NAVIDAD DE 1264
El
rey don Jaume el Conqueridor no era rey de Alicante, a la que él llamaba
Alacant, puesto que en virtud del Tratado de Almizra, esta villa pertenecía a
Castilla. Sin embargo, el viejo rey vino a pasar aquí las Navidades de 1264, y
los fastos se celebraron en una pequeña iglesia, la “novella de fora”, antigua
mezquita de arrabal convertida en templo cristiano, que ocupaba lo que hoy es la
Concatedral de San Nicolás, concretamente la actual Capilla de la Comunión. ¿Y
qué hacía el Conqueridor en estos lares? Dos cosas: Ayudar a su yerno don
Alfonso X el Sabio a sofocar la rebelión de los mudéjares murcianos y echar un
vistazo a la zona, para futuros planes más o menos ocultos. Alfonso X, muy
ocupado con la conquista y sometimiento de la Andalucía occidental, se había
visto sorprendido por el levantamiento de los agricultores musulmanes
murcianos, que ya no podían tolerar más las imposiciones de sus nuevos señores
cristianos. Estaban hartos de pagar impuestos y sufrir confiscaciones y humillaciones,
y se habían alzado en armas, esperando quizá una ayuda de sus hermanos granadinos
o norteafricanos. Alfonso pidió ayuda a su suegro y éste se la dio de buen
grado con un gran contingente de tropas y caballeros catalanes y aragoneses. El
historial militar del Conqueridor es más bien sangriento, aunque no debemos
juzgar a la gente de la Edad Media con la misma vara de medir que usamos en la
actualidad. Entonces, si no eras una mala bestia no podías aspirar a ser rey ni
señor feudal, pues otro, peor que tú, te habría liquidado para ocupar tu
puesto. Don Jaume era un hombre tremendo de estatura y fortaleza, pero también
muy culto, educado por los caballeros templarios, aunque en su historia debemos
reparar en la conquista de Mallorca y la masacre de sus habitantes musulmanes.
Tal fue así, que una epidemia de peste, ocasionada por tanto muerto insepulto,
diezmó a sus propias tropas. Así que ya nos podemos figurar cómo debió ser la
campaña de pacificación del campo murciano. Pero, inteligente y astuto, suponemos
que no se pasaría en crueldades, y sabría negociar con el enemigo, porque
necesitaba a los sublevados para que siguieran trabajando la tierra para sus
señores. ¡Ay, el venerado don Jaume el Conqueridor!
A
diferencia de la iglesia gótica de Santa María, que solo contaba con una
modesta plaza frente a su fachada, la “novella de fora” tenía ante sí un gran
descampado donde podrían formar y evolucionar infantes y caballeros de don
Jaume. Por eso, las ceremonias se celebraron aquí. Y todos acabaron oyendo misa
solemne y comulgando como Dios manda, con las vestimentas nuevas y blasones
impolutos, limpios de la sangre de las batallas. Y el rey, montado en su brioso
corcel, con su casco adragonado de alas desplegadas, su escudo cuatribarrado y
su poderosa espada al cinto, miraba con disimulo a su alrededor. Aparte de unos
pocos caballeros castellanos que habían acudido a recibirlo, y sus escasos
sirvientes mudéjares, el pueblo brillaba por su ausencia. Expulsado de la
ciudad, se mal ganaba la vida en el campo o había huido a las montañas o a tierras
musulmanas. Así que era un buen sitio para repoblar con señores y siervos
catalanes y aragoneses en espera de una anexión que alterase lo acordado en
Almizra. A cambio de su ayuda, había obtenido de su yerno Alfonso permiso para
colaborar en la colonización de la zona con gentes de su reino. Y después
habría que esperar a que una situación política favorable hiciera posible el
golpe definitivo.
-Dios
proveerá – se dijo el monarca, pensando en sus herederos.
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