El tema de la última Tertulia era "Poseída" y yo escribí el relato que ahora os pongo en este blog. Espero que os haga pensar.
Soy propiedad de un amo que se
dice mi esposo. Soy solo una cosa, una cabeza de ganando, un vientre destinado
a parir, peor aún, un ser poseído en todos sus aspectos materiales,
espirituales e incluso estéticos. Nadie me puede ver el rostro ni adivinar mis
formas. Todo queda oculto bajo el burka, y solo puede mostrarse al macho que me
posee, cuando éste lo ordena. Pero yo no puedo creer que el Profeta ordenase así
las cosas, pues sé que en otros países musulmanes las mujeres no van tan cubiertas
como en este horrible y maldito Afganistán. Nos dijeron que cuando entrasen los
americanos obligarían a nuestros esposos a dejarnos vestir como quisiéramos.
Pero, ¿quién se atreve a manifestar ante esos infieles rubios que quiere
desprenderse del honorable burka? Nadie lo ha hecho, salvo unas pocas
intelectuales de la Universidad, que en secreto son despreciadas por todos y,
lo que es peor, por todas. Yo estuve en Europa de jovencita, cuando mi padre
era embajador, y estudié en París. Allí llevaba mi velo sobre la cabeza, por
imposición paterna, pero no el burka, por dos razones: porque era todavía una
niña no prometida y porque mi padre hubiera hecho el ridículo. Y allí vi a las
jóvenes francesas con sus faldas cortitas y sus cabellos al viento, mostrando
su afecto por el chico de su preferencia y hasta besándose con él en público.
Aquí, una actitud así hubiera sido condenada con la muerte por lapidación. Pero
allí las mujeres son libres y no lo hubieran consentido. Mi esposo dice que eso
es porque los europeos y los americanos no son lo suficientemente hombres para
imponer la decencia a sus mujeres; pero yo pienso que los que de verdad son
cobardes y poco hombres son los nuestros, que nos ocultan a la vista de los
otros porque, en el fondo, no se sienten seguros.
Sueño
con la libertad. Sueño con que todas las mujeres afganas nos ponemos de acuerdo
para hacer nuestra revolución feminista; y que a una hora determinada, todas a
la vez, nos quitamos el burka y aparecemos en nuestras casas y en las calles
vestidas de mujeres soldado, armadas hasta los dientes, y empezamos a disparar
contra los hombres que intentan reprimirnos de nuevo. Somos muchas y estamos
dispuestas a todo por nuestra libertad. En la gran batalla mueren muchas
mujeres, pero también muchos hombres, y ellos acaban rindiéndose, temblorosos,
asustados, incapaces de resistir nuestro empuje justiciero. De sus aterrados
rostros ha huido todo rasgo de dominación y ahora se entregan a nuestra
fuerza imparable, implorando perdón y clemencia.
Los
ingresamos en campos de reeducación y les imponemos nuevas leyes en las que los
hombres y las mujeres son iguales en derechos y deberes. Los hay que se
resisten a aceptar la nueva situación y son inmediatamente castrados. Y los hay
que se resignan y los perdonamos con la condición de que no vuelvan a empuñar armas
que, de ahora en adelante, serán privativas de las mujeres, al menos por tres
generaciones.
Si todas pensasen como yo, eso sería
posible, pero…
Mi
esposo me ha quitado todo, me ha dejado sin derecho a mi propio cuerpo, a mi
propio rostro; aunque no me ha podido robar mis fantasías, mis pensamientos
secretos. Aquí, dentro de mi cabeza, lo quiera él o no, soy libre. Pero las
otras mujeres, en su gran mayoría, han perdido incluso la propiedad de sus
sueños. Desde niñas les han enseñado que, para ser decentes y dignas de la
salvación, han de ser sumisas y han de reprimir cualquier fantasía pecaminosa.
Por eso la revolución de la mujer afgana es imposible. Por eso nunca nos
sublevaremos contra nuestros tiranos.
Me
miro al espejo, desnuda, y admiro la belleza de mi cuerpo y de mi rostro, siempre
ocultos a los demás hombres; y la rabia devora mis entrañas. Me coloco el burka
y así, desnuda bajo la amplia tela azul, salgo a la calle.
Nota
de prensa.- Ayer, en Kabul, una mujer se quitó el burka y corrió desnuda por
las calles, dando gritos subversivos. Fue abatida por varios disparos de la
Policía.
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