Ayer nos despedimos de Víctor, el fundador de nuestra Tertulia, que se marcha a trabajar a Laponia, nada menos. El tema para la narración era "Un godo en Laponia". Ahí va:
EL GODO EN EL PAÍS DE SÁPMI
Karasjok, con su conjunto de
tiendas de cuero y casitas de madera, era la aldea más próspera de la tierra de
Sápmi, y con el tiempo seria la capital de los saamis, gracias quizá a la
beneficiosa influencia del Godo. No era éste un hombre rubio, como los odiados
extranjeros del sur, que los llamaban “lapones”, que quiere decir “andrajosos”,
si no moreno como ellos, aunque más corpulento. Apareció una mañana en el
centro del poblado, vestido con un curioso atuendo de tejido ligero y portando
una mochila llena de libros. En principio, los saamis no sabían qué hacer con
él. No había traído monedas de oro, como los comerciantes noruegos que acudían
en verano a comprar pieles, ni tenía armas o útiles para ganarse la vida
cazando o pescando; no era propietario de un solo reno y parecía desconocer las
ancestrales costumbres de los hiperbóreos. Sin embargo, hablaba con soltura y
sin acento la lengua del pueblo. De momento, y haciendo gala de la hospitalidad
tradicional de aquellas gentes forjadas por el clima, lo dejaron pernoctar en
la Casa Gande, donde se celebraban los consejos de los ancianos y las fiestas y
reuniones colectivas; hasta que, con armas, ropa y calzado prestados, pudo
acompañarlos en sus cacerías y hacerse con una indumentaria más apropiada, así
como construirse la pequeña tienda que habitó desde entonces. En las largas
noches del otoño, el extranjero amenizaba las veladas del pueblo en la Casa
Grande narrando fabulosas historias de viajes y aventuras exóticas, o describiendo
extraños animales desconocidos en la tierra de Sápmi. Y todas las tardes reunía
a las mujeres y hombres jóvenes y les enseñaba el alfabeto y cómo usarlo para
leer y escribir; les mostraba una forma de utilizar los números para realizar
operaciones aritméticas y les leía sus libros sobre las ciencias de la
Naturaleza, las medicinas y las creencias de los distintos países.
-Y tú, extranjero, ¿de qué tierra
has venido?- le preguntó un día el joven Olaus.
Y el hombre permaneció un rato
silencioso, para después decir en un tono evasivo o quizá nostálgico:
-Vengo de un país muy lejano,
llamado León.
Y Olaus, ya familiarizado con los
libros del extranjero, abrió uno grande y colorido, que él llamaba Atlas
Histórico, y buscó la patria del viajero.
-¡Aquí! Aquí está: León, en el
reino godo de Hispania.
Y desde entonces, ante la
dificultad de pronunciar su nombre cargado de enrevesados sonidos, le llamaron
el Godo.
Pocos años después, la aldea de
Karasjok se había convertido en la población más rica del entorno, con la
cabaña de renos más numerosa y sana, y los pobladores más cultos y despiertos.
El Godo les había dado unos conocimientos muy valiosos.
Un atardecer de primavera, cuando
aún la nieve cubría toda la tundra y la aurora se desperezaba en los cielos, el
Godo se despidió de sus amigos saamis.
-Esta noche me marcharé a mi
tierra – les dijo, con un tono de tristeza en la voz.
-¿Al país de León? – preguntó el
joven Olaus, compungido.
Ya era de noche cuando el Godo
salió al exterior de la Casa Grande, bajo una aurora magnífica cuyos cortinajes
multicolores barrían el cielo. En eso, un hombre del pueblo alertó a sus
hermanos de que un punto negro de tamaño creciente se cernía sobre ellos.
-No temáis – les dijo el Godo -, es
un agujero en el cielo por el que me iré a casa.
El punto creció hasta convertirse
en un gran círculo negro que se recortaba contra la aurora que brillaba como
nunca. Al fin, el Godo se encaminó hacia el misterioso túnel que parecía abrirse
ahora en la ladera de una colina cercana, y se internó en él, desapareciendo en
su oscuridad. Después, la mancha negra se elevaría de nuevo en el aire para
perderse en las alturas, con destino a un lugar muy próximo a la estrella
Régulus, de la constelación de Leo. Y todos desearon al Godo un viaje feliz.
(A mi amigo Víctor, con mis mejores deseos de éxito.)
Miguel Ángel Pérez Oca.
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