El tema de la tertulia de ayer era "el monóculo", y esta fue mi aportación.
Espero que os guste.
LA ESPOSA DEL HOMBRE DEL MONÓCULO.
El comandante Klaus Von Nutz era,
para los nazis, un héroe de la guerra de España. Había participado en el
bombardeo de Gernika y, al regreso de su misión asesina, consiguió alcanzar la
zona nacional con su avión incendiado y realizar un impecable aterrizaje de
emergencia, salvando así a su tripulación de la muerte o el cautiverio; aunque
él sufrió un gravísimo impacto que le desfiguró el rostro y le arrebató un ojo.
A finales de 1939, su aspecto era impresionante. Ario altísimo y rubio, iba
siempre vestido de uniforme y con pistola al cinto. Tenía la cara llena de
cicatrices, con el ojo derecho cubierto por un parche negro y el izquierdo tras
un monóculo de muchas dioptrías que corregían en parte sus lesiones oculares.
En las fiestas de su embajada en Buenos Aires, donde ejercía de agregado
militar, iba siempre acompañado de su bellísima esposa, tan rubia y casi tan
alta como él y con un atractivo sexual irresistible.
Aquella
noche, no pude evitar el compromiso de tener que acudir a la Embajada Alemana
en sustitución del director de “La Voz del Plata”, diario en el que era reportero
desde que llegué a mi exilio argentino. En cierto modo, acaté la orden de mi
jefe porque me tentaba ver de cerca a aquel malnacido de Von Nutz, cuyas bombas
habían caído más de una vez sobre mi cabeza y matado a algunos de mis mejores camaradas.
Tras
la cena pasamos al salón de baile. Las mujeres alemanas cuchicheaban en un
rincón y, sorprendentemente, dirigían hacia mí sus pícaras miradas. La rubísima
“Frau” Von Nutz se destacó del grupo y vino a donde yo me tomaba un whisky.
-Deje
ese vaso en la mesa – me ordenó con una sonrisa a la vez imperativa y amable -
, señor Arana, y baile conmigo – y no pude negarme a tan sugerente invitación.
-Me
han dicho que es usted un exiliado español republicano – y yo asentí.
-¿Sabe?
Es usted el único hombre interesante de esta reunión – afirmó mientras su
deseable cuerpo se acercaba a mi ya excitada anatomía. Ella lo notó de
inmediato y, sin ningún pudor, me propuso subir a su habitación. Así, sin más
preámbulos.
Cuando
entramos en el lujoso cuarto que compartía con el comandante, se desnudó en un
santiamén y todavía le sobró tiempo para ayudar a quitarme la ropa.
Durante
más de dos horas estuvimos practicando todas las posturas del Kama Sutra, e
incluso algunas muy particulares que nunca se me hubieran ocurrido.
-Tienes
unos gustos sexuales muy… - empecé a decirle.
-¿Sofisticados?
– me preguntó, aunque yo los hubiera calificado más bien de rebuscados, algo sucios
y un tanto sadomasoquistas.
-Me los enseñó Klaus, el pobre. Pero el
accidente no solo lo dejó tuerto…
Me
fui al cuarto de baño, a ducharme, y cuando ya estaba secándome, me sorprendió
un escándalo de gritos en alemán dentro de la habitación. Inmediatamente,
apagué la luz. Las voces las daba el comandante Von Nutz que, al parecer,
empuñaba su Luger y amenazaba con matar al desconocido amante de su esposa y a
ella misma.
La
puerta del aseo se abrió violentamente, pero yo me adelanté a las intenciones
del militar nazi y, desde la oscuridad, le di un potente puñetazo en la
barbilla que lo lanzó por el aire hasta dar en el suelo, junto a la cama. La
pistola y el monóculo volaron lejos de su dueño, que había quedado
inconsciente. Y me apresuré a lanzar ambos artilugios por la ventana y vestirme
deprisa, antes de que el teutón despertase.
-Llévame
contigo – me rogó la valkiria -, o él me matará.
Escapamos
juntos, pero no pude hacer nada más por ella, en mi pobre situación.
Cuando
regresé a Europa, terminada la Guerra Mundial, me enteré de que Von Nutz acabó
dirigiendo un campo de exterminio y que murió en la horca tras el juicio de Nüremberg.
Su esposa había desaparecido en Argentina sin dejar el menor rastro.
Muchas
noches solitarias la recuerdo desnuda y le deseo que haya sido feliz con algún
hombre de gustos sexuales muy sofisticados.
Miguel Ángel Pérez Oca.
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