lunes, 23 de septiembre de 2019

OMNIPRESENTE KEPLER.

El tema de ayer en la tertulia era "Omnipresente" y yo presenté este trabajo que espero os guste:




OMNIPRESENTE KEPLER.

Parecería que mi gato Kepler está en todas partes. Si trabajo en mi estudio, frente al ordenador, lo veré enroscado como una ensaimada de color canela sobre el cojín de la mecedora. Si me acuesto en mi cama, no tardaré mucho en notar una presencia blanda a mis pies, en forma de gatazo que reposa y vigila al extremo del lecho. Hasta cuando en las mañanas me encierro en el baño para asearme y para hacer mis necesidades, rasca la puerta con insistencia, hasta que, temeroso de que raye la pintura, la abro y entra él con sus andares airosos y su cola enhiesta para sentarse en la alfombra y observarme sin ningún pudor. Si voy después a la cocina para prepararme el habitual sándwich de pavo y ensalada y el vaso de café descafeinado con bebida de avena, se pone a mis pies y maúlla, terco, hasta que le doy un trocito de fiambre de pechuga, que devora en un instante. Cuando ando por el pasillo tengo de llevar cuidado para no tropezar con él, que insiste en caminar a mi paso. Está en todas partes, es una figura omnipresente en mi hogar. Aunque con el tiempo he comprendido que no es que esté en todas partes, como una divinidad felina, es que está siempre donde yo estoy, y cuando me voy, se queda junto a la puerta esperando mi regreso, que celebra dándome cabezadas en los tobillos o, si me detengo, frotando su lomo contra mi pierna hasta darse una vuelta de campana y quedar tumbado y satisfecho en el suelo con su blanca panza al aire. Y todo esto con el silencio y aparente desdén que acostumbran a manifestar los gatos, que parece que no les importa nada, aunque al ver los movimientos de sus orejas, uno comprende que ellos no son tan estrictamente visuales como nosotros y pueden dominar la escena fiándose solo de los sonidos que emitimos al respirar, al latir de nuestro corazón o al rozar de nuestra indumentaria.
Kepler es ya un anciano respetable, con 12 años a cuestas y ocho kilos y medio de peso. Ya no vuela a lo alto de los armarios, como en sus buenos tiempos mozos, pero todavía le queda energía para saltar a mi regazo en cuanto me aposento en la butaca para leer o para ver la televisión.
Una noche soñé que se sentaba ante mí y me miraba fijamente, mientras de su pequeña boca salían unos maullidos modulados en forma de palabras: “Miauuu… En todo triángulo rectángulo el cuadrado de la hipotenusa es igual a la suma de los cuadrados de los catetos”. Y yo, entonces, descubría el secreto del espacio-tiempo tetradimensional y comprendía que todos los instantes son eternos y que la muerte es solo una anécdota. Si él era capaz de enunciar el Teorema de Pitágoras con sus 30 gramos de cerebro, ¿por qué no iba yo a desvelar la estructura  del Universo con mi kilo y medio de neuronas?
Ah, omnipresente Kepler.

                                                                       Miguel Ángel Pérez Oca.

                                                                              (500 palabras)

1 comentario:

marga dijo...

Miguel, me ha encantado como habla de Kepler: hay que ver el espacio que ocupan nuestros animales de compañía!