miércoles, 26 de mayo de 2021

LA MINA.

 



LA MINA

 

            El caballero D’Asfeldt era un general borbónico que llegó a Alacant poco después de la Batalla de Almansa. Venía con su ayudante, el coronel Ronquillo, y una tropa de 19.000 hombres, que plantaron su campamento en una línea que comenzaba en la ermita de Los Ángeles y terminaba dos kilómetros más al SO., según se puede ver en el plano titulado Plan of the City and Castle of Alicant de Findals y Rapins, en History of England . Venían de quemar Xátiva y tomar Denia y estaban decididos a conquistar Alicante para Felipe V. En Xátiva cuelgan boca abajo el retrato del rey Felipe V por la salvajada pirómana de D’Asfeldt, pero los alicantinos tenemos que reconocer que, sin embargo, a nosotros nos libró de los ingleses. Si no hubiera sido por ese caballero y sus hombres, Alicante, junto a Gibraltar y Menorca, hubiera formado parte de la rapiña geográfica del Imperio Británico.

            La Batalla de Almansa (25 de abril de 1707) fue el gran descalabro austracista que dio la victoria a los Borbones y les abrió el Reino de Valencia, cuya capital se rendía el 4 de mayo. Es curioso que en esa batalla, que tan funesto resultado tendría para los valencianos, no luchó un solo maulet en defensa de sus queridos fueros. Solo hay constancia de unos pocos ciudadanos de Xixona que lucharon como exploradores a caballo… ¡para el bando borbónico! Son datos que no se suelen recordar por los nacionalistas. Porque no nos engañemos, aquella era una guerra internacional, por intereses dinásticos y aristocráticos, y en un lado luchaban soldados profesionales ingleses, portugueses, hugonotes franceses y austriacos, mientras en el otro iban franceses y españoles del interior de la Península. Nadie, allí, luchaba por patriotismo.

            El día 29 de junio, Felipe V abolió los fueros y desapareció la figura del Justicia elegido por insaculación, entre los nobles locales, para ser sustituida por la de Corregidor, nombrado a dedo por el Rey, entre los mismos nobles. En el fondo, no había cambiado nada en el viejo régimen, aparte de una cierta modernización administrativa y una férrea centralización, que fortalecía al Estado, a imitación de lo preconizado por Luis XIV de Francia, aquel que dijo: “El Estado soy yo”.

            Bueno, pues en diciembre de 1708, D’Asfeldt, Ronquillo y sus soldados se presentaron ante Alacant. E inmediatamente tomaron la ciudad al asalto, con la simpatía de los alicantinos borbónicos. Pero el Castillo era otra cosa. Defendido por el jefe Richard, un inglés católico que no se llevaba demasiado bien con sus subordinados, anglicanos, a los que tenía que demostrar a todas horas su patriotismo, no se dejó amilanar por el enemigo y se propuso resistir a toda costa.

            D’Asfeldt quiso solucionar el asunto rápidamente y por la tremenda, ante el temor de que los sitiados recibieran ayuda de la flota británica, que ya lo había intentado infructuosamente en una ocasión. Y mandó construir bajo la Cara del Moro un túnel muy profundo, que iba a cargar  el 14 de febrero de 1709 con 1.200 quintales de pólvora. El tío quería volar todo el monte Benacantil con su castillo, y casi lo consigue.

            Richard no cedió a la amenaza y provocaba a los borbónicos con bravatas desde la torre del homenaje, de manera que a las 4 de la mañana del día 4 de marzo de 1709, el coronel Ronquillo encendió la mecha, mientras los oficiales ingleses celebraban un desafiante banquete con el poco vino y la escasa carne de caballo que quedaban en la miserable despensa.

            Los testigos relatan que no se oyó ningún estruendo, sino que la tierra, por todo el Benacantil, se puso a temblar como si de un terremoto se tratase, y la torre del homenaje, con todos los jefes ingleses dentro, saltó por los aires, con otras torres y baluartes de la fortaleza, en medio de una nube de humo negro que rezumaban las grietas en la roca. También resultaron destruidas muchas casas de la población y muertos ochenta alicantinos. El monte, cuarteado desde entonces, resistió, aunque a la Cara del Moro se le cayó un pedazo de nariz. Por lo visto, los ingenieros franceses habían subestimado la potencia de sus explosivos.

            Los supervivientes de la explosión, unos 600 soldados, cabos y sargentos (oficiales no había quedado ni uno), aguantaron todavía mes y medio en el castillo en ruinas, hasta que la flota británica vino a por ellos y los borbónicos los dejaron embarcarse con todos los honores.

            Así fue como Alacant se libró de ser un segundo Gibraltar.

 

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