ELLA LO SABÍA.
Ella lo sabía,
pero ignoraba que lo sabía.
Por eso reconoció las palabras
que la reconfortaron.
Todos lo sabemos,
pero ignoramos que lo sabemos.
Y en cualquier noche inesperada y mágica,
unos pasos en la grava africana,
una Luna llena en el horizonte,
el repentino silencio de los chacales…
o las palabras de un amigo,
pueden despertarnos a la realidad gozosa.
Y nuestro YO desaparece y dejamos de ser un ente ilusorio,
una ficción que nos ha tenido atados al artificial mundo de
los sustantivos.
Y al no ser Nada, somos Todo.
Y vemos, fascinados, que nuestra piel está más allá de las
estrellas.
Que el tiempo no transcurre,
que hemos sido nosotros los imaginarios viajeros de la
Cuarta Dimensión.
Que nuestra voluntad rige el Universo,
porque es el principio supremo e inevitable de toda armonía.
Que el mundo real está muy por encima de nuestro torpe entendimiento.
Y que es maravilloso.
Que la verdad reside en una nube,
en un abedul,
en un pájaro
o en una brizna de yerba.
En todas esas cosas y en cada una de ellas,
como partes arbitrarias de un Todo único, inmenso e inescrutable.
Y nos sentimos reconfortados.
Como ella.
Miguel
Ángel Pérez Oca.
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