jueves, 7 de marzo de 2019

MATAR EL GUSANILLO.



El tema de ayer era "Matar el gusanillo". Este fue mi trabajo.


GUSANILLICIDAS.

            Se veían todas las mañanas, a eso de las 11. Se sentaban a una mesa del bar de la Plaza, junto al Mercado, y se tomaban unas cervezas, salvo José que solo bebía agua por aquello de la pancreatitis, y Rodolfo, un Bitter Kas, por lo de su hipertensión. Gabrielito pedía siempre un pincho de tortilla, porque no sabía beber sin dar un bocado, y porque, como decían todos como excusa, era cuestión de matar el gusanillo. Lola era la única mujer, siempre lo había sido, desde aquellos tiempos mozos en los que la pandilla estaba constituida por los “chicos” y por Lola, cuyo carácter decidido y fuerte no le permitía formar parte del grupo de las “chicas”, subordinadas a los hombres. Tiempos en los que el machismo se veía natural. Ellas, en el fondo (ya he dicho que excepto Lola), eran las novias, o los ligues, de ellos. Lola no. Nunca tuvo novio en la pandilla, aunque mantuvo algún escarceo erótico con los que le dio la gana.
            Aquella mañana, Gabrielito (don Gabriel para los contemporáneos no pandilleros) y Lola fueron los únicos en acudir a la cita gusanillicida.
            -¿No viene nadie más? – preguntó Gabrielito al ver la mesa vacía.
            -Bueno… Rodolfo ha llamado, que no viene porque tiene que ir al médico. Manolo está en urgencias del hospital, porque esta noche le ha dado un cólico a su mujer. Fabián, ya sabes que últimamente está deprimido y pone cualquier excusa para no venir. Y José ha dicho que se ha levantado con lumbago y no tiene ánimos para acercarse…
            Gabrielito miró a Lola con una mezcla de nostalgia y viejas pasiones recordadas.
            -Fíjate, Lolita, que es la primera vez que estamos solos, sin la pandilla alrededor.
            -Sí, es verdad – contestó ella con un gesto sorprendido.
            -Pues, a buenas horas, mangas verdes. A solas te hubiera querido pillar hace muchos años.
            -No será porque no te di ocasiones – respondió Lola, con un brillo intenso en los ojos.
            -Mira, ahora que somos viejos y que ya tenemos todo hecho, puedo hacer acopio de valor para confesarte algo… Cuando te enrollaste con José yo sufrí mucho porque estaba enamorado de ti. Siempre lo he estado, pero tu personalidad me apabullaba. Y cuando tuviste aquello con Jesús, también sufrí. Después te fuiste y te casaste. Todos acabamos casándonos. Y ahora, después que enviudaste, has vuelto de nuevo a la pandilla, a esta vieja pandilla de abuelitos obsoletos, y eso me consuela.
            -¡Tonto! - exclamó ella con rostro tenso - ¿Por qué no me dijiste nada? Si yo no me quedé con ninguno fue porque solo te esperaba a ti. Y como ni siquiera te insinuabas, ni las chicas de entonces nos declarábamos, acabé casándome con Ricardo. Por tu cortedad hemos perdido la ocasión de ser felices. Tonto… Aunque quizá nunca es tarde…
Y él suspiró y tardó un rato en responder.
            -Verás, Lola, querida. Es que ya es tarde, ¿sabes? Aquí venimos a matar el gusanillo, pero el gusanillo… ya está muerto.

                                                           Miguel Ángel Pérez Oca.

                                                                

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