martes, 21 de febrero de 2017

HOMO PERDURABILIS.

Salgo por unos instantes de mi actual melancolía personal, política, literaria, etc. para poneros el artículo que ayer, todavía amparado por un cierto y relativo optimismo, presenté en mi Tertulia Literaria, cuyo tema era "Señales de alarma". Las verdaderas señales de alarma vinieron después:



HOMO PERDURÁBILIS.
            Fue ese día cuando Lars Tanaka recibió las señales de alarma por última vez en su cuarta clonación. Era de mañana. El Sol, todavía bajo en el horizonte marino, se reflejaba en las aguas verdes cuyas ondas jugaban con las arenas doradas, sombreadas por los cocoteros. Tumbada en la misma orilla estaba la Mujer. Su fantástica belleza, su mirada azul, su cabellera rubia ondeando a la brisa, sus pechos duros y pequeños, su vientre breve y firme, sus piernas perfectas, toda su desnudez anhelante invitaba al amor. Lars era el Hombre, moreno, elástico y musculado, con largos cabellos negros y una barba corta y cuidada. Ambos desprendían fuerza y deseo por todos los poros de sus cuerpos. Él se acercó a ella y la besó con pasión. Después de unos minutos de preámbulo erótico y calculadas caricias, copularon sobre el lecho de arena y agua tibia e inquieta, con movimientos sabios y contenidamente lentos…
            -Mejor de noche – se dijo Lars, y desplegó su teclado mental para ordenar que se oscureciera el cielo. Y al punto brillaron las estrellas sobre un negro de terciopelo.
            -Una aurora no vendría mal – y los vaivenes de una fantasmagórica cortina sideral de increíbles tonos lucieron en lo alto, emitiendo extraños chisporroteos.
            Se acercaba el momento del orgasmo, deseado y retenido a un tiempo. Lars quiso que fuera simultáneo y, no contento con eso, ordenó a la Razón Central que le introdujera también en la mente de ella y le sirviese las más sorprendentes maravillas.
Un imposible arco iris nocturno dominó el horizonte, mientras millones de luciérnagas multicolores bailaban alrededor de la pareja en cuyos dos sexos él reinaba. Todo anunciaba el placer inminente… ¡cuando se encendieron las señales de alarma!
            Lars volvió a su realidad cotidiana. En el espejo de su habitáculo blindado se reconoció como el ser andrógino y perfecto que era: un Homo Perdurábilis. Antaño, hace muchos siglos, fue un Homo Sapiens del género masculino. Pero a punto de morir de viejo a la temprana edad de 89 años, se ofreció voluntario para uno de los primeros experimentos de autoclonación. Cuando su cerebro se acomodó a su nuevo y juvenil cuerpo, abrigó la esperanza de no morir jamás; aunque todos sabían que el cerebro no renueva sus neuronas y envejecería lenta pero inexorablemente. Por eso, cuando se le encendieron las alarmas por primera vez, tuvo que resignarse a sufrir una nueva mudanza, ahora con cerebro incluido, que permanecería en blanco durante su desarrollo, hasta que se le implantase un chip con la copia exacta de su personalidad y su memoria en el mismo instante en que el primer Lars perdía definitivamente la consciencia. Y así, el nuevo Lars se despertó siendo su predecesor sin solución de continuidad. Con el tiempo, la tecnología clonogenética progresó hasta el punto de poder darle un cuerpo perdurable, implantándole vísceras biónicas renovables, una piel indestructible, sentidos de precisión absoluta y una memoria electrónica total, conectada con la Razón Central, que también podía servirle vivencias en realidad virtual que hacían innecesario el engorroso sexo orgánico. Todo era perfecto, aunque el cerebro seguía envejeciendo y hubo que clonarlo dos veces más en los últimos 13 siglos. Lars, como todos sus congéneres, se preguntaba si en cada clonación muere el yo anterior o se perpetúa en el nuevo cerebro de idéntica personalidad. Ni siquiera la Razón Central lo sabía.  
            Estaba próximo a una nueva clonación inevitable y no quiso sufrir angustia tanatofóbica. Ordenó que se le inoculase una dosis de hormona sintética del optimismo, y después quiso vivir el mejor momento de su antigua vida de Homo Sapiens.
            Recordó una playa del Mediterráneo. En la orilla de aguas azules le esperaba Ella. Se recostaron sobre la arena e hicieron el amor sin necesidad de conjurar auroras boreales, arcos iris nocturnos ni luciérnagas. Fue como aquella primera y remota vez inolvidable, mientras se diluía su consciencia, dando paso a la siguiente clonación.

                                                                                              Miguel Ángel Pérez Oca.

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