vicent para los valencianos) fue un fraile de
gran influencia en la Iglesia de entonces, que sufría una grave crisis llamada
Cisma de Occidente, hasta el punto de haber tres papas disputándose el solio de
San Pedro. Vicent Ferrer, eminente teólogo, dio su apoyo a Benedicto XIII, el
papa Luna, con sede en Aviñón, hasta que con ocasión de la elección de Martín V
en Roma, en 1417, se acabó el cisma y Ferrer retiró su apoyo al papa aragonés,
que acabó aislado del mundo en Peñíscola. También intervino decisivamente en el
Compromiso de Caspe, que resolvió el vacío de poder habido en la Corona de
Aragón a la muerte sin descendencia de Martín el Humano. Con su gran elocuencia
consiguió convencer a los demás compromisarios de que nombrasen rey al
Trastámara Fernando de Antequera.
Sin
embargo, el prestigio de Ferrer se debía ante todo a la predicación incansable
que realizaba mientras viajaba por todo el Orbe Cristiano. Eran famosos sus sermones
y sus milagros. Y en sus intervenciones solían darse conversiones de judíos y
curaciones repentinas de toda clase de enfermos y endemoniados. Algunos de
estos milagros, debidos sin duda a la inventiva popular, llegan a rozar lo
cómico, como aquel de un albañil que cayó de un andamio y Vicent Ferrer,
entonces aún modesto frailecito, dejó suspendido en el aire mientras iba a
pedir permiso a su prior para bajarlo suavemente y que no se hiciera daño. Sin
embargo, su antisemitismo, por motivaciones religiosas, despertaban el odio a los
judíos y moriscos, hasta el punto de darse enfrentamientos trágicos después de
alguno de sus sermones. Seguramente, él no era consciente del daño que causaba
a personas honorables e inocentes, pero su celo religioso se imponía a
cualquier otra consideración.
En
la fachada de nuestra concatedral de San Nicolás hay una placa que conmemora la
visita de San Vicente Ferrer a esta ciudad en 1411. Alacant acababa de salir de
una de las terribles epidemias de peste que la asolaron en la Edad Media, y el
miedo y la necesidad de consuelo religioso perduraban en el alma de los
alicantinos. Y así, hacía días que por las calles se extendía la noticia: “Que
ve el pare Vicent, que ve el pare Vicent”. Y una tarde, aparecía Vicent Ferrer
montado en un pollino a las puertas de la villa. Lo acompañaban otros frailes y
sacerdotes y lo esperaba una multitud de penitentes con la espalda descubierta
para azotarse hasta sangrar. La mayoría de los judíos de la vecindad se habían
apresurado a viajar a otras ciudades, a casa de algún familiar o amigo, en
previsión de posibles daños; mientras otros, dispuestos a salvar sus negocios,
se habían quedado para asistir a la misa y pedir el bautismo.
Después
de dormir en algún convento, como el bendito que era, Vicent Ferrer se levantaba
muy temprano y se fue al estrado que habían preparado las autoridades en la
portada de la iglesuela “Novella de Fora”, frente al descampado donde ya lo
esperaba la totalidad del pueblo. Se decía que el orador tenía la facultad milagrosa
de hablar a la vez en todas las lenguas. Y así, aunque él se expresaba en
valenciano, todos lo entendían, cada cual en su idioma propio, ya fueran
franceses, ingleses, italianos o borgoñones. O al menos, eso decían ellos, para
no incomodarse con nadie. Pues bien, Ferrer comenzaba su discurso recomendando
la modestia y la castidad a las mujeres, la honradez y la caridad a los
hombres, y a los padres la conveniente educación de los niños; pero cuando el
ambiente se iba caldeando, no se privaba de condenar los pecados de los paganos
y en anunciar la pronta venida del Anticristo, personificado en judíos y
musulmanes. Y la histeria apocalíptica iba in crescendo, y empezaban a darse
los desmayos, los ataques de epilepsia, las curaciones milagrosas, los alaridos
de arrepentimiento y vergüenza por pecados pasados. Y los judíos presentes se
rasgaban las vestiduras y pedían el bautismo con gritos lastimeros. Y así, tras
la general catarsis, el pare Vicent montaba en su pollino, bendecía a los
presentes y se marchaba a otro pueblo donde la feligresía necesitase de sus
consuelos.
A
Sant Vicent Ferrer se le atribuyen más de 800 milagros, y 36 años más tarde de
su muerte ya era proclamado santo; aunque ya se le denominaba así en vida por
parte de sus más incondicionales fieles. Él fue uno de los pilares de la
consolidación de la entidad valenciana que se estaba gestando entonces, con el
predominio del idioma catalán sobre el habla de aragoneses y castellanos, y
convertido ya, con sus peculiaridades, en el idioma valenciano. Cada época ha
tenido sus personajes emblemáticos: hoy deportistas, estrellas del rock,
influenzers… En la Baja Edad Media el personaje indiscutible fue Sant Vicent
Ferrer.
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