viernes, 28 de agosto de 2015

MADRUGADA


Mañana me levantaré muy temprano, me ducharé deprisa y desayunaré lo indispensable.
Porque estaré deseando salir a la calle y respirar con ansia el aire fresco
   de la madrugada.
Seguramente, me cruzaré con el gato indiferente y gris que reina en las aceras.
Escucharé los ladridos de un perro lejano que reclama la luz del día,
   y las impertinentes respuestas que le den las gaviotas.
Y me acercaré al mar, que me recibirá con pausadas ondas azules, bajo el Sol naciente.
Si hay nubes, la gloria asomará por sus resquicios como un abanico de rayos brillantes.
Avanzaré sobre el rompeolas, con la remota isla de Tabarca quebrando el horizonte.
Y alguna vela lejana me compensará de la pesada y parda silueta
   de un carguero anclado en la bahía.
Entonces, el hombre negro que limpia las barandillas sonreirá
   a mi sonrisa de buenos días.
Es mi cómplice de las madrugadas.
Y cuando me gire para regresar, la mole rojiza y enorme de la roca Benacantil,
   con su viejo castillo por montera, me sorprenderá, como siempre.
Volveré luego sobre mis pasos, por retorcidas callejas ahítas de Historia,
   mientras la ciudad comienza a despertarse.
A mi paso, se irán alzando las persianas metálicas.
Descubriré, entre ruinas, una flor rosa y añil que no me llevaré, porque respeto la vida.
Y al entrar en casa, mi gato Kepler, blanco y canela, me estará esperando,
   como cada vez que vuelvo de la calle.
Le rascaré la cabecita y él me saludará con sus ojos amarillos y un ronroneo agradecido.
Y entonces, pasada el alba, comenzará realmente la jornada, con sus afanes,
   sus trabajos, sus compromisos y, quizá, sus recompensas.
Y me desearé un día razonablemente bueno, tras la madrugada

   que siempre es maravillosa.

No hay comentarios: