El tema de la tertulia de ayer era "NEFANDO" y yo presenté este trabajo que espero os guste:
LA EDIFICANTE VIDA DE SAN NEFANDO DE PELENDENGUE.
Terminaría
llamándose Nefando y fue un hombre de fe sólida e inquebrantable, al cual, su
obsesión por combatir el pecado y conducir a la conversión a los infieles lo había
llevado a ingresar en una orden de misioneros viajeros. Conocedor de que los
habitantes de la isla Pelendengue vivían en constante abominación carnal,
decidió salvar sus almas y se plantó en la orilla de aquella tierra virgen con
un báculo en forma de cruz, una Biblia, dos mudas y un tosco hábito de lino por
todo equipaje.
Los
pelendenguinos vivían desnudos y practicaban la coyunda de manera promiscua en
cualquier sitio y momento, según les vinieran ganas. Y en esto no había normas,
que así como folgaban los hombres con las mujeres, no era raro ver a algunos
practicar la sodomía entre machos, las caricias lesbianas entre hembras, o incluso
gozar grupos de ambos sexos en impúdicas orgías. Pero lo que más indignaba al
buen fraile era que aquellos individuos ahítos de pecado eran felices y no se avergonzaban
de su vida soez y rijosa. Eso sí, las consecuencias de sus actos las tenían
asumidas y cuando una mujer quedaba preñada, la cuidaban entre todos, y los
niños pasaban a ser protegidos por la comunidad, que no conocía la noción de
paternidad. Porque la única regla que seguían los nativos de Pelendengue era la
de no disgustar a nadie, repartiéndose los bienes y trabajos entre todos, sin
rey ni caudillo que lo ordenase.
Era
una situación intolerable a ojos del fraile misionero que, subiéndose a la roca
más alta de la isla, los increpó moviéndolos al arrepentimiento. Y los nativos,
pacíficos y cordiales por naturaleza, lo escucharon atentamente y, para no
disgustarlo, decidieron darle la razón y seguir sus enseñanzas que, aunque no les
resultaban gratas, debían ser buenas, viniendo de un sabio hombre blanco.
Cuando
muchos años más tarde, el ya anciano fraile se marchó de la isla, rumbo a una
merecida jubilación, pudo contemplar a un pueblo sumiso y vestido a la europea
que lo despedía en silencio. Vivían todos en casas familiares de ladrillo, y en
lo alto de Ciudad Pelendengue había una primorosa catedral. No eran felices
como antaño, pero tampoco pecadores, pues la culpa reprimía sus ancestrales
instintos. Formaban una nación de mujeres avergonzadas de sus devaneos
juveniles, de hombres atormentados por sus pasados pecados y presentes tentaciones,
de machos celosos, de homosexuales ocultos, de amores culpables, de miedo al
escándalo, de constante vigilancia del comportamiento ajeno, e incluso de
justicieros crímenes pasionales, en los que la lujuria se pagaba con la vida.
Al margen de la sociedad quedaban las prostitutas y los niños ilegítimos,
confinados en miserables arrabales que permanecían segregados de la virtud institucionalizada.
Pelendengue era una sociedad perfecta gracias a la ingente labor del viejo
misionero.
Y
entonces, una voz poderosa dijo desde más allá de las nubes:
-¡Llámate Nefando,
pues nefando eres, que diste por culo a todo un pueblo! – y desde entonces se
le conoce como San Nefando de Pelendengue.
Miguel
Ángel Pérez Oca.
(500 palabras)
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