LOS CIEN MIL HIJOS
Alacant
era la única capital de provincia que, en 1823, aún no había sido ocupada por
los Cien mil hijos de San Luís. Llegaron noticias de que ya estaban a tan solo
dos leguas de la ciudad, y el jefe de la guarnición de Alacant, comandante
Iribarren, decidió salir a plantarles cara y se dirigió con sus escasas fuerzas
hacia San Vicente del Raspeig, donde acampaba el general absolutista Samper.
Pero la caballería de Samper los rodeó y ellos formaron en cuadro para
resistir. Los alicantinos, que desde el castillo de Santa Bárbara vieron la
maniobra de los realistas, salieron en tromba de la ciudad, armados con lo que
cada uno tenía, y consiguieron desbaratar a los atacantes y liberar a Iribarren
y los suyos, que regresaron con muy pocas bajas a la ciudad.
El
5 de agosto de 1823 llegaron refuerzos de mil hombres al mando del nuevo
comandante militar de la provincia, don Joaquín de Pablo Txapalangarra, así
como los soldados supervivientes de la división del coronel Bazán, muy castigada
en las acciones de Valencia y Orihuela. Txapalangarra se ocupó de hacer acopio
de alimentos, pidió empréstitos para
financiar la campaña, e incluso vendió las campanas de los templos a unos
comerciantes italianos. Las tropas estaban muy mal equipadas, careciendo
incluso de calzado adecuado.
Por
esos días pasó por Alacant el heroico general Torrijos, que iba a Cartagena
para hacerse cargo de su defensa.
El
3 de octubre, Alacant fue al fin cercado por los Cien Mil Hijos, al mando del
vizconde de Bonnemains, y Txapalangarra solo pudo resistir treinta y tres días
de asedio
Al
final, agotadas todas las provisiones para poder alimentar a una población de
21.000 personas, incrementada con las tropas y los refugiados valencianos, se
acordó con los franceses, que ya se preparaban para el asalto final, una
rendición sin lucha el 11 de noviembre de 1823. Los liberales alicantinos y los
militares se embarcaron rumbo a Gibraltar y al exilio.
Ellos
no lo sabían, pero tres días antes, el general Rafael de Riego, que había
traído de nuevo la Constitución, malherido y abandonado por sus tropas, había
sido deshonrosamente ejecutado en la Plaza de la Cebada de Madrid. Fue llevado
al cadalso arrastrado en un serón, destrozado física y moralmente, y fue
ahorcado y después decapitado, por el terrible delito de haber votado la
incapacitación del Rey. La Historia le daría la razón: Fernando VII fue el peor
y más incapaz rey de nuestra Historia.
Txapalangarra
sería asesinado años después mientras intentaba convencer a sus paisanos de que
se unieran a él en la guerra contra los carlistas. En lugar de escucharlo, le
dispararon. Bazán sería fusilado, con su hermano, con Bartolemé Arques y otros
patriotas liberales, tras intentar un desembarco de constitucionalistas en
Guardamar del Segura. Y Torrijos, el héroe de la Guerra de la Independencia,
sería también fusilado por orden del Rey Felón. La sobrecogedora imagen del
fusilamiento de Torrijos y sus compañeros se puede admirar en el cuadro del
pintor Gisbert que se muestra en el Museo del Prado.
Alicante
fue la última capital donde tuvo vigencia la Constitución de 1812, tal como en
el siglo siguiente sería la última capital donde rigiera la Constitución de
1931, de la II República.
Con
las tropas francesas ocupantes había llegado el que sería nuevo Gobernador
Civil y Militar de Alacant, el ser más sanguinario, despreciable, fanático y
odioso que ha gobernado y cometido sus fechorías en Alacant: el brigadier
Fermín de Iriberri, de triste recuerdo.
2 comentarios:
siempre aprendo contigo....
Todos aprendemos de todos. No hay nadie en el mundo que no pueda enseñarte algo. Hasta mi gato Kepler me ha enseñado muchas cosas.
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