Influido, seguramente, por el ambiente político que se respira hoy en este país, y como continuación del artículo precedente, he presentado en la Tertulia este trabajo sobre el tema propuesto, que era "Aceptación". Seguro que os resulta familiar, ¿verdad?
LA HORA DE LA ACEPTACIÓN.
El abuelo tiene
muchos años, tantos que le permiten gozar de una perspectiva histórica lo
suficientemente amplia como para juzgar muchas cosas. Luchó en la Guerra Civil,
combatió en el Maquis francés contra los nazis, sufrió un largo exilio lejos de
sus hijos y no volvió a España hasta que murió el dictador. En su juventud fue
testigo de los enfrentamientos entre los partidarios de Prieto y los de Largo
Caballero en el seno del Partido Socialista, su partido de siempre, cuyas crisis
actuales no le sorprenden lo más mínimo y se las toma con filosofía; aunque a
veces le indignan las manifestaciones simplistas y demagógicas de los actuales políticos
de la izquierda y la derecha.
-Entonces
nos enfrentábamos con pasión y sin ocultar nada. Al pan le llamábamos pan y al
vino, vino… - me dice a menudo – Y no como vosotros, siempre cautelosos y
maquiavélicos, con el discurso prefabricado a base de argumentario.
El abuelo se sienta
en su mullida butaca, frente al televisor, y se entretiene limpiando su vieja
pipa de espuma de mar, que no usa ya por prescripción facultativa.
-¿Qué
te han parecido mis declaraciones de hoy en la tele, abuelo? – le pregunto.
Y
él me mira con sus viejos ojos descoloridos, que ya han visto tantas cosas.
-Me
han parecido una mierda – me responde. Y yo, desde mi soberbia de flamante dirigente
de la nueva política, me siento herido, aunque ya me lo esperaba.
-Mira,
muchacho – prosigue -, perdóname, pero me cabrea la gente como tú. Parecéis
loros con la lección aprendida. Hacéis juegos malabares con las palabras para
no decir nada que os comprometa… A ver, cuando esa periodista tan valiente te
ha dicho: “Pero, señor diputado, sobre este asunto, ¿cuál es su opinión
personal?”. Tú te has evadido con citas a no sé qué filósofo y al final te has
escudado con el argumento fácil de que se hará lo que acuerden los militantes
en una próxima asamblea… ¡Coño! Eso no es lo que te ha preguntado. Eso ya lo
sabemos, pero la periodista te ha pedido tu opinión personal y tú te has
escurrido como una anguila. Y todos los políticos de ahora sois así de
demagogos, y se os ve el plumero. Me enfadé mucho cuando mi candidato decía que
votaría NO a facilitar la investidura del Jefe del Gobierno, que NO se aliaría
con partidarios de la consulta catalana y que NO habría nuevas elecciones…
Pero, ¿cuál era, entonces, su alternativa? – Yo le doy la razón con un gesto
mudo pero elocuente, aunque reconozco que los demás, a la izquierda y la derecha,
son igual de manipuladores; y él se me enfrenta iracundo – Vale, y en este caso
de hoy, ¿cuál es tu opinión? ¡Porque ese rollo de la alianza secreta entre
malos y traidores no me lo trago!
Empiezo
a argumentar complicadas frases evasivas, que él me corta enseguida.
-¡Déjate
de rollos conmigo, Maquiavelo de vía estrecha! Y dime la verdad.
Yo
admito que el caso tiene un análisis muy complejo, pero que lo que más conviene
a los míos es explotar la consigna más simple, contundente y maniquea…
-Sí,
merluzo, pero ¿cuál es tu opinión? Dímela sin tapujos. ¡La tuya, coño!
Y
yo bajo la cabeza y reconozco cuál es la que proclamaría si de mí dependiera.
-¿Y
por qué no lo dices en público, abiertamente?
-Porque,
si después mi partido adopta otra posición, podría costarme el cargo…
-¡Malditos
hipócritas! Pero al día siguiente de que vuestra dirección tome una decisión
firme, todos coincidiréis con ella, ¿verdad? Por eso la gente ya no cree a los
políticos, ni nuevos ni viejos. Pues, mira, yo te exijo que seas honesto y le
digas a esa periodista cuál es tu verdadera opinión. Y déjate de pamplinas para
crédulos.
Me
marcho de casa del abuelo muy afectado. El viejo tiene toda la razón. Y pienso
que ya es hora de que alguien diga la verdad al pueblo. Estoy dispuesto a aceptar
mi condición de poseedor de un criterio personal. Es la hora de la aceptación.
A
la puerta del Congreso me espera de nuevo la periodista. Hincho el pecho y me
dirijo a ella, aceptando al fin confesarle la verdad, mi verdad.
MAPérezOca.
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