MI AMIGO IWATA
Hace
algunos años recibí un correo desde Japón, firmado por un amable señor que se
llamaba Iwata Hideaki (nunca he sabido si en los nombres japoneses va delante
el apellido o el sustantivo). Me decía mi nuevo amigo que había vivido varios
años en Alicante y recientemente había vuelto en un viaje de turismo.
Casualmente había comprado un libro mío en el que hacía referencia a unos
compatriotas suyos que, como embajadores de los señores de Bango, Orima y
Omena, en el sur de Japón, habían pasado por Alicante en 1584, después de
saludar a nuestro soberano Felipe II, y con intención de embarcarse para Roma y
postrarse ante el Papa Gregorio XIII. Aquí, según contaba nuestra crónica del
deán Bendicho, recibieron grandes agasajos y pasaran las Navidades, partiendo a
la Santa Sede el 6 de enero de 1585.
El
señor Iwata se había interesado mucho por la historia de sus compatriotas y
quería entrevistarse conmigo en un próximo viaje. Y así lo hicimos poco
después, comiendo en un restaurante nipón de la Plaza de Gabriel Miró. Él me
contó que los tales embajadores eran cuatro muchachos nobles muy jóvenes que
querían ordenarse sacerdotes católicos en Roma, protegidos por los padres
Jesuitas. Y yo quedé con él que iría al Archivo Municipal a averiguar todo
cuanto pudiera en la Crónica de Bendicho.
En
el Archivo Municipal, gracias a la colaboración de Santiago, el archivero, pude
fotografiar las páginas correspondientes a ese evento, en una edición moderna
de la “Chronica de la Muy Ilustre, Noble y Leal Ciudad de Alicante” de don
Vicente Bendicho, publicada a cargo de Mª Luisa Cabanes Catalá, por el
Ayuntamiento, en 1991. En dicho texto se explicaba el viaje de los jóvenes
japoneses, su paso por Portugal, si visita a la Corte de España, su estancia en
Alicante y su posterior viaje a Roma, donde el Papa los distinguió con grandes
honores. Pero lo más interesante era un párrafo suelto, que interrumpía la
continuidad del relato, para decir, como una anécdota sin mayor importancia,
que 31 años más tarde: “De esta misma nación de japonés, con el
mismo trato y traje, llegaron algunos a esta ciudad de Alicante, a 2 de abril
1616, que volvían de otra embaxada de Roma; estuvieron hospedados en el
combento de don Francisco, donde estuvieron algunos días, hablaban ya nuestro
español…” Por la fecha me parecía que estos nuevos embajadores debían pertenecer
a la expedición del caballero Hasekura Tsunenaga de 1613, que en su viaje de
vuelta dejó en España a varios de sus miembros que se asentaron en tierras
sevillanas de Coria el Río, dando origen al apellido Japón.
La
cuestión interesó mucho a mi corresponsal, que manifestó su intención de volver
por Alicante y obtener fotografías del original de la Crónica de Bendicho. Sin
embargo, poco después me enteré de su repentina muerte natural, con lo que me
pareció que la investigación comenzada se iba a perder.
Pero
recibí un correo del Dr. José Koichi Oizumi, de la Aomori Chuo Gakuin
Universiti, anunciándome que se proponía continuar las averiguaciones de mi
amigo Iwata y que vendría a Alicante para solicitar se le permitirá fotografiar
el original de la Crónica, que guarda nuestro Archivo Municipal. Me decía que
para los historiadores japoneses era una cuestión muy importante para
establecer lo sucedido con las dos embajadas de los siglos XVI y XVII.
Unos
meses más tarde, el catedrático Koichi y su esposa, que hablaban ambos un perfectísimo castellano, se personaron
conmigo en el Archivo Municipal. Se les sacó, con grandes precauciones, el
original de la venerable Crónica y se les permitió fotografiar sus páginas con
la sofisticada cámara que habían traído.
Me
dijeron que el hallazgo era sensacional y que en el libro que publicarían
figurarían mi nombre y el de Iwata como descubridores. Meses antes había
recibido un maravilloso libro, enviado por mi amigo, primorosamente ilustrado y
escrito en japonés, donde se cuenta la aventura de los jóvenes nobles que
vinieron de Japón a Alicante a pasar las navidades de 1584, recibiendo los
agasajos, el turrón y la mistela de los alicantinos, que nunca habían visto
gentes de tan lejanas tierras. Por mi parte, yo había enviado a Noriko Iwata,
la hermana de mi amigo Iwata, una carta de despedida, dirigida al finado, como
es costumbre allí, que tradujo Fumiko, una amable japonesa residente en
Alicante. Y recibí de Noriko su agradecimiento con una primorosa reproducción
de la “Ola” del genial artista japonés Katsusika Hokusai, que adorna ahora la
cabecera de mi cama.
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