SIGLO XIX
Siglo
de locos, Julio Verne y el Catecismo en la cartera de los colegiales, la
Constitución y las encíclicas, el Rey más sinvergüenza de la Historia y su hija,
la Reina ninfómana, Napoleón y el Empecinado, generales y anarquistas,
científicos y frailes, liberales y absolutistas… en un batiburrillo que forma
la antesala de lo que tenemos hoy.
Alicante
tenía ya 21.500 habitantes, con su puerto en plena ampliación, su fábrica de
tabacos, sus incipientes viajeros extranjeros, aún no turistas… Pero empezó mal
el siglo XIX con una terrible epidemia de fiebre amarilla en septiembre de
1804, que mató a 2.765 alicantinos; un muerto cada 8 habitantes. Fue la peor
epidemia de la historia alicantina, incluidas las de la peste negra, el cólera
y demás. Tanto es así que las autoridades tuvieron que prohibir los
enterramientos en las criptas de las iglesias y se construyó un cementerio en
la partida de San Blas. Son las consecuencias de ser un puerto de mar
relacionado con todo el planeta.
Y
por si fuera poco, detrás de la fiebre llegaron los cuatro jinetes del
Apocalipsis. El 2 de mayo de 1808, el pueblo de Madrid se levantó contra el
ejército francés que ocupaba España y estalló la Guerra de la Independencia.
La
cultura había llegado siempre de la vecina Francia, así que las personas cultas
eran tachadas ahora de afrancesados y se les perseguía y condenaba, mientras se
suspiraba por Fernando VII “el Deseado” en el trono de Madrid, en lugar de José
I, un excelente administrador que solo tenía un defecto: ser francés e impuesto
por su hermano Napoleón.
Con
vistas a la defensa contra el invasor se realizaron importantes obras
militares: Se derribó el arrabal de San Antón para que sus casas no sirvieran
de abrigo a unos presuntos sitiadores. Se amplió el recinto amurallado que
protegería al Convento de San Francisco y la Muntanyeta, discurriendo por la
actual calle de Pascual Pérez y bajando por la que hoy es avenida de Federico Soto
hasta el Baluarte de San Carlos (Plaza de Canalejas). Y en el Tossal se
construyó apresuradamente el Castillo de San Fernando (Por Fernando VII).
Los
alicantinos se ejercitaban en espera de la resistencia a las tropas
napoleónicas, que no se presentaron frente a esta ciudad hasta el 16 de enero
de 1812, al mando del general Manbrun. Los franceses traían dos obuses de
sitio, y comenzaron a bombardear la ciudad desde sus puestos junto a la Ermita
de Los Ángeles. Y desde el castillo se les contestaba con la artillería de la
fortaleza. Pero el enemigo no contaba con la pericia de capitán don Vicente
Torregrosa, jefe de la batería sita en el Baluarte de la Ampolla, sobre la
Ermita de Santa Cruz. Este hábil artillero, después de varios intentos,
consiguió desmontar uno de los obuses con un fulminante tiro directo. Una salva
general de la artillería del castillo siguió a la hazaña de Torregrosa y un
proyectil atravesó la cúpula de la ermita, donde estaban comiendo los jefes de la
expedición. Y aquella misma tarde, las fuerzas francesas abandonaron el campo y
regresaron a sus posiciones valencianas, que comandaba un frustrado mariscal
Suchet.
La
tropa francesa, en su impotencia, se dedicó a asesinar a 29 vecinos de San Juan
y otros campesinos que encontraron en su retirada. ¡Qué valientes!
Los
alicantinos estaban locos de júbilo, cuando ocurrió una desgracia. El 21 de
febrero, por un descuido imperdonable, estallaron varios barriles llenos de
cartuchos de artillería que se confeccionaban en el castillo de Santa Bárbara,
con un saldo de 50 muertos, entre los cuales se hallaba la esposa del jefe de
la fortaleza. Resultaron destruidos varios edificios, con la ermita que aún hoy
se puede ver con sus arcos restaurados, pero sin cubierta ni muros.
Alicante
y Cádiz fueron las únicas ciudades, hoy capitales de provincia, donde nunca
entraron las tropas de Napoleón.
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