TADAIMA, LA MAR PERFUMADA.
-En las costas
del remoto país del que vengo la mar se perfumaba con la fragancia de las
especias, el café y las plantas aromáticas que anunciaban la presencia de un
paraíso aún antes de divisar su perfil en el horizonte. Ese perfume era nuestra
brújula cuando mi abuelo y yo salíamos a pescar en su viejo cayuco. Mi mundo
era hermoso, con sus tierras altas de cultivos fragantes, sus bosques profundos
de árboles recios y frondosos, sus intrincados manglares costeros y sus playas
de aguas transparentes y peces multicolores. Era una tierra de paz, ajena a los
afanes y luchas de esa gente ambiciosa de cuya existencia ni siquiera teníamos
noticia. Cuando alguien intrigaba contra sus vecinos o intentaba predominar
sobre los demás, lo expulsábamos de nuestra aldea y le obligábamos a vivir más
allá de las montañas. No sabíamos lo que era la guerra ni la esclavitud ni la especulación…
ni la prisa.
-Pero un día
llegaron los misioneros católicos y alteraron nuestra paz espiritual, proclamando
falsos a todos nuestros espíritus y duendes ancestrales, imponiendo jerarquías celestes,
mandamientos, pecados y culpas, y
perdimos para siempre nuestra inocencia.
-Después vinieron
los ingenieros europeos y talaron la selva milenaria para obtener madera.
Nuestro paraíso quedó desnudo y el sol acabó matando a los animalitos que lo
poblaban; pero lo más grave es que liquidaron los cultivos aromáticos de las
alturas para llenar los antiguos bancales con cultivos industriales
transgénicos que se exportaban al extranjero, y nuestro mar dejó de estar
perfumado.
-Más tarde,
flotas de enormes buques factoría y pesqueros insaciables esquilmaron nuestras
costas y las vaciaron de peces; y mi abuelo se murió de pena.
-Al fin,
bandas de fanáticos islamistas, armados con sofisticados fusiles europeos,
incendiaron mi pueblo, asesinaron a los adultos y secuestraron a los niños y
niñas, para hacer de ellos soldados esclavos y servidoras sexuales.
-Yo escapé y
desde entonces he atravesado África en busca de ese maravilloso paraíso que nos
dicen que está en Europa… Aunque los europeos no nos dejan acercarnos a él.
El hombre
negro, moribundo de hipotermia, con quemaduras por contacto con los
combustibles, con el cuerpo y el alma destrozados por las torturas y las
vejaciones, descansa en el suelo, en la cubierta del barco de salvamento,
mientras el doctor Tanaka, de Médicos del Mundo, trata de salvar su vida.
-¿A qué huelo?
– exclama de pronto – Esta mar también está perfumada.
Tanaka sonríe.
-Es el aroma
de las flores de azahar. En estas tierras a las que vamos se cultivan los
naranjos y su flor es muy olorosa. Se dice que ese perfume se puede oler aún
antes de que sus costas aparezcan en la lejanía.
-Entonces… –
dice el hombre negro con su voz más profunda – YA ESTOY EN CASA.
-TADAIMA – pronuncia
el doctor Tanaka en su idioma oriental, mientras ve cómo los ojos de su
paciente se cierran, quizá para siempre, en un rostro curtido, cruzado de
cicatrices y arrugas que se distienden al sentirse en paz, al fin.
Miguel
Ángel Pérez Oca.
(500 palabras
sin el título y la firma)
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