miércoles, 30 de junio de 2021

EL REY TRAIDOR

 


EL REY TRAIDOR.

 

            “Marchemos francamente, y yo el primero, por la senda constitucional” dijo don Fernando VII, después de que, tras seis años de absolutismo cerril, el teniente coronel Rafael de Riego se levantara en Cabezas de San Juan el 1 de enero de 1820, reclamando la vuelta de la Constitución de 1812, y las guarniciones se le fueran adhiriendo, hasta que el 10 de marzo Madrid se unió a la rebelión general.

            El levantamiento de Riego había sido motivado por la negativa de sus hombres a embarcarse rumbo a América para sofocar los levantamientos liberales que se estaban produciendo de forma generalizada y que darían lugar a las independencias de todo el continente. Porque las independencias de Sudamérica no fueron más que el resultado de la lucha entre liberales y absolutistas, que en España habían ganado estos, mientras en las Américas triunfaban los liberales. Las Españas, que en la Constitución de 1812 formaban toda Hispanoamérica y Filipinas, con la España europea, se rompieron por culpa de la intransigencia del Rey Felón, cuyo despotismo nos hizo perder el Imperio, que había sido convertido por el liberalismo en un estado democrático.

            El despreciable Fernando VII se avino a traer de nuevo la Constitución, y a jurarla solemnemente, cuando vio peligrar su corona al tener al ejército unido en su contra, pero en secreto negociaba con la nueva monarquía francesa borbónica, sucesora de Napoleón, y con sus aliadas Rusia, Austria y Prusia.

            Durante los años de absolutismo, el ayuntamiento, regido por el corregidor, poco había hecho por Alacant. En 1816 se instaló una fuente en el Barrio Nuevo ocupado por los antiguos vecinos del Arrabal de San Antón; y se fundaron las Escuelas de Agricultura y Comercio. Pero no se repararon debidamente los daños de la última inundación de 1792; lo que provocó que un segundo diluvio, en  octubre de 1817, volviera a tropezar con la presa de la muralla, sin la debida canalización, produciendo una segunda inundación todavía más catastrófica que la primera.

            En 1818 se mejoró el alumbrado, pero solo el de los barrios de gente distinguida.

            En cambio, cuando se trajeron de Roma los restos de los anteriores reyes padres, Calos IV y Maria Luisa, que fueron desembarcados en Alacant para ser llevados al Escorial, el Ayuntamiento se gastó una fortuna en ceremonias fastuosas, y se obligó a los ciudadanos a ir de luto riguroso durante seis meses. Ese era el estilo de la Monarquía Absoluta, mientras se perdía América.

            Ahora, esta segunda vigencia de la “Pepa” duraría solo tres años. En Alacant se fundó la Sociedad de Amantes de la Constitución a iniciativa de  varios conocidos liberales de la ciudad. El nuevo Ayuntamiento Constitucional mandó derribar las murallas antiguas y abrir en su lugar el hermoso Paseo de Quiroga (hoy Rambla de Méndez Núñez). Y se nombró Alicante capital de la provincia de su nombre. Se construyó un nuevo mercado junto al muelle, en el lugar que hoy ocupa la casa de Carbonell, formado por dos espacios rectangulares, justo al lado de la Puerta del Mar.

 Aunque los enfrentamientos entre las distintas facciones liberales solo sirvieron para dar fuerzas a los absolutistas, que se habían pronunciado ya en Orihuela al mando del bandolero Jaime el Barbudo. El coronel Bazán, con el comandante Bernabeu y las milicias de Alacant sofocaron la incipiente rebelión. También hubo pronunciamientos absolutistas en Aspe y otros lugares de la provincia, al conocido grito de “¡Vivan las caenas!” Y llegaron noticias de levantamientos en Valencia, que el coronel Bazán no pudo sofocar, ni el ciudadano Bartolomé Arques, que había armado una milicia de su bolsillo y había partido con ánimo de levantar el cerco a la capital valenciana.

            Pero todo fue inútil. El 16 de abril de 1823 cruzaron los Pirineos los llamados Cien Mil Hijos de San Luis, tropas francesas al mando del duque de Angulema. En poco tiempo tomaron Madrid. Valencia cayó en poder de sus sitiadores absolutistas. El Rey fue liberado por los franceses en Cádiz, a donde había sido llevado por los liberales. Toda España estaba otra vez bajo la bota despótica de don Fernando “el Deseado”… Solo faltaba tomar Alicante.

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