Como el fin de semana del 28 al 30 de noviembre volveré a Tabarca con los chicos de Centro 14, se me ha ocurrido escribir este extraño poema que también presenté en la Tertulia Literaria de la Bodega Adolfo.
Este invierno iré a
Tabarca,
con mis telescopios y
mis prendas de abrigo.
Y me sobrecogeré en
medio de la ciudad vacía
de San Pedro y San
Pablo,
dentro del oscuro entorno
amurallado que tantas vidas y muertes
ha encerrado en su
interior a lo largo de los siglos.
El viento helado
curtirá mi rostro,
y el aire límpido y
vacío
dará a la oscuridad
una rara transparencia.
En el ocular, los
cráteres lunares
se me mostrarán
cercanos y precisos,
y estrellas, planetas
y galaxias se desnudarán ante mí.
Pero, a mi alrededor,
el peso de la Historia ,
de las historias de
los viejos tabarquinos,
de sus vidas duras y
monótonas,
de sus muertes en la
mar cercana,
de los naufragios,
de los ataques de los
piratas,
agobiará mi ánimo
como no lo hace en Verano,
cuando la vorágine de
los forasteros
agita la noche y la llena de ruidos estúpidos.
Presentiré el mórbido
aliento de un fantasma
que pasará su dedo
helado por mi espalda
en lo que podría ser
tan solo un escalofrío.
Y en esa soledad
oscura,
cuando solo una
docena de isleños duerme entre las murallas,
sospecharé que mi
nuca es el objetivo de la furtiva mirada
de miles de espectros
que se ríen de mí, en silencio.
Y el viento marino parecerá
traerme gritos pretéritos,
alaridos de aquellos
locos de la isla que,
como vergonzantes
cautivos
languidecían antaño
en las noches oscuras y silenciosas,
confinados en las
tenebrosas grutas
y subterráneas mazmorras de la fortaleza.
Presentiré sus
aullidos lejanos en el tiempo, y me estremeceré.
La isla, en invierno,
recuperará su alma momificada
y me acechará bajo el
Universo.
Miguel Ángel Pérez Oca.
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