REFLEXIONES DE UN MEQUETREFE.
Llevo
ya más de un año poniéndome la mascarilla cada vez que salgo a la calle, lo que,
por cierto, solo hago cuando es imprescindible ir a algún sitio esencial;
lavándome las manos muchas veces al día; guardando las distancias; privándome
de reunirme con mis amigos en lugares cerrados. He renunciado a asistir a las
reuniones de mi querida tertulia, para mi una actividad imprescindible y
motivadora de mis modestas obras literarias y poéticas. E imbuido de una
conciencia ciudadana que estimo obligada, me he dedicado a exhortar a todos mis
presuntos lectores a hacer lo propio, entre lo que cuenta suspender las
reuniones tertulianas, comprometerse con la salud ajena, no conformarse con
fantasías y cuentos de hadas, en los que uno sueña con borrar la pandemia con
una goma mágica y pintar el mundo futuro con maravillosos lápices de colores,
y, sobre todo, no aceptar el contagio como fruto de la mala o buena suerte,
sino de la conducta colectiva de nuestros congéneres del género Homo pretendidamente
Sapiens.
Bueno,
pues por incurrir en tan osado comportamiento he sido vilipendiado, llamado
mequetrefe, machista, insultador y no sé cuántas lindezas más.
Muy
bien, seré todo eso, pero además me siento ciudadano responsable de mis actos
que, bajo ninguna excusa, pueden justificar el más mínimo descuido frente a la
pandemia.
Y,
como resumen a mis mequetréficas reflexiones, se me ocurre pensar que si todo
el mundo hubiera procedido como yo, privándose de tantas cosas apetecibles en
bien de la salud ajena, no habría habido una segunda ola de contagios, ni una
tercera, ni estaríamos esperando una cuarta. Y en este país, probablemente,
hubieran muerto unas 30.000 personas menos; es decir, algo así como la décima parte de los habitantes de nuestra ciudad de Alicante… ¡Nada menos! Habría que
ver todos los ataúdes juntos, puestos delante de vuestros queridos antros de
reunión tertuliana, con cena, bebida y postre.
Pero
los que no pueden prescindir del contacto humano y de las reuniones
desmascarilladas y desdistanciadas, no pueden oír estas cosas, porque lo que
digo les suena a acusación insoportable. Pues les diré algo más, que todavía
les va a incomodar superlativamente: Si cometéis imprudencias que puedan
aumentar los riesgos de contagios y muertes consiguientes, no sois más que unos
despreciables homicidas por imprudencia.
¿Os
pica? Pues rascaros.
Y
menos mal que los virus no saben reírse, o son tan pequeñines que su risa no
llega a nuestros oídos, que si no, el jolgorio atronaría los espacios y os
veríais como unos ridículos y egoístas mequetrefes.
Por
cierto, dícese de mequetrefe a la persona considerada insignificante en lo
físico o lo moral. Sinónimos: Chisgarabís, cantamañanas, zascandil, tarambana.
No
se aconseja a los mequetrefes mirarse al espejo.
Para
terminar: ¿Cómo se debería llamar a la persona egoísta o fantástica sin sentido
de la responsabilidad? Preguntadle a los 30.000 muertos.
Miguel
Ángel Pérez Oca.
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