LA PUERTA VERDE.
Cuando alquilé
aquel piso, tan céntrico como destartalado, el viejo propietario me advirtió:
“Puede usted disponer de toda la vivienda, excepto del cuarto de la puerta
verde, donde guardo los recuerdos de mi esposa”. Esa puerta, pintada de verde a
diferencia de las otras, permanecía clausurada por un recio candado del que yo
no tenía la llave. Según me contó una vecina muy anciana, la mujer del dueño desapareció un día, hacía ya 32 años, y nunca se volvió a saber nada de ella.
Cada
vez que cruzaba el pasillo, camino de la cocina o el salón, un escalofrío
recorría mi espalda al pasar ante la puerta verde. ¿Qué inconfesables secretos
se guardarían tras ella?, me preguntaba, y me hubiera tranquilizado mucho abrir
el candado para ver el interior de aquella habitación misteriosa.
Así
que cuando me enteré de que el dueño
había fallecido y sus familiares - sobrinos y primos lejanos - vivían muy lejos,
pensé que esa era la ocasión. Bajé rápidamente a la calle y compré una cizalla
en la ferretería de la esquina; me encaminé a la puerta verde y conseguí romper
el arco del candado. Con el corazón en la garganta, abrí la puerta. Una tenue
luz entraba por un entreabierto ventanuco, cruzado de telarañas, e iluminaba a
duras penas una mecedora en el centro de la habitación. Alrededor, contra las
paredes, se acumulaba una multitud de cachivaches: Retratos, espejos, cómodas
vetustas, montones de libros… Y un manantial de voz dulce y profunda fue
brotando de las sombras.
-Durante
muchos años estuve buscando un acceso que me llevara al otro lado – me decía
desde la mecedora una bellísima mujer desnuda -. Borges los llamaba “Aleph”. Ahora ha llegado el momento de regresar al
mundo que llamáis “real”.
Me
cogió de la mano y me hizo sentar en el basculante asiento. Y entonces vi desdoblarse
las paredes y el techo en múltiples dimensiones, pues la mecedora estaba,
precisamente, en uno de esos puntos que se abren a lo inefable. Después ella se
sentó sobre mí e hizo que la amase más allá de los confines de lo remoto; y
cuando me alcanzó el orgasmo, breve y eterno a la vez, la dama se levantó,
abrió precipitadamente un armario, se vistió con premura, con ropas muy
antiguas, y salió de la estancia cerrando la maciza puerta verde. En el suelo
había quedado el candado roto, pero la hoja no tenía manilla por dentro.
Ahora
vago por la otra orilla de la realidad, donde el tiempo y el espacio forman
estructuras incomprensibles para una mente humana, y presencio, maravillado,
prodigios indescriptibles. Es como si el personaje bidimensional de un comic se
alzara de su página y pudiera contemplar el mundo tridimensional que comparte
con el lector. Sé que viajaré por estos mundos desconocidos hasta que alguien
abra de nuevo la puerta verde y me regrese al pequeño lugar de nuestra
realidad.
Ojalá sea una
mujer bella y sensual que haga el amor conmigo antes de tomar mi relevo.
Miguel Ángel Pérez Oca.
(500 palabras)
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