lunes, 11 de noviembre de 2019

LA CATÁSTROFE DE LOS INTRANSIGENTES.



Lo siento, pero estoy de muy mala leche, porque no dejo de preguntarme quién tiene, en última instancia, la culpa de que los ultraderechistas hayan alcanzado tan favorable puesto en el ranking de los partidos españoles. La ultraderecha se asoma amenazadora por el horizonte nacional, condicionando el proceder del resto de la derecha carpetovetónica y amenazando a la izquierda con un acceso al poder que el inevitable turnismo democrático traerá tarde o temprano. ¿Por qué se convocaron estas desafortunadas elecciones del 10 de noviembre? ¿Por qué no fue posible un gobierno de coalición de izquierdas tras las anteriores elecciones?  Pues, todos lo sabemos, aunque algunos quieran echarle la culpa al de enfrente, todos lo sabemos muy bien. Pedro Sánchez ofreció tres ministerios y una vicepresidencia al partido de Pablo Iglesias con la única condición de que no figurase el líder de Unidas Podemos en la lista. Iglesias renunció a presentarse, pero cuando Sánchez hizo públicos los ministerios que se ofrecían le pareció poco. La investidura fue imposible. Al segundo intento, Iglesias se mostró conforme con considerar de nuevo la anterior oferta de Sánchez, pero este dijo que ya había pasado la oportunidad, en un juego de tronos y de estrategias que nos cabrearon a todos e hicieron inevitables unas nuevas elecciones. Y así, por culpa de los intransigentes de izquierda se le dio una nueva oportunidad a la derecha, las cuartas de este año. Y vino VOX, se comió a Ciudadanos y se proclamó tercera fuerza política. Y ahora padecemos los temblores y el crujir de dientes. El PP, atenazado por los extremistas neofranquistas, se ve obligado a mostrarse más intransigente que los intransigentes de su derecha. Y los intransigentes de la izquierda están igual que antes, pero con unos cuantos escaños menos y peores posibilidades de arreglarse con los partidos pequeños, cuyos escaños necesitan para la investidura. El auge de los “patriotas” neofranquistas se puede achacar a una reacción visceral frente a los intransigentes independentistas catalanes, que sueñan con una independencia maravillosa que les va a traer el paraíso en la Tierra, aunque su fin último, en el caso de ciertos independentistas de derechas, es, sin duda, ocultar los latrocinios de la familia Pujol. Pero, como la gente es tonta en todas partes, la visceralidad y la intransigencia de los líderes respectivos, en lugar de incomodar a sus seguidores, los enardece y retroalimenta una intransigencia cada vez más feroz y más “honesta”. Y así, este embrollo maldito castiga nuestra moral ciudadana por culpa de una epidemia de intransigencia que yo maldigo desde lo más hondo de mi corazón. Ya veremos en qué acaba todo esto.

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