El tema era "Pipa" y mi trabajo el que os pongo aquí:
SE ACABÓ LA FARSA.
Allí está, sobre la mesa del
despacho, en su portapipas de metal. Y no sé qué hacer con ella. Porque ya no
la necesito para seguir simulando que fumo. Ya se ha acabado la farsa. Y es que
yo nunca he sido fumador, pero he vivido del tabaco desde que nací. Y cuando a los 19 añitos, con mi título de
Profesor Mercantil y muchas ganas frustradas
de ser astrofísico y escritor, me vi en aquella empresa de joyería, trabajando
de escaparatista y dibujante publicitario por un sueldo miserable, tuve que
claudicar, bueno… tuvo que claudicar mi cobardía. Consentí en hacer oposiciones
a Tabacalera, como me insistía mi familia. Pero yo nunca fui fumador. Quizá
algún puro en bodas y bautizos, nunca un cigarrillo, ni negro ni rubio, pese a
que los tenía gratis. El recuerdo de mi padre rompiendo su pipa y echando a la
basura la bolsa de tabaco, después de que el médico le dijera que peligraba su
vida, contuvo mis deseos de practicar un vicio que, entonces, era signo de
distinción social.
Cuando
me ascendieron a jefecillo y tuve mi despacho propio, hube de plantearme la
cuestión. ¿Cómo iba a decirle a nuestros clientes fumadores: “Gracias, no me
ofrezca tabaco, porque no fumo”? Y comencé a interpretar la farsa. Me compré
una pipa y la coloqué sobre mi mesa, muy visible en su portapipas. “No,
gracias, yo solo fumo en pipa”, decía a mis visitas. Y hasta de vez en cuando,
la encendía y le daba tres o cuatro chupadas, para disimular.
Y
conforme el tabaco iba perdiendo prestigio social, yo me avergonzaba de mi
pipa. Cada vez que la noticia de un fallecimiento por cáncer de pulmón llegaba
a mis oídos, yo me sentía como un “camello” vendedor de una droga mortal y
maldita, y me sonrojaba sin saber cómo justificarme.
Pero
hace días mi jefe me llamó al despacho y me explicó que la empresa había
convocado un ERE, que las condiciones para la prejubilación eran muy buenas y que
no tenía más que firmar el impreso que me mostraba. Ni siquiera me molesté en
leer el documento, cogí un bolígrafo y firmé. Se acabó la farsa. Ahora, libre
de obligaciones, podría dedicarme a mi vocación de escritor. Podría contar a
los demás todas mis inquietudes, denunciar todas las injusticias, contar las
historias que rondaban mi cabeza desde hacía tantos años… y no necesitaría para
nada tener la enojosa pipa sobre mi mesa de trabajo. Quizá, incluso, algún día
me atrevería a confesar por escrito mi vergonzoso pasado de farsante.
He
recogido mis cosas en una caja de cartón, he invitado a mis compañeros a un
refrigerio de despedida y, ahora, cojo la pipa, el dichoso portapipas y la cajita
del tabaco, y lo meto todo en una bolsa de plástico. Cuando salga por la
puerta, libre aunque arrepentido de una vida de mentiras, echaré la bolsa en el
cubo de la basura y no volveré la vista atrás. Se acabó la maldita farsa.
Miguel
Ángel Pérez Oca.
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