martes, 27 de abril de 2021

LA PÁGINA MÁS NEGRA.

  En el libro de Alicante hay una página muy negra. Tan negra que relata un suceso de hace más de cuatro siglos, y todavía me da vergüenza. En 1609, mientras Europa entraba en la Era Científica, con los descubrimientos de Galileo y la publicación de las Leyes de Kepler del movimiento de los planetas, la Corona de España decretaba la expulsión y el genocidio de todos los españoles moriscos.

Los moriscos aquí, eran como en Estados Unidos los pieles rojas. Eran el pueblo original, descendiente de aquellos iberos que cartagineses y romanos encontraron en estas tierras tan fértiles y agradecidas. Los romanos los colonizaron, les hicieron hablar en latín, pero no los exterminaron. Después vendrían los visigodos y los bizantinos, y finalmente, los musulmanes. Cambiaron de lengua y de religión, pero siguieron apegados a su terruño ibérico. Hasta que los feroces y fanáticos guerreros feudales del norte, los convirtieron en siervos de la tierra, en personas de segunda clase. Y labraron los bancales o trabajaron sus artesanías para los nuevos señores cristianos.

Y así estaban las cosas cuando el nuevo Imperio Español y el Imperio Otomano se enfrentaron por la posesión del Mediterráneo, y todo lo que sonaba a musulmán, también sonaba a enemigo. Se les forzó a bautizarse en una especie de pantomima que no se creyó nadie. Y al fin, el rey Felipe III decidió expulsarlos de su tierra ancestral, nada menos que a 272.000, de los cuales 125.000 lo fueron del Reino de Valencia. Ni siquiera se les dio la oportunidad, como a los judíos, de manifestarse cristianos verdaderos para poder quedarse. Eran el resto de los millones de mudéjares que vivieron una vez en España y que habían dejado de poblarla víctimas de la miseria, de la tiranía de los nuevos señores y del exilio al Magreb o incluso a otros países de Europa. Y se tuvieron que ir con lo puesto, sin apenas tiempo para malvender sus modestas propiedades.

         Hay un cuadro de Baltasar de Oromig que representa al litoral alicantino lleno de moriscos que se aprestan a embarcar en las naves que los llevarán al extranjero; porque a donde iban eran tierras extrañas, ya que ellos eran tan españoles como lo somos nosotros. Parecen contentos, porque creen que al otro lado del mar los recibirán amablemente sus hermanos musulmanes. Y se equivocan. Muchos caerán en las garras de los depredadores tripulantes de sus propias naves. Otros serán despreciados y asaltados por sus presuntos hermanos de fe. Y algunos pocos, con suerte, encontrarán su camino, principalmente en Túnez, donde crearán una comunidad de artesanos que aún hoy pervive, incluso algunos de ellos con el apellido Lakanti, que quiere decir alicantino.

         Los embarques comenzaron el 30 de septiembre de 1609 y se prolongaron por el año siguiente, 1610. Y si bien por nuestras playas los embarques fueron pacíficos y ordenados, en otros sitios cercanos tuvieron lugar enfrentamientos horribles. Ante las noticias que llegaban del Magreb, sobre los primeros desembarcos, los moriscos del norte de la montaña alicantina, se negaron a obedecer y se hicieron fuertes en Vall de Laguar y en lo alto de la montaña del Cavall Vert, donde serían masacrados, hombres, mujeres y niños, por las tropas regulares de los Tercios y por milicias auxiliares de voluntarios, entre las que había cuatro compañías procedentes de Alacant, Sant Joan y Mutxamel. Estos alicantinos, para nuestra vergüenza, también participaron en la masacre y la rapiña.

         En el primer choque, que fue la mal llamada batalla de Petracos, que algunos califican como la última batalla entre moros y cristianos que se dio en España, murieron unos 2000 moriscos contra un solo cristiano, a causa de un accidente. Y era lo lógico, con un bando armado con artillería, mosquetes, picas, espadas y demás pertrechos bélicos contra otro que solo tenía palos, piedras y útiles de labranza. Los supervivientes se subieron a lo alto de la montaña conocida como Cavall Vert y allí fueron cercados por hambre y sed, hasta que, exhaustos, acabaron rindiéndose y accediendo a marchar escoltados hasta Denia, donde embarcarían. Sobre la cumbre de la montaña habían quedado unos 4.000 muertos. Se rindieron  unos 13.000, de los que al llegar a Denia habían muerto más de 1.500, y otros 2.000 se habían fugado a las montañas vecinas, donde acabarían desapareciendo. Muchos niños fueron entregados por sus padres, de grado o por fuerza, a los cristianos, que los criaron como siervos y educaron como cristianos, y se les llamó “morisquillos”.

Y esa fue la tragedia de los españoles moriscos, y la página más negra y vergonzosa del libro de Alicante.

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