El tema de la tertulia de ayer era "El Cerdo" y yo aporté esta cerdada que incluye una profunda reflexión sobre los cerdos humanos.
Ahí va:
PIG-MOLÓN.
Porciano
Tocino era un cerdo, un marrano, un cochino sin remedio. No es que perteneciera
a la especie porcina de derecho, aunque de hecho le faltaba muy poco. No, él
era un ser humano, pero adornado con todas las virtudes y características que
distinguen a la ubérrima especie de los cerdos. Era de tez blanca y sonrosada,
tenía ancha y corta la nariz e hinchados los mofletes, estaba calvo - de hecho
no tenía un solo pelo en todo su cuerpo -, sus extremidades eran inusualmente
cortas y su caminar, agitado y ondulante; todo un cerdo, vamos. Pero la cosa no
quedaba ahí, porque en su comportamiento también era un grandísimo guarro.
Desde muy pequeño gozó comiéndose los mocos, no se lavaba, se soltaba olorosos
y sonoros cuescos en cualquier lugar, ya fuera en su puesto de trabajo, en una
reunión de vecinos o incluso en medio de un solemne y grave funeral. Le
encantaba oler efluvios nauseabundos, por lo que trabajaba sin mascarilla, como
operario de la Planta Municipal de Compostaje y Tratamiento de Basuras. Su
coche era una auténtica gorrinera, saturado de papeles aceitosos y restos de
bocadillos; y en el asiento trasero se podía encontrar algún papel higiénico y algún
condón, ambos usados. Su casa, bueno… su casa era el acabose, dado que también
estaba afectado por el síndrome de Diógenes, y casi no se podía deambular por
ella. Además de los más insólitos trastos, el piso estaba lleno de los restos
de todas las comidas que el bueno de Porciano había devorado desde que se lo compró.
Y digo devorado porque él no comía, engullía con ansia incontenible, destilando
saliva y comida a medio masticar por las comisuras, entre gruñidos y eructos. A
veces acudía al balneario de Chacinas a pasar unos días, porque allí había una piscina,
que más que piscina era un charco, donde podía tomar baños de barro en los que se
revolcaba tan a gusto, tirándose pedos, hasta que los demás clientes acababan
protestando a la dirección y lo echaban del establecimiento. Porciano Tocino
era un cerdo frustrado.
Un
día, leyendo una revista en la consulta del doctor Cagancho, especialista en hemorroides
y enfermedades del culo, se enteró de que los transexuales habían conseguido el
derecho a que la Seguridad Social les pagara la operación de cambio de sexo.
“Un transexual – decía el autor del artículo - es una persona que vive en un
cuerpo equivocado”, y Porciano sintió que una luz se encendía en lo más
profundo de su alma.
-¡Es
lo mismo que me pasa a mí! Yo soy un cerdo en el cuerpo de un hombre – se dijo,
y desde ese mismo instante luchó con denuedo para reivindicar su derecho a
cambiar, si no de sexo, sí de especie. ¿Se le podría definir, así, como “trans-especial”?
En
vano acudió a la Asociación de Gais, Lesbianas, Bisexuales y Transexuales,
donde no le dieron ninguna esperanza. “No es lo mismo, hombre… digo, cerdo”, le
había explicado la presidenta. Y también acudió en vano a la prensa en busca de
ayuda. Aunque al final consiguió que en Telecinco le dieran un papel protagonista
en el programa “Sálvame”, donde se dedicó a hacer y decir guarradas para
regocijo de los selectos telespectadores de esa cadena. Pero, muy pronto, los
demás participantes se plantaron e hicieron una huelga para que lo expulsasen
del estudio, que ya estaba lleno de pringosos residuos y olores asquerosos por
obra y gracia de aquel molesto cochino.
No
obstante, con el dinero ganado en el programa, pudo viajar a Estados Unidos y
poner su problema en manos del Dr. Pigson, eminente cirujano plástico que se
tomó el caso como un reto fascinante. Y tras dieciséis horas de quirófano y
tres meses de rehabilitación, Porciano salió de la clínica hecho un auténtico gorrino
de cuatro patas.
Hoy
día vive en una gorrinera de verdad con una cerdita muy maja, en la granja que
se compró en Jabugo con el dinero que le sobró tras pagar los honorarios del
Dr. Pigson. Y es un cerdo feliz y molón que puede presumir de orejas puntiagudas,
buenos jamones de pezuña negra y un precioso rabito en forma de sacacorchos.
Miguel
Ángel Pérez Oca.
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