Lo siento, pero estoy de muy mala
leche, porque no dejo de preguntarme quién tiene, en última instancia, la culpa
de que los ultraderechistas hayan alcanzado tan favorable puesto en el ranking
de los partidos españoles. La ultraderecha se asoma amenazadora por el
horizonte nacional, condicionando el proceder del resto de la derecha carpetovetónica
y amenazando a la izquierda con un acceso al poder que el inevitable turnismo
democrático traerá tarde o temprano. ¿Por qué se convocaron estas
desafortunadas elecciones del 10 de noviembre? ¿Por qué no fue posible un
gobierno de coalición de izquierdas tras las anteriores elecciones? Pues, todos lo sabemos, aunque algunos
quieran echarle la culpa al de enfrente, todos lo sabemos muy bien. Pedro
Sánchez ofreció tres ministerios y una vicepresidencia al partido de Pablo
Iglesias con la única condición de que no figurase el líder de Unidas Podemos
en la lista. Iglesias renunció a presentarse, pero cuando Sánchez hizo públicos
los ministerios que se ofrecían le pareció poco. La investidura fue imposible.
Al segundo intento, Iglesias se mostró conforme con considerar de nuevo la anterior
oferta de Sánchez, pero este dijo que ya había pasado la oportunidad, en un
juego de tronos y de estrategias que nos cabrearon a todos e hicieron
inevitables unas nuevas elecciones. Y así, por culpa de los intransigentes de
izquierda se le dio una nueva oportunidad a la derecha, las cuartas de este
año. Y vino VOX, se comió a Ciudadanos y se proclamó tercera fuerza política. Y
ahora padecemos los temblores y el crujir de dientes. El PP, atenazado por los
extremistas neofranquistas, se ve obligado a mostrarse más intransigente que los
intransigentes de su derecha. Y los intransigentes de la izquierda están igual
que antes, pero con unos cuantos escaños menos y peores posibilidades de
arreglarse con los partidos pequeños, cuyos escaños necesitan para la
investidura. El auge de los “patriotas” neofranquistas se puede achacar a una
reacción visceral frente a los intransigentes independentistas catalanes, que
sueñan con una independencia maravillosa que les va a traer el paraíso en la
Tierra, aunque su fin último, en el caso de ciertos independentistas de
derechas, es, sin duda, ocultar los latrocinios de la familia Pujol. Pero, como
la gente es tonta en todas partes, la visceralidad y la intransigencia de los
líderes respectivos, en lugar de incomodar a sus seguidores, los enardece y
retroalimenta una intransigencia cada vez más feroz y más “honesta”. Y así,
este embrollo maldito castiga nuestra moral ciudadana por culpa de una epidemia
de intransigencia que yo maldigo desde lo más hondo de mi corazón. Ya veremos
en qué acaba todo esto.
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