No pude asistir a la Tertulia de la Bodega Adolfo del día 11 por encontrarme aquejado de una inoportuna lumbalgia. Por eso no participé de la larma que se cernió sobre mis compañeros ante la presencia en el patio de acceso a la bodega de varios bomberos y policías que nadie sabía qué hacían allí. Se decidió que para nuestra reunión de anteayer el tema a desarrollar sería, precisamente, ese, el de la alarma que se había producido. Yo no estaba allí, pero traté de imaginármelo y el resultado fue el relato que os pongo ahora en este blog. Por supuesto, cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.
¡ALARMA METAFÍSICA!
Con
su vozarrón característico, Miguel Sarceda leía una tonta historia
sobre cierto gaitero que despertaba todas las madrugadas a los
habitantes de un valle de nombre absurdo. En eso, Mercedes alzó la
vista hacia el ventanal que daba al patio exterior, con la sorpresa
pintada en el rostro.
-Oye,
ahí fuera hay unos bomberos, con manguera y todo...
Nos
volvimos, pero ya no los pudimos ver. Habían desaparecido, corriendo
hacia la derecha.
-Llevarían
prisa – sentenció Víctor con la autoridad que le da el ser el
dueño del local, aunque se le notaba un tanto alarmado, más que
nada por la integridad de su negocio – Lo mismo hay un incendio por
aquí cerca.
-Voy
a ver – dijo Ángel, levantándose y asomándose a la puerta.
-No
se ve nada... - nos informó, volviéndose cabizbajo a su sitio.
-Pues,
ahora hay policías en el patio – dijo Marielli, ya un poco
asustada.
-Sí,
pero van de cachondeo. Mira qué jolgorio se traen – apostilló
Pepe.
-Bueno,
es que esa gente está acostumbrada a todo, a los robos, a los
asesinatos, a las catástrofes... Lo mismo van a reconocer a un
fiambre pero, como son tan duros, les da risa – opinó Salvador,
mientras Yolanda asentía y maquinaba uno de sus cuentos tremebundos
y sangrientos.
-Pero,
bueno... - observó cariacontecida Isabel, que se había vuelto hacia
el ventanal que tenía a su espalda - ¿qué hace ahí un cura con
sotana?
Todos
nos pusimos en pie. Estábamos realmente alarmados, porque el clero
siempre impone.
Y
entonces, para más INRI, pasó ante nosotros un obispo vestido de
pontifical, con báculo y mitra incluidos, y la cosa empezó a
acojonarnos hasta el borde de la histeria.
-¡Alto
a la Guardia Civil! - oímos en el exterior - ¡Se sienten, coño! -
y un tipo con un asombroso parecido con el coronel Tejero, pistola en
mano y seguido de varios números de la Benemérita, irrumpió en el
patio.
Obedecimos
de súbito (a ver...) y todos nos volvimos a sentar; incluso hubo
alguno (cuyo nombre no diré) que hizo amago de meterse debajo de la
mesa.
Pero
el colmo fue cuando D. Quijote y Sancho Panza pasaron impasibles ante
nuestra ventana, montados, respectivamente, en un caballo esquelético
y en un jumento de barriga plateada.
Nos
miramos todos, bastante amoscados.
¿Habíamos
caído en un agujero de gusano, tal vez? ¿Habíamos entrado en una
singularidad espacio temporal? ¿De verdad era verdad de verdad lo
que estábamos viendo con la vista de ver?
Y
entonces cruzó el patio un tropel de personajes fabulosos, camino de
algún lugar a la derecha. Allá iban Pinocho, la Pepa Maca, un
patufet, Blancanieves dentro de una urna de cristal llevada por siete
enanitos, Caperucita Roja y el Lobo, muy amartelados ellos, la Bella
Durmiente con un despertador en la mano, el Gigante de las
Habichuelas, el Sastrecillo Valiente, la Bruja Garrampona, el Puto
Vell, Perico Sorrocloquico, Marcelino Pan y Vino, la Madastra de no
sé quién, Pulgarcito, Garbancito de la Mancha, el Capitán Garfio y
Peter Pan practicando esgrima y dos Papas cogidos del brazo. Cerraban
la comitiva unos seres espeluznantes: Zapatero negando la crisis,
Rajoy prometiendo bajar los impuestos y el Rey detrás de un elefante
montado por Urdangarín...
Ya
no pudimos aguantar más. Nos precipitamos al exterior, pisándonos
unos a otros. Y hasta algún contertulio (tampoco diré su nombre)
cayó al suelo, siendo arrollado por sus compañeros.
Pero
cuando llegamos al patio y el gélido biruji nos azotó el rostro,
nuestros mofletes quedaron tan helados como nuestro ánimo. Todo el
mundo había desaparecido. Diríase que habían entrado por un
conducto misterioso a quién sabe qué lugar recóndito, fuera del
espacio y del tiempo.
Fue entonces cuando a Mercedes se le ocurrió mirar a lo alto de la
fachada de la Bodega; dio un alarido desgarrador y se cayó de culo,
entre estertores de risa, mientras señalaba con dedo trémulo hacia
algo que flotaba justo encima de la entrada del local comercial
contiguo al nuestro.
Allí,
sobre nuestras cabezas, había una inmensa pancarta que decía:
“LA
COMISIÓN DE FISTAS DEL BARRIO INVITA A TODOS LOS VECINOS AL BAILE DE
DISFRACES QUE SE CELEBRARÁ ESTA NOCHE A LAS NUEVE Y MEDIA”.
Miguel Ángel Pérez
Oca.
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