El tema de ayer era "Matar el gusanillo". Este fue mi trabajo.
GUSANILLICIDAS.
Se
veían todas las mañanas, a eso de las 11. Se sentaban a una mesa del bar de la
Plaza, junto al Mercado, y se tomaban unas cervezas, salvo José que solo bebía
agua por aquello de la pancreatitis, y Rodolfo, un Bitter Kas, por lo de su hipertensión.
Gabrielito pedía siempre un pincho de tortilla, porque no sabía beber sin dar
un bocado, y porque, como decían todos como excusa, era cuestión de matar el
gusanillo. Lola era la única mujer, siempre lo había sido, desde aquellos
tiempos mozos en los que la pandilla estaba constituida por los “chicos” y por Lola,
cuyo carácter decidido y fuerte no le permitía formar parte del grupo de las
“chicas”, subordinadas a los hombres. Tiempos en los que el machismo se veía
natural. Ellas, en el fondo (ya he dicho que excepto Lola), eran las novias, o
los ligues, de ellos. Lola no. Nunca tuvo novio en la pandilla, aunque mantuvo
algún escarceo erótico con los que le dio la gana.
Aquella
mañana, Gabrielito (don Gabriel para los contemporáneos no pandilleros) y Lola
fueron los únicos en acudir a la cita gusanillicida.
-¿No
viene nadie más? – preguntó Gabrielito al ver la mesa vacía.
-Bueno…
Rodolfo ha llamado, que no viene porque tiene que ir al médico. Manolo está en
urgencias del hospital, porque esta noche le ha dado un cólico a su mujer.
Fabián, ya sabes que últimamente está deprimido y pone cualquier excusa para no
venir. Y José ha dicho que se ha levantado con lumbago y no tiene ánimos para
acercarse…
Gabrielito
miró a Lola con una mezcla de nostalgia y viejas pasiones recordadas.
-Fíjate,
Lolita, que es la primera vez que estamos solos, sin la pandilla alrededor.
-Sí,
es verdad – contestó ella con un gesto sorprendido.
-Pues,
a buenas horas, mangas verdes. A solas te hubiera querido pillar hace muchos
años.
-No
será porque no te di ocasiones – respondió Lola, con un brillo intenso en los
ojos.
-Mira,
ahora que somos viejos y que ya tenemos todo hecho, puedo hacer acopio de valor
para confesarte algo… Cuando te enrollaste con José yo sufrí mucho porque
estaba enamorado de ti. Siempre lo he estado, pero tu personalidad me
apabullaba. Y cuando tuviste aquello con Jesús, también sufrí. Después te
fuiste y te casaste. Todos acabamos casándonos. Y ahora, después que
enviudaste, has vuelto de nuevo a la pandilla, a esta vieja pandilla de abuelitos
obsoletos, y eso me consuela.
-¡Tonto!
- exclamó ella con rostro tenso - ¿Por qué no me dijiste nada? Si yo no me quedé
con ninguno fue porque solo te esperaba a ti. Y como ni siquiera te insinuabas,
ni las chicas de entonces nos declarábamos, acabé casándome con Ricardo. Por tu
cortedad hemos perdido la ocasión de ser felices. Tonto… Aunque quizá nunca es
tarde…
Y él suspiró y
tardó un rato en responder.
-Verás,
Lola, querida. Es que ya es tarde, ¿sabes? Aquí venimos a matar el gusanillo,
pero el gusanillo… ya está muerto.
Miguel
Ángel Pérez Oca.
No hay comentarios:
Publicar un comentario