martes, 4 de mayo de 2021

EL BOMBARDEO DE 1691

 


EL BOMBARDEO DE 1691

 

            El muro del Arrabal Roig, la iglesia de San Nicolás, el Convento de los Jesuitas (hoy de las Monjas de la Sangre), la Casa de la Asegurada (hoy Museo de Arte Contemporáneo), son monumentos del siglo XVII en Alicante. Este es un siglo contradictorio. Es el Siglo de Oro de las artes y las letras: El Quijote, el teatro de Lope y Calderón, la pintura barroca que hoy se guarda en el Museo del Prado. Y a la vez, la decadencia económica y social, que tan bién retrata la novela picaresca, desde que los campos dejaron de ser trabajados por los diligentes moriscos expulsados, y el oro americano, en lugar de incentivar la economía, la industria y el comercio, se iba a Europa para pagar deudas suntuosas y productos elaborados. Es el tiempo del reinado de los Felipes tercero y cuarto, y del desgraciado Carlos II. Ellos son la estampa de la decadencia y de un tiempo triste. Se ve en estos reyes crepusculares la huella de la endogamia feroz de los Absburgo, y para Alicante termina con el fin de una época, de manera desastrosa. Aún hoy podemos ver las huellas de su epílogo: los impactos de la artillería francesa en los muros de la iglesia de Santa María, incluso con algún  proyectil incrustado en la piedra desde hace  4 siglos, y en los altos de los contrafuertes de San Nicolás. Fue para esta ciudad un tiempo lleno de desgracias: una plaga de langosta en 1640, que arruinó los campos, y varias epidemias de peste negra, en 1559, 1648 y 1680, que vistieron de luto a los alicantinos; indumentaria que compartían con el resto de los españoles en este tiempo donde el poder, la fe obtusa, la molicie de los privilegiados y la miseria se disputaban el Imperio.

            El Rey Hechizado, Carlos II, languidecía en su alcázar de la corte madrileña, y el Rey Sol resplandecía en Versalles, cuando una poderosa escuadra fondeó frente a Alacant. Se trataba de la flota francesa, comandada por el almirante D’Estrees. Contaba con más de 50 naves, entre las que destacaban 14 navíos de línea, fuertemente artillados, y 25 galeras. Era el 21 de julio de 1691. Hacía dos años que Luis XIV había declarado la guerra a España, y ahora iba a demostrar su poderío. Y Alacant estaba pobremente defendido, pues la penuria había impedido realizar las necesarias obras de fortificación de la ciudad y su castillo, que solo contaba, para su defensa, con cuatro compañías de soldados austriacos.

            Los alicantinos formaron apresuradamente un cuerpo de paisanos en armas que guarecería el castillo, mientras los austriacos bajaban a defender la ciudad. Se construyeron parapetos con sacos terreros, y todos se aprestaron a resistir el ataque inminente.

            El almirante francés mando una lancha, al amanecer del día 22, para entregar un mensaje conminando a la rendición. El Justicia y toda la corporación rechazaron la amenaza y mandaron abrir fuego a las baterías del Fuerte de San Carlos (en la actual Plaza de Canalejas) y del castillo, mientras los navíos franceses, en orden de batalla, se aproximaban peligrosamente, disparando todos sus cañones. Las galeras se dirigieron a la playa de Agua Amarga y desembarcaron 600 infantes, para sitiar la ciudad. 200 paisanos alicantinos quisieron hacerles frente, pero la artillería naval francesa los desbarató a la altura de Babel, causándoles muchas bajas. Al anochecer, Alacant ardía en todo su frente marítimo, después de recibir cerca de mil proyectiles. A la mañana del 23 prosiguió el bombardeo, mientras los frailes del convento de San Francisco, a extramuros, y algunos soldados austriacos intentaban repeler a los infantes franceses. La ciudad ardía ya por los cuatro costados, incluido el nuevo Ayuntamiento, inaugurado hacía poco. Ya se  habían recibido tres mil impactos, cuando en una batalla cuerpo a cuerpo, los alicantinos, con grandes pérdidas, consiguieron rechazar a los franceses desembarcados. El 24, D’Estrees invitó de nuevo a rendirse a los defensores, pero éstos, ya sin apenas municiones y con muchos muertos y heridos, se negaron rotundamente, y siguió el bombardeo. Y el 25, cuando ya todo parecía perdido y la ciudad era un montón de escombros e incendios, apareció por el Cabo de la Huerta la armada de 80 barcos del conde de Aguilar, que venía en socorro de Alacant. Y los franceses se apresuraron a levar anclas y partir hacia el sur.

            Habían sobrevivido solo 743 cabezas de familia, de los 1215 que  poblaban la ciudad, que entonces contaba (o había contado) con unos 5500 habitantes. El Rey mandó un socorro de 4000 doblones de oro para la reconstrucción, y se comenzó la edificación del que hoy es nuestro Ayuntamiento, que no se acabaría hasta 1760, a causa de las guerras que se avecinaban tras la muerte, ya próxima, del rey Hechizado. Estaba a punto de comenzar un nuevo siglo y una nueva época.

           

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