martes, 16 de abril de 2019

CUENTO Nº 3 DE LA PENTALOGÍA DE LA MUJER BARBUDA.

Sigo con mis cuentos que forman parte de la pentalogía dedicada a la Mujer Barbuda.



UNA FIESTA EN CASA DE LA MUJER BARBUDA.

            Cuando me presenté en la Comisaría de Policía de Boston, acompañado del abogado Smith, el Jefe Braun emitió un suspiro de alivio. Se notaba que se alegraba mucho de que fuéramos a solucionarle un problema muy peliagudo.
            -Miren - nos dijo mostrándonos la amplia y única celda en el sótano -. Ahí está, con su barba y sus tetas. Menudo problema me ha traído este ser monstruoso. No podíamos enviarla al penal de Boston, porque es una mujer y los hombres allí son peligrosos hasta para los jovencitos, pero en la cárcel de mujeres no había manera de internarla sin provocar una revolución, con esas barbas…
            Al otro lado de las rejas, una persona cuyo rostro estaba cubierto por unas inmensas barbas negras como el azabache, estuvo estudiando mi rostro, intentando identificarme.
            -¿Es usted Ismael, el que se metió marino y marchó en el Pequod?
            -El mismo - le dije y añadí - La señora… “como se llame” me lo ha contado todo y me ha faltado tiempo para venir a pagar su libertad.
            Ella se acercó a la reja y, tomando mi mano entre las suyas, me la besó, agradecida.
            -Sea en recuerdo de cuatro noches inolvidables - pronuncié en un susurro que debía quedar entre nosotros.
            Cuando regresamos a la vieja casa que había sido residencia del reverendo Armstrong y ahora era un local de lenocinio regentado por la “madame”… ¿Colette?, hubo grandes demostraciones de júbilo entre las tres chicas y su jefa. La Mujer Barbuda se dirigió a sus amigas y les dijo:
            -Ismael ha pagado mi fianza y gracias a él soy libre. Creo que le debo una disculpa. Durante años ha vivido atormentado por la incertidumbre acerca de cuál de vosotras fue su amante en los días que vivió en esta casa. Ahora que ya sabe que fui yo, como dueña de este prostíbulo quiero que haga realidad todas sus sospechas. Ofrezcámosle una orgía de lujo con las cinco, que lo resarza de tanta zozobra.
            No os contaré con detalle lo que ocurrió esa noche sobre la cama redonda de aquel establecimiento abierto solo para mí. Solo os diré que, recuperando el vigor que un día perdí ante el cachalote blanco llamado Moby Dick, les di satisfacción a todas, aunque nada superó a lo disfrutado en aquellas lejanas noches, pues la que mejor me sirvió, con creces y por encima de las otras, fue sin duda la Mujer Barbuda.
            Traté de no pensar en sus pilosidades faciales y sí en los otros encantos y habilidades de los que su cuerpo elástico y suave era rico. Y ¿qué queréis que os diga? Me lié la manta a la cabeza y de madrugada, mientras la señora y sus pupilas dormían el sueño de las justas, la Mujer Barbuda, envuelta en un poncho con el que ocultaba su condición, me condujo a la cuadra de atrás de la casa. Cogimos los dos mejores caballos y nos fuimos al Lejano Oeste. Nunca le pedí que se afeitara la barba.

                                                                       Miguel Ángel Pérez Oca

                                                                              (500 palabras)

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