EL TOISÓN DE ORO
En
el siglo XVI Alacant era una ciudad próspera, de unos 6.000 habitantes, con un
puerto muy activo, constituido por un espigón que entraba unos 200 pasos en el
mar, y un altivo y poderoso castillo artillado que se elevaba 160 metros por
encima de la población, a la que protegía con unas murallas que bajaban de las
alturas y la rodeaban, abriéndose por cuatro puertas: la del Portal de Elche ,
más allá del cual estaba el arrabal de San Francisco, con su convento
franciscano y la altura de la Montañeta y su molino; el Portal de la Huerta,
tras el que se desarrollaba el arrabal de San Antón y los campos de cultivo; la
Puerta del Mar, que se abría al puerto y el Portal Nou, sobre el acantilado y
la playa, con el Arrabal Roig, de los pescadores, que salían a la costa, donde
reposaban sus barcas, por una puertecita en la muralla, “el postiguet”, que le
daba nombre a la playa.
Desde
que pasó a ser ciudad, Alacant se regía por un sistema de insaculación – a
suertes- entre los caballeros, de los que salía el Justicia – alcalde y juez –
y los demás cargos importantes. En otros dos sacos con los nombres de los
aspirantes, estaban los cargos secundarios, a obtener por los ciudadanos, entre
los que se distinguía entre ciudadanos de mano mayor y ciudadanos de mano
menor.
Cuando
se descubrieron y colonizaron las Indias Occidentales, las Españas habían
pasado a ser la primera potencia del mundo, debido en gran parte al oro y la
plata que todos los años traían a Cádiz los galeones de la Flota. Y esta
riqueza redundaba en beneficio de todos, desarrollaba el comercio y beneficiaba
a las ciudades portuarias, como Alacant.
A
la muerte de Fernando el Católico y la incapacidad de su hija Juana la Loca, le
sucedió su nieto Carlos que, en 1516 heredaba las coronas de Castilla, con sus
posesiones americanas, Aragón, con Cataluña, Valencia y demás posesiones
mediterráneas, Navarra y Granada, con el nombre de Carlos I. Pero en 1520,
mientras Magallanes y Elcano daban la vuelta al mundo, Carlos partía a Alemania
para heredar de su otro abuelo,
Maximiliano, el título de Emperador, con el nombre de Carlos V. Debido a los desmanes que en su
ausencia cometieron los políticos flamencos que había dejado a cargo de sus
reinos, estalló la revuelta de los Comuneros, que no afectó a Alacant ni al
testo de las tierras aragonesas y catalanas. Pero por aquí también hubo otras
rebeliones contra al joven Rey Emperador.
En 1519 se
había declarado una epidemia de peste en Valencia, y los nobles y ricos de la
zona se apresuraron a huir al campo, dejando las ciudades y pueblos sin
autoridades responsables. De modo que fueron los gremios los que se tuvieron
que hacer cargo, con el fin de defender las costas de un presunto ataque
inminente de corsarios argelinos que merodeaban por el litoral. Y el ciudadano
Juan Lorenzo Pirail exhortó al pueblo a gobernarse por sí mismo, puesto que no
necesitaban a nobles ni ricos para hacerlo. La de las Germanías – Agermanats en
valenciano - debió ser la primera revolución democrática de la Historia, si
prescindimos de la de Espartaco en tiempos de la República de Roma. Y muchas
ciudades y pueblos se sumaron a la rebelión, y los palacios y mansiones fueron
saqueados y asesinados algunos propietarios. Orihuela y Elche se sumaron a la
rebelión, pero Alacant, en su mayoría, la rechazó, mandando una carta de
adhesión al rey. Un grupo de ciudadanos disconformes, dispuestos a sumar
Alacant a la sublevación, exigieron a
don Francisco Pérez, militar miembro del Concejo, que dirigiera la revuelta
local; pero éste se negó en redondo, y como los insurrectos hubieran puesto en
su balcón la bandera de los Agermanats, mando a un criado que la echara a la
calle. Los revoltosos, enfurecidos, asaltaron la casa de Pérez, en la calle de
Labradores, y asesinaron al amo y al criado.
Las tropas del
Marqués de Vélez y don Pedro Masa sofocaron la rebelión en toda la zona, y el
Emperador premió la lealtad de Alacant, concediéndole el Toisón de Oro, que
desde entonces ostenta nuestro escudo.
Habría que
preguntarse la razón de que Alacant no se sumara a la rebelión, como sus
vecinos de Elche y Orihuela. Quizá por aquí no había llegado la peste y por eso
los nobles estaban en su sitio, o quizá el pueblo alicantino, en su mayoría
marinos muy cosmopolitas y viajeros, habían comprendido sensatamente que
enfrentarse al dueño de medio mundo era una locura condenada al fracaso. Quién
sabe.
Fue por entonces cuando se libró la batalla de Pavía entre el Emperador y Francisco I, rey de Francia. Y éste, derrotado y prisionero, llegó al puerto de Alacant en 1525. Sería conducido a Castilla, pero entretanto se alojó en el palacio de la Puerta Ferrisa y fue muy agasajado por los notables alicantinos. Era la primera vez, en la Edad Moderna, que se recibía aquí a un rey, aunque fuera cautivo; pues nuestro Emperador jamás nos hizo una visita.
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