MEDINA LAKANT
Por
fin llegó a estas tierras gente que sabía leer y escribir, y el libro de
Alicante fue llenando sus hojas de letras, si bien eran éstas de un alfabeto
que nada tenía que ver con el romano. Ahora Hispania se llamaba Al Ándalus, que
quiere decir “Tierra de los Vándalos”, porque desde la perspectiva de un
norteafricano, los bárbaros vándalos habían venido de la Península Ibérica. Y
ese nombre ha perdurado hasta nuestros días, cuando al sur de España se le
llama Andalucía.
Sabemos que el
castillo o alcazaba sobre el monte que los musulmanes bautizaron como
Benalacantyl (de Al Lakant) había sido construido u ocupado en el siglo VIII
por las tropas del jefe sirio Abd-el-Yabbar ibn Nadir, de la tribu de los Baly,
que se había casado con una hija del conde godo Teodomiro y ocupaba la
fortaleza en virtud del Tratado de Tudmir y del parentesco adquirido.
Pero
la primera mención escrita del castillo del Benacantil sería de Al Razi, ya en
el siglo X.
El Emir
Abdelramán II (822-852) había dividido el territorio levantino en dos
administraciones: la del norte con capital en Játiva, que llegaba hasta
Valencia y Sagunto; y la del sur, con un puesto muy importante para Medina
Lakant y que llegaba hasta Orihuela y Chinchilla. Medina Lakant fue a partir de
entonces una ciudad importante, por ser, entre otras cosas, el único puerto del
antiguo territorio de Tudmir, amparado, además, por su altivo castillo.
El geógrafo Al
Idrisi, en el siglo XII, describirá así
a nuestra ciudad: Medina Lakant es una
pequeña ciudad de buenas construcciones. Tiene zoco, mezquita, aljama y otra
mezquita con predicación. Manda esparto a todos los países del mar. Tiene
muchas frutas y legumbres, higos y uvas. Posee un castillo inasequible y
elevado en lo más alto de un monte, al que se sube con fatiga y cansancio. En
ella, a pesar de su pequeñez, se construyen barcos.
En el año 858
los vikingos incendiaron y saquearon Orihuela, pero pasaron de largo por Medina
Lakant, sin duda intimidados por su castillo.
En cambio sí
hay noticias de otras calamidades: malas cosechas, hambrunas y tributos
abusivos que provocaron una rebelión generalizada contra las autoridades
cordobesas por parte de los campesinos alicantinos, ahora ya convertidos al
Islam.
Fue Abdelramán
III, antes de alcanzar el Califato, quien puso fin a estas rebeliones,
nombrando gobernador de Callosa y Medina Lakant a Muhamad Al Saig, de Elche,
que resultó ser un mandatario indisciplinado que acabó enfrentándose a su señor
en dos ocasiones, siendo condenado a perder todos sus dominios salvo Medina
Lakant, donde se estableció. Pero el tal Muhamad volvió a sublevarse contra el
futuro Califa, que puso sitio al castillo en el año 928. Al final, el castillo
se rindió por hambre y al señor Muhamad lo mandaron a Córdoba, donde conservó
rentas y tierras, dado su alto rango nobiliario. Cosas de la época.
Al Califato le
quedaban 80 años de vida. Tras la muerte, en 1002, del ambicioso y autocrático
general Almanzor, que fuera el verdadero gobernante de Córdoba como visir del
inepto Califa Hisham, y muerto también su hijo, el Califato de los Omeyas se
disolvió como un azucarillo y, tras una sangrienta guerra civil, cada
gobernador de provincia acabó declarando la independencia de su territorio.
Había empezado el tiempo de los Reinos de Taifas, y la conquista progresiva de
éstos por los rudos cristianos venidos del norte de la Península. En este
periodo Medina Lakant iría de un reino a otro, como de Herodes a Pilatos, hasta
acabar en manos de los reyes castellanos.
A partir de
entonces, el libro de Alicante volvería a escribirse en alfabeto romano y con
un texto seguido y meticuloso.
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