Cuando en 1979
visité Moscú y desde la mítica Plaza Roja, en una noche agradable de Verano, vi la bandera roja con la hoz y el martillo flotando sobre el Kremlin, no
pude evitar que unas furtivas lágrimas de emoción surcaran mis mejillas. Sin
embargo, ya el corazón me había dado un vuelco desagradable al ver, a la salida
del Aeropuerto, a un maletero escuálido empujando con un gran esfuerzo una
carretilla atestada de maletas, mientras el sudor recorría sus modestísimas
ropas. Me excusé pensando que la deriva burocrática del régimen soviético no
podía desembocar más que en una democracia socialista con un pueblo culto que
sirviera de agente a una alternativa racional al capitalismo y sus
desigualdades escandalosas e injustas… Pero hoy debo coincidir con los
planteamientos que mi amigo el profesor Manuel Alcaraz, Conseller de
Transparencia, Responsabilidad Social, Participación y Cooperación de nuestra
Generalitat, expuso ayer en la presentación del ciclo de conferencias “UTOPIA Y
DESENCANTO”, coordinado por el Catedrático emérito de Urbanismo José Ramón
Navarro Vera en el Aula Rafael Altamira de la Sede de nuestra Universidad.
La
conferencia estuvo a cargo de Julián Casanova, catedrático de Historia
Contemporánea de la Universidad de Zaragoza. Coincidía en sus planteamientos
con Alcaraz, desarrollándolos de manera brillante y con extraordinaria
habilidad, de forma que en algo más de 45 minutos nos dio un análisis
completísimo y complejísimo de la situación histórica y política que llevó al
poder a los bolcheviques de Lenin y Trotski, a partir de los desastres
originados por la participación rusa en la I Guerra Mundial y el empecinamiento
del régimen zarista en mantener su estructura medieval. La enseñanza más
importante que he sacado de la conferencia del señor Casanova es que la
Historia no es un cuento de buenos y malos. Que los líderes políticos suelen
perseguir dos cosas: construir un mundo ideal y tener poder para hacerlo.
Planteamientos en los que pueden estar muy equivocados y dar lugar a
situaciones terribles. Se ha denominado a la Revolución Rusa como la Venganza
de los Siervos, en unas circunstancias trágicas que ya tenían precedentes en la
derrota de la Guerra Ruso-Japonesa e intentos revolucionarios consiguientes. Comenzaron
con la deserción de millones de soldados armados que marchaban a la retaguardia
a repartir la tierra entre los campesinos, mientras el Zar se dedicaba a cazar
y celebrar fiestas cerca del frente y la Zarina gobernaba a la sombra de
Rasputín. Los burgueses liberales trataban de valerse del pueblo airado para
expulsar a los Romanov e instaurar una democracia de estilo occidental que les
favoreciese en sus aspiraciones económicas, pero ante la anarquía burocrática,
la guerra desastrosa y el descontento popular, tuvieron que confiar en un líder
social-demócrata, Kerenski, que no fue capaz de parar la guerra ni satisfacer
las ambiciones del pueblo. La incipiente Duma o Parlamento democrático formado por todos los partidos de la revolución, mencheviques, social-demócratas, liberales, etc. fue abortada rápidamente por los bolcheviques que supieron
capitalizar la energía de los soldados en armas, los campesinos, los obreros y,
sobre todo, sus ya preexistentes comités revolucionarios denominados “Soviets”,
para tomar definitivamente el poder en el golpe de estado de Octubre, donde,
según Casanova, no pasó casi nada de puertas afuera. El mito instaurado por el
cineasta Eisenstein con el pueblo asaltando el Palacio de Inivierno bajo la guía de los cañonazos
del crucero Aurora no ocurrió jamás. El mito de la “Dictadura del Proletariado”
fue el eslogan de que se valieron los organizados bolcheviques para que los
viejos siervos creyeran que habían trocado la Dictadura de la Burguesía – en realidad
una dictadura de tipo medieval donde la preponderancia no era burguesa sino
feudal – por una Dictadura del Proletariado que en realidad era una dictadura
de los bolcheviques. Los obreros, soldados y campesinos que habían hecho la
revolución y la habían puesto en manos del partido de Lenin, veían en la cumbre
revolucionaria a gente que hablaba y vestía como ellos y se identificó con ella
en la convicción de que era el pueblo y sus soviets los que gobernaban. Pero
desde un principio fue un solo partido muy jerarquizado y voluntarista el que ejerció el poder
con una gran carga de violencia. La guerra contra el ejército blanco que
pretendía retornar al irrecuperable zarismo todavía reforzó más la posición del
PC soviético. Y esa es la verdad histórica. Por desgracia, la Historia nos ha
demostrado que el comunismo de Lenín ha resultado ser incompatible con la
democracia y la libertad ante el poder económico del capitalismo globalizador
que hoy avanza sin traba alguna y sin enemigos visibles. La caída del Muro de
Berlín marcó el principio de la era actual en la que es posible un Trump y una
Le Pen y donde aumentan todos los días la desigualdad y la marginación bajo un
capitalismo financiero, informático y consumista que tarde o temprano producirá
una hecatombe de la que ha de salir una alternativa; pero esta no será, desde
luego, un régimen comunista totalitario de tipo bolchevique, ni mucho menos.
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