lunes, 8 de junio de 2015

UN GODO EN LAPONIA



Ayer nos despedimos de Víctor, el fundador de nuestra Tertulia, que se marcha a trabajar a Laponia, nada menos. El tema para la narración era "Un godo en Laponia". Ahí va:

EL GODO EN EL PAÍS DE SÁPMI
Karasjok, con su conjunto de tiendas de cuero y casitas de madera, era la aldea más próspera de la tierra de Sápmi, y con el tiempo seria la capital de los saamis, gracias quizá a la beneficiosa influencia del Godo. No era éste un hombre rubio, como los odiados extranjeros del sur, que los llamaban “lapones”, que quiere decir “andrajosos”, si no moreno como ellos, aunque más corpulento. Apareció una mañana en el centro del poblado, vestido con un curioso atuendo de tejido ligero y portando una mochila llena de libros. En principio, los saamis no sabían qué hacer con él. No había traído monedas de oro, como los comerciantes noruegos que acudían en verano a comprar pieles, ni tenía armas o útiles para ganarse la vida cazando o pescando; no era propietario de un solo reno y parecía desconocer las ancestrales costumbres de los hiperbóreos. Sin embargo, hablaba con soltura y sin acento la lengua del pueblo. De momento, y haciendo gala de la hospitalidad tradicional de aquellas gentes forjadas por el clima, lo dejaron pernoctar en la Casa Gande, donde se celebraban los consejos de los ancianos y las fiestas y reuniones colectivas; hasta que, con armas, ropa y calzado prestados, pudo acompañarlos en sus cacerías y hacerse con una indumentaria más apropiada, así como construirse la pequeña tienda que habitó desde entonces. En las largas noches del otoño, el extranjero amenizaba las veladas del pueblo en la Casa Grande narrando fabulosas historias de viajes y aventuras exóticas, o describiendo extraños animales desconocidos en la tierra de Sápmi. Y todas las tardes reunía a las mujeres y hombres jóvenes y les enseñaba el alfabeto y cómo usarlo para leer y escribir; les mostraba una forma de utilizar los números para realizar operaciones aritméticas y les leía sus libros sobre las ciencias de la Naturaleza, las medicinas y las creencias de los distintos países.
-Y tú, extranjero, ¿de qué tierra has venido?- le preguntó un día el joven Olaus.
Y el hombre permaneció un rato silencioso, para después decir en un tono evasivo o quizá nostálgico:
-Vengo de un país muy lejano, llamado León.
Y Olaus, ya familiarizado con los libros del extranjero, abrió uno grande y colorido, que él llamaba Atlas Histórico, y buscó la patria del viajero.
-¡Aquí! Aquí está: León, en el reino godo de Hispania.
Y desde entonces, ante la dificultad de pronunciar su nombre cargado de enrevesados sonidos, le llamaron el Godo.
Pocos años después, la aldea de Karasjok se había convertido en la población más rica del entorno, con la cabaña de renos más numerosa y sana, y los pobladores más cultos y despiertos. El Godo les había dado unos conocimientos muy valiosos.
Un atardecer de primavera, cuando aún la nieve cubría toda la tundra y la aurora se desperezaba en los cielos, el Godo se despidió de sus amigos saamis.
-Esta noche me marcharé a mi tierra – les dijo, con un tono de tristeza en la voz.
-¿Al país de León? – preguntó el joven Olaus, compungido.
Ya era de noche cuando el Godo salió al exterior de la Casa Grande, bajo una aurora magnífica cuyos cortinajes multicolores barrían el cielo. En eso, un hombre del pueblo alertó a sus hermanos de que un punto negro de tamaño creciente se cernía sobre ellos.
-No temáis – les dijo el Godo -, es un agujero en el cielo por el que me iré a casa.
El punto creció hasta convertirse en un gran círculo negro que se recortaba contra la aurora que brillaba como nunca. Al fin, el Godo se encaminó hacia el misterioso túnel que parecía abrirse ahora en la ladera de una colina cercana, y se internó en él, desapareciendo en su oscuridad. Después, la mancha negra se elevaría de nuevo en el aire para perderse en las alturas, con destino a un lugar muy próximo a la estrella Régulus, de la constelación de Leo. Y todos desearon al Godo un viaje feliz.

     (A mi amigo Víctor, con mis  mejores deseos de éxito.)  
     Miguel Ángel Pérez Oca.                                                                

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