martes, 28 de mayo de 2019

EL REPELENTE

El tema de la tertulia de ayer era "Repelente" y yo presente el relato de una vieja y verídica historia:




EL REPELENTE
           
En 1994 formé parte de una expedición científica a Bolivia para observar un eclipse de sol que se daba por aquellas tierras. El equipo lo formábamos: el Presidente del Círculo Astronómico Mediterráneo, como jefe del grupo, un cámara cuya misión era rodar un documental sobre el evento, dos astrofísicos de las universidades de Alicante y Valencia, un prestigioso astrofotógrafo, un técnico en comunicaciones que había propuesto un interesante experimento de radioastronomía, y un servidor, que realizaría una prueba que consistía en fotografiar las estrellas que aparecen en el momento del eclipse, para probar gráficamente el fenómeno de la precesión de los equinoccios y desmontar las prácticas pseucientíficas de los astrólogos. El viaje a La Paz transcurrió sin novedades dignas de mención. El traslado al pueblo de Huachacalla, al pie de los Andes, resultó bastante accidentado a causa de una tormenta de arena que amenazaba con desbaratar la misión; pero al final el cielo se despejó y pudimos llevar a cabo nuestro cometido.
            De regreso a La Paz, decidimos hacer una excursión en barco por el río Mamoré, un afluente del Amazonas, rodeado de selva virgen y más caudaloso que nuestro Ebro. Fuimos en avión a Trinidad, donde la humedad y el calor nos ahogaban, recién llegados como estábamos de un lugar muy seco y árido a 4500 metros de altura. El astrofotógrafo, que también era farmacéutico, nos había provisto de pastillas contra la malaria y unos rociadores de repelente para mosquitos, que al atardecer atacan a todo bicho viviente en verdaderas hordas de minúsculos vampiros.
            Cuando llegamos a la rivera del Mamoré, nos esperaba una lancha que nos llevaría al “Hotel Flotante Reina de Enin”, que en realidad era un barquito bastante cochambroso. Allí estaban también tres bellísimas muchachas danesas que iban a hacer el viaje con nosotros. Visitaban América del Sur a base de mochila y durante la semana que duró el recorrido resultaron ser unas compañeras muy simpáticas. Ingrid era la mayor, con una personalidad muy interesante y una indiscutible hermosura. Estaba atardeciendo, y ante la oleada de mosquitos que nos acosaba, sacamos nuestros frascos de repelente y empezamos a protegernos. Ingrid se me acercó; me explicó que tenía alergia a las picaduras de díptero, que le producían unas enormes ronchas e incluso fiebre en ocasiones, y me pidió que la rociase con mi spray. Primero el cuello y la cara, después los brazos y por último… me dijo que le impregnarse también las piernas y, ante mi asombro estupefacto, se levantó hasta arriba su larga falda hippy, dejando al aire unas magníficas y torneadas piernas y hasta un vertiginoso tanga de un turbador e inolvidable color malva. Siempre recordaré los gestos de cachondeo de mis colegas, e incluso de las dos compañeras de la interfecta que, con toda naturalidad, se dejaba rociar por mi spray, que yo sostenía con pulso más que tembloroso, espasmódico.
            Es una escena que no olvidaré nunca y que os aseguro que me impresionó más, mucho más, que el famoso eclipse de Huachacalla.    

                                                           Miguel Ángel Pérez Oca.  
                                                                      
                                                                    (500 palabras)

2 comentarios:

el sindrome de ulises el blog de eusebio perez oca dijo...

Ha pasado el tiempo. Ahora todos, perdón, casi todos somos menos carpetovetónicos y más ciudadanos del mundo. Ya no nos asombramos de ciertas costumbres europeas, civilizadas y lógicas, de dejar a un lado la falsa pudibundez y convivir sin tonterías con los compañeros ya sean habituales o circunstanciales. Pienso en las visitas del tío Ramón a la prima Carmen, monja de clausura en las Descalzas Reales a la que visitaba como médico, pero sobre todo, como primo. Solo un familiar podía visitar a la señora monja. Y, siempre, debían estar acompañados por una monjita-carabina. De ahí a estar en la ladera de una montaña, con grados y grados bajo cero, atado a compañeras y compañeros y que alguno o alguna tuviera la necesidad de orinar u otra cosa, pedir parar, despojarse de ropa con la única preocupación del frió que ibas a pasar o de entorpecer el ritmo de avance del grupo, va todo un mundo de educación y respeto. Esas cosas, en la vida diaria no ocurren. En ocasiones excepcionales si. Pero sabemos mantener el tipo. De todas formas, a ti y a mi nos ha cogido muy mayores....aunque, creo, que los tiempos están retrocediendo. Más bien hay quien quiere que retrocedan. ¿Te imaginas a determinados personajes que seguro tenemos en mente, en ocasiones como la que citas?.

Eusebiet.

miguel sarceda dijo...

estoy probando