La
Bestia Abominable estaba impaciente por capturar a su presa. Llevaba demasiado
tiempo esperando la ocasión y tenía prisa por realizar su sueño de tantos años.
Él era muy macho y necesitaba hacerlo para demostrarse a sí mismo que las
orgías en la celda, que los abusos a los jovencitos reclusos, habían sido solo
sucedáneos de lo que reclamaba su cuerpo viril y peludo. Pero esta vez la ocasión
se le brindaba como si hubiera sido diseñada por el dios de las bestias para
resarcirlo de tanta penuria sexual. Desde que mató a la vieja y despanzurró a
aquel perro estúpido había pasado más de 20 años en el trullo. Pero ahora había
llegado el momento de culminar su brillante carrera de asesino y violador. No
le importaba volver a la cárcel, en realidad la cárcel era su mundo. Después de
tantos años ya no sabría vivir en ningún otro sitio. Y cuando violase a algún
joven recluso, el recuerdo de lo que iba a hacer le devolvería su estima de
macho peludo y poderoso, de rey de la cárcel…
La
Bestia se sentaba en la pequeña silla de enea, a la puerta de su casa, y allí
esperaba la hora en que terminaban las clases y la nueva maestra regresaba a su
domicilio alquilado, justo enfrente del suyo, en una calle estrecha y empinada.
A la hora en
punto pasaba la chica, con sus caderas ondulantes, su estrecha cintura y su
cara graciosa.
-Buenos
días – le decía con una voz cálida, y él contestaba con una inclinación de
cabeza y una mirada socarrona.
Y
sentía bajo el pantalón una erección brutal, casi dolorosa.
Tenía
prisa por consumar sus deseos, pero tenía que ser cauto, hacerlo a una hora en
la que no hubiera ningún vecino a la vista…
Aquella
tarde, el cielo ventoso se había teñido de rojo. La Mala Bestía aullaba de
deseo, apoyado en el quicio de su puerta. En eso, la chica salió de su casita,
miró a ambos lados y se dirigió a él.
-Buenas
tardes, vecino, ¿me podría decir por dónde cae el supermercado?
¡Esa
era la ocasión, tanto tiempo esperada! Y en su mente calenturienta se imaginó
las procacidades que pensaba infligir a su presa.
-Sí,
chica, ve hacia arriba y por el callejón de la derecha…
-Gracias,
vecino.
En
cuanto la muchacha dobló la esquina, la Mala Bestia salió corriendo tras ella.
Nadie oyó unos gritos apagados y unos golpes sordos. Nadie vio como la Mala
Bestia volvía a su casa con la muchacha inconsciente sobre su hombro. Nadie
pudo ver los horrores con los que la Mala Bestia se cobró sus veinte años de
cárcel. Nadie vio cuando, una madrugada de varios días más tarde, la Mala
Bestia salió con su coche camino del monte. En el maletero llevaba el cadáver
ultrajado de la joven maestra.
Cuando
la Mala Bestia fue capturada por la Guardia Civil, hinchó, desafiante, su pecho
peludo y murmuró:
-Necesitaba
desahogarme. Es que yo soy muy macho…
Miguel
Ángel Pérez Oca.
(Dedicado a la memoria de Laura Luelmo
y
a todas las mujeres que pasan miedo por
culpa
de algunas bestias).
(500 palabras)
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