El tema de la tertulia de ayer era "Emoción" y yo he participado con este relato que os pongo a continuación; aunque más que emoción lo que en él se refleja es el desencanto. Emoción la de entonces.
LA INEFABLE EMOCIÓN DE VOTAR.
Y allí estaba
Nemesio, 45 años a la espalda con los primeros achaques propios de una
prematura decadencia física, tensión arterial alta, corregida con pastillas, un
trabajo rutinario que no le gustaba nada, esposa gorda y ausente, tres hijos
varones en un instituto de enseñanza media, un pisito modesto y, en cierta
medida, acogedor y un coche utilitario con doce años de vida. No se consideraba
muy inteligente ni era valiente para haberse comprometido en política. Bien le
había advertido su padre, que en gloria estuviera: “Nemesio, no te metas en
política, que al final siempre vamos a la cárcel los mismos”. Porque el pobre
hombre se había pasado ocho años en una prisión franquista, al acabar la
guerra, por el delito de Auxilio a la Rebelión y estaba muy escarmentado.
Alguno de los amigos del “cole” y vecinos de Nemesio sí que habían militado en
partidos clandestinos y alguna vez los habían arrestado; pero, curiosamente - o
no tan curiosamente -, Pepito Fraile, hijo de un concejal excombatiente de la
División Azul, era inmediatamente liberado por su papá, y los “polis” de la
Brigada Político Social no le tocaban un pelo. En cambio, el bueno de Roberto,
que era hijo y nieto de rojos, recibía todas las bofetadas y ya se había pasado
alguna temporada en chirona. Ambos habían cometido el mismo delito, según las
leyes franquistas, pero, por lo visto, el pedigrí era muy importante para los
agentes del orden. Por eso, Nemesio, bien aconsejado por su progenitor, se había
mantenido siempre al margen de actividades políticas contra la dictadura, por
mucho que el franquismo le diera un profundo asco.
La
cola era larga y la emoción se pintaba en muchos rostros. Había quien llevaba
los sobres de los votos en alto, como si fueran una pancarta. Hombres y mujeres
corrientes, algún mozalbete luciendo su recién estrenada mayoría de edad, unas
monjas de mirada inquieta, un viejecito en silla de ruedas, todos mostraban
actitudes más o menos emocionadas. A Nemesio le temblaba el pulso conforme se
aproximaba a la mesa electoral. Y al fin se vio ante el presidente y los
vocales, los interventores de los distintos partidos y un guardia que le dedicó
un ademán amable para que se aproximara. El presidente era su viejo amigo
Roberto, que en ese momento le sonreía con un gesto de complicidad, dando sin
duda por buenas todas las bofetadas que había recibido en su larga lucha por la
democracia. A un lado, con la acreditación de interventor de un partido de
izquierdas a modo de escapulario, estaba Pepito Fraile, con una actitud digna,
como de reproche ante su cobardía de tantos años. Nemesio pensó que para Pepito
había sido muy fácil luchar contra el régimen, respaldado siempre por el
respeto o el miedo que infundía su padre, y la negligencia de éste hacia sus
“pecadillos de juventud”. En el fondo, había jugado con ventaja, y ahora se las
daba de héroe de la democracia. En cuanto al guardia, tan simpático y
servicial, seguro que hasta hacía poco había estado dando hostias a los malditos
“subversivos” que, al final, se habían salido con la suya, muy a su pesar.
Nemesio
avanzó con paso inseguro, embargado por la emoción de votar por primera vez en
su vida, y se llegó a la mesa, cuyos componentes, en su mayoría, eran conocidos
suyos. Sonrió a todos, mostró su DNI, que una chica leyó en voz alta, mientras
otro vocal y los interventores marcaban su nombre en las listas. Después
entregó los sobres, que Roberto introdujo en las urnas mientras le guiñaba un
ojo.
Qué
emoción; tanta que un violento espasmo placentero le recorrió la espalda y las
piernas, mientras se le hacía un nudo en el vientre. Trastabilló al volverse
para salir del colegio, y estuvo a punto de caer, mientras se apresuraba a
ocultar a los presentes la evidencia de su explosión emotiva; porque una mancha
de humedad en la entrepierna delataba el orgasmo que acababa de experimentar.
¡Qué apuro! ¡Qué vergüenza!
Ahora
Nemesio tiene ochenta y cuatro años y piensa que, vista la situación política
actual, tampoco era para tanto. MAPérez
Oca.
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